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Indulgencia plena

Joaquín Trujillo S..

Indulgencia plena

La violencia política es así. Tiene algo de lo que antiguamente se conocía como crimen pasional.

Nunca hallo innecesario volver sobre los sucesos de la violencia política en Chile. Los episodios han sido muchos. Hace tiempo, cuando en mi calidad de profesor tenía que referirme a ellos, se me hacía difícil. La experiencia vivida, creemos, por lo general, habla por sí sola, y como las imágenes, en lugar de mil palabras. Los sucesos de finales de 2019 fueron una actualización.

Revisando las memorias de antiguos políticos, por ejemplo, me encuentro con una descripción terrible de lo que fue la vendetta tras el triunfo del sector parlamentario durante la Guerra Civil de 1891. Las notas de un viejo Arturo Alessandri Palma en 1943, en las que recuerda esos años de juventud, son elocuentes.

La mañana en que se vociferó la derrota del grupo de Balmaceda en Placilla, Alessandri participó del liderado por Carlos Walker Martínez, quien salió a medio vestir. El tumulto corrió a hacer lo que siempre se hacía en estos casos: liberar a los presos que se llaman políticos. En medio de esta alegría, al tornarse hacia la casa de Claudio Vicuña, el joven Alessandri contempló el siguiente espectáculo: “Era un grupo considerable que se entregaba con feroz actividad y energía al saqueo y destrucción de aquella valiosa propiedad. Las sillas finas, los sofás, los muebles de toda clase y naturaleza, volaban por el aire desarticulados en mil pedazos. Otro tanto ocurría con el piano, con los coches y arneses. Todo, todo se destruía con ferocidad, se lanzaban por montones los escombros destruidos al patio de la casa o al medio de la calle, para hacer disfrutar a los transeúntes de las delicias de aquel derrumbe. Se seguía después con las puertas y ventanas de riquísima y fina madera, talladas con primoroso lujo. Se las arrancaba de las paredes hasta con los marcos en que se sujetaban. Se desgarraban y destruían con palos u otros instrumentos las paredes, los cuados y tapices, los pavimentos, los cielos, etc. Nunca el demonio de la destrucción procedió con mayor furor y energía. Se destruía por destruir y sin ánimo ostensible de robar”. Este tipo de escenas son significativas en la vida de Alessandri porque desde temprano se hizo una idea del comportamiento de la masa. Ella podía comportarse como una procesión, un desfile, una concentración, una aclamación o manifestación, pero también como una turba, una horda destructora.

Con todo, en la operática descripción de Alessandri encontramos un asunto muy oscuro. Este grupo ni siquiera quería robar. Lo que buscaba era destruir, exhibir ante los observadores un espectáculo “feroz” mediante el cual una mansión de aquellos tiempos era desmembrada descontroladamente como si se tratara de un cuerpo humano. En rigor, estas salvajadas estuvieron acompañadas precisamente de horrible desmembramiento de cadáveres.

La violencia política es así. Tiene algo de lo que antiguamente se conocía como crimen pasional.

Además, se despierta en el tumulto una suerte de lo que en la Edad Media se llamaba “indulgencia plena”, la que era otorgada a todos quienes eliminaban a un hereje o infiel de la faz de la Tierra.