N° 29, abril 2018
Debates de Política Pública
Transporte
Urbanismo

De la casa al trabajo: Análisis de un tiempo perdido

Andrea Herrera, Slaven Razmilic.

La congestión, los problemas del transporte público y, en general, las crecientes dificultades de movilidad que muestran nuestras ciudades, han ido ocupando un espacio relevante del debate público. Hoy estamos frente a una situación compleja, que incide de manera directa en la calidad de vida de todos.

Ejemplo de esto es el tiempo que gastamos diariamente de la casa al trabajo. Para muchos se trata de tiempos muertos y su incidencia dentro de nuestras vidas puede ser relevante ya que, además de afectar nuestro bienestar, podría afectar la decisión de participar en el mercado laboral o bien limitar los tipos de trabajo a los que podemos acceder.

Revisando datos de encuesta CASEN de 2015, la que por primera vez incluyó preguntas en este ámbito, nos encontramos con varios resultados esperables y otros que no lo eran tanto. Entre los primeros encontramos, por ejemplo, que los santiaguinos tienen tiempos de viaje largamente superiores a los de los residentes de las demás ciudades grandes de Chile, con promedios en torno a los 50 y 30 minutos, respectivamente. También dentro de lo esperable, en todas las ciudades analizadas y en todo estrato de ingresos, quienes viajan en automóvil demoran menos que quienes lo hacen en transporte público. Esto último parece obvio. El problema es que también es obvia su implicancia: el parque automotriz seguirá creciendo de la mano del ingreso.

En cambio, llama la atención que, de existir un vínculo entre el nivel de ingreso de los hogares y el tiempo de viaje, esta asociación solo se da en Santiago y se acota a los dos deciles de mayores ingresos, que son los únicos que muestran tiempos significativamente menores. Consistentemente, solo en Santiago vemos diferencias importantes según oficio, destacándose los largos trayectos de quienes trabajan en el servicio doméstico y la construcción. Con todo, estos dos casos parecen representar situaciones más bien excepcionales, siendo el caso que los demás oficios no muestran mayores diferencias en el tiempo que gastan al desplazarse.

Desde otra perspectiva, vemos también que las mujeres registran tiempos de viaje menores que los hombres. Ahora, estas diferencias se presentan exclusivamente cuando ellas están en pareja y, en particular, cuando tienen hijos, lo que parece dar cuenta de una asimetría en la distribución de responsabilidades al interior del hogar.

Por otro lado, intuitivamente, debiera esperarse que, a mayor distancia entre la vivienda y las áreas que concentran la oferta de empleos, menor sea la participación laboral. La evidencia consultada no da cuenta de esto con claridad, salvo en el sector oriente de Santiago. Dada su extensión y niveles de congestión, podría anticiparse que la capital fuese el área metropolitana donde más se viese afectada la participación laboral. Esto no es así. Por lo pronto, en Santiago la participación laboral femenina es más alta que en cualquier otra ciudad del país, diferencia que prevalece en todo nivel de ingreso.

Ahora, si bien la extensión y dificultades de movilidad que ostenta Santiago no parecen desalentar la participación laboral, sí es muy posible que la localización de residencia condicione los resultados de dicha participación. Al estar las oportunidades restringidas a aquellas dentro del área factible de recorrer en el tiempo disponible, las opciones serán menos, especialmente para las mujeres, las que lamentablemente no parecen tener la misma libertad de movimiento que sus parejas. La evidencia analizada apunta en esa dirección. Las mujeres de Santiago que se trasladan más tiempo obtienen mejores sueldos, lo que, por cierto, viene a compensar en parte el tiempo perdido en el trayecto. Si la ventana de tiempo de viaje es más limitada, limitados también serán los salarios potenciales, especialmente para las mujeres que viven en zonas periféricas y segregadas de la capital.

Por lo mismo, sigue siendo pertinente evaluar alternativas para acelerar los traslados, evitar la concentración espacial en la periferia de las nuevas viviendas sociales que se construyan y facilitar el desarrollo de subcentros de servicios que, eventualmente, puedan traducirse en una mayor dispersión espacial del empleo. Más que reflejarse en un aumento drástico de la participación laboral femenina, medidas que apunten en esta dirección debiesen traducirse en mejores oportunidades y salarios para quienes ya trabajan.