El Líbero, 2 de noviembre de 2016
Opinión
Sistema electoral

Izquierdas, ¿hacia dónde mirar?

José Joaquín Brunner.

Las izquierdas, partidos que se proclaman a sí mismos como «progresistas», enfrentan una crisis de sus proyectos ideológicos.

En consecuencia, puede decirse que durante los próximos años el espacio de la izquierda y el pensamiento progresista estará de nuevo en disputa entre dos corrientes principales.

I

En sus variadas versiones, fueron una potente fuerza político-intelectual durante el siglo XX. De dicha matriz nació la revolución bolchevique, luego convertida en una burocracia ideológica que controló parte del mundo. Allí se forjaron también las ideas del marxismo-leninismo, cuyo programa inspiró a las dictaduras personalistas de Stalin, Ceausescu y Castro en diferentes regiones del mundo.

Por el lado democrático, de la matriz de izquierdas surgió también la socialdemocracia, una visión que llegó a dominar la cultura política europea, contribuyó a su reconstrucción y unidad tras la Segunda Guerra Mundial, desarrolló el Estado de Bienestar y, en su versión de Tercera Vía, modernizó a la izquierda occidental en tiempos de capitalismo global y políticas neoliberales.

En suma, el siglo XX puede verse como el siglo en que se despliegan dos familias ideológicas de izquierda. Una de carácter revolucionario, que por la fuerza de las armas impone la dictadura de un estamento ideológico (los respectivos partidos comunistas), con fuerte propensión al culto de la personalidad. La otra de carácter reformista, que por medio del voto da lugar a las democracias sociales que proporcionan el paradigma del pensamiento político democrático durante la segunda mitad de ese siglo.

Sin duda, la democracia moderna posee otras vertientes fundamentales. La liberal, primero que todo, pero también la doctrina social-cristiana y diversas expresiones ideológicas del orden laico, humanista y del progreso inspirado en los ideales burgueses de libertad, igualdad y fraternidad.

Adicionalmente, el siglo XX dio origen a una serie de ideas progresistas nacidas fuera de la matriz de la izquierda tradicional, aunque solían converger con ella, como las del movimiento de descolonización, el feminismo, la emancipación antiautoritaria (post 1968), el tercermundismo y la teología de la liberación, para nombrar algunas.

Con el desplome del régimen soviético, la conversión de China popular y Vietnam al capitalismo, el comienzo del deshielo de Cuba y la sobrevivencia del espíritu revolucionario del siglo XX únicamente en la dinastía dictatorial de los Kim en Corea del Norte por 70 años, de la matriz de izquierda solo queda en pie la familia de ideologías socialdemócratas.

Como sea, incluso estas ideologías se hallan en retroceso en el mundo occidental. En la Unión Europea, por ejemplo, gobiernan apenas cinco de 24 países miembros: Eslovenia, Francia, Italia, Malta y Suecia. Además hay gobiernos de izquierda en Grecia (Syriza) y en Portugal (Bloque de Izquierda). También en América Latina la socialdemocracia se encuentra en retirada, Chile incluido, mientras que los regímenes de «neoizquierda» (posmodernos o estilo «socialismo del siglo XXI») y sus ideologías afiliadas —a pesar de su desastroso desempeño—, atraen el interés de grupos intelectuales, movimientos sociales y colectivos políticos emergentes.

En consecuencia, puede decirse que durante los próximos años el espacio de la izquierda y el pensamiento progresista estará de nuevo en disputa entre dos corrientes principales. Una de corte democrático-reformista, la otra de perfil populista-revolucionario; mencheviques y bolcheviques; socialdemócratas y comunistas, para emplear los términos del siglo XX.

II

Mirando a Chile ahora —y a las demás experiencias recientes de izquierda en América Latina—, puede anticiparse claramente la línea de evolución de aquellas dos vertientes y sus diferencias con la pugna entre reformistas y revolucionarios del siglo pasado.

Por lo pronto, ha desaparecido uno de los principales apoyos simbólicos del «imaginario alter», cual es, la creencia de que un mundo radicalmente diferente es posible, que el capitalismo no es la única opción del siglo y que aún hay un lugar reservado para la utopía. Eso creyeron muchos hombres y mujeres del siglo XX, inspirada por la revolución bolchevique y luego por la heroica URSS, patria del socialismo, sociedad sin clase, conciencia social de la humanidad. Sobre todo entre grupos de intelectuales y artistas, esa idea llegó a echar raíces y permaneció a lo largo del siglo, renovándose con Mao, Lumumba y el Che. Tal vez Sartre es el más espectacular testimonio de cómo la inteligencia de izquierdas puede equivocarse con sueños revolucionarios que pronto devienen pesadillas.

Hoy las izquierdas alternativas, antisistema y utópicas habitan el siglo del capitalismo universal y de los mercados globales, lo mismo que las izquierdas reformistas y socialdemócratas. Ambas lo saben y por eso compiten en crítica, malestar y resentimiento, sabiendo que sus ideales no son de este reino.

Ambas están condenadas a salvar su identidad en medio de una crisis permanente de su fe. A fin de cuentas, saben que trabajan nada más que para dar un rostro humano al capitalismo, aunque lo hacen con armas distintas. Los reformistas optan por formular políticas y transformar las instituciones; los revolucionarios por denunciar el capitalismo (¡y a sus reformadores!) en nombre de la dignidad humana y su igualdad.

Los revolucionarios buscan conservar el monopolio sobre el malestar, el cual creen representar y al cual pretenden dar expresión en las calles a través del grito de los indignados. Reivindican para sí la moral, el enojo y la pureza anticapitalista; la rabia y el gran rechazo; la no-contaminación con el individualismo, el lucro, los negocios, las tarjetas de crédito y el comercio pequeño burgués de los malls. En cierta medida, se han despolitizado para politizar la indignación. Han dejado de crear partidos de vanguardia para militar en sectas, compartir asambleas y formar parte de lo social. Creen en los órdenes construidos de abajo hacia arriba, o en la lateralidad de los movimientos donde todos los que marchan son iguales en la protesta.

Los reformistas, en cambio, se interesan por la polis y sus instancias institucionales; desean influir en la historia, no remar contra corriente. Optan por disputar el timón de la nave y desde allí conducir, si es posible, la navegación. Con todo, reconocen —junto con la sociología del capitalismo contemporáneo— que las corrientes son turbulentas y a ratos parecen llevarse todo por delante, como una máquina sin piloto. Son, pues, conscientes del poder destructivo-creativo (schumpeteriano) del capitalismo al que desean limitar, equilibrando al capital con el Estado y a los mercados con la reciprocidad. Tienden por tanto a ser pragmáticos e instrumentales; aspiran al control técnico y al manejo de las situaciones; entienden la política como una manera de crear, mantener y transformar el orden al ritmo de acuerdos sociales y la articulación de ideas.

Sobre todo saben —junto con Max Weber— que la política no sirve para salvar el alma ni es un espacio de virtudes que pueda recorrerse sin mirar a la cara los demonios del poder.

III

Dentro del espacio de la izquierda, revolucionarios y reformistas han disputado siempre. Lo interesante es que ahora, en el siglo del capitalismo global, cuando los revolucionarios llegan al poder a lo más que aspiran es a tomar en sus manos las palancas del capital para poner a éste al servicio del Estado, y así poder alimentar redes masivas de subsidio y prebendas para quienes integran el estamento del (nuevo) poder.

Trátase, entonces, de una «izquierda capitalista de Estado», dotada de una ideología populista, la que pretende hacer pasar por «socialismo del siglo XXI» lo que no es más que un Estado clientelar. En Chile no conocemos aún esta experiencia de nueva izquierda que bajo diversas formas ha visitado Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Sus promotores se hallan a la espera de poder desplazar a una izquierda reformista que desde hace rato se encuentra en desbarajuste, debilitada ideológicamente y sin saber qué hacer.

Así está nuestra Nueva Mayoría: dudando entre Lagos y la identidad socialdemócrata; Guillier y «más de lo mismo» que ofreció la administración Bachelet, o dar un paso hacia la formación de un «frente amplio» con la neoizquierda del tipo socialismo del siglo XXI.