El Mercurio, sábado 12 de junio de 2004.
Opinión

Joe Public

Enrique Barros B..

La realidad termina explotando en la cara de quien juguetea con el populismo.

Nuestra generación ha tenido la fortuna de vivir bajo una «pax americana». Estados Unidos es una formidable democracia de libertades, con una vibrante sociedad civil. Por eso es preocupante que la arrogancia e ineptitud mostradas en Irak transformen en un hazmerreír ese modelo político y social admirable.

George Bush comenzó la campaña por su reelección el día que llegó al poder. Los atentados de 2001 aumentaron su capital político, gracias a una represalia militar presentada como un acto de resuelto liderazgo frente al terrorismo. En estas semanas ha quedado claro, sin embargo, que «Joe Public» (como llama Bush al elector medio), antes que «Public Interest», estuvo en la mesa de decisiones cuando se discutió la guerra a Irak.

Lo anterior se potencia por una extraña concurrencia de iluminismo religioso y de fría Realpolitik. El gobierno de Bush tiene, ante todo, la cara ideológica militante del evangelismo conservador. A ese público estuvo dirigida la idea de una guerra contra el «eje del mal», que reunía artificiosamente a las antípodas del mundo árabe: un dictador secular sin ideales, cuyos mayores adversarios eran los líderes religiosos, y un movimiento fundamentalista, que usa tácticas terroristas para atacar a la nueva Sodoma.

En contraste, un grupo de fríos ideólogos, herederos de un oscuro filósofo antiliberal, vieron en Irak la oportunidad para que EE.UU., usando su poder militar sin el contrapeso de aliados decadentes, construyera un nuevo orden político mundial, que hiciera radicalmente realidad su papel de única superpotencia.

Hace un año no era raro encontrar en los autos (incluso en Massachusetts) un adhesivo que decía «El próximo eres tú, Francia». Lo asombroso es que el conductor siempre parecía una persona normal. Es improbable que los franceses estuviesen desarrollando un «foie gras» de destrucción masiva, de modo que la anécdota muestra más bien que Joe Public se creyó la historia.

La trama es conocida: «informes en derecho» afirman que el Presidente no está limitado por los tratados sobre la tortura; prisioneros que, por años, no son sometidos a un proceso legal; luchas ciegas contra milicias urbanas que sólo conducen a masacres de población civil. La guerra fácil ha derivado en un caos político y en un desastre moral.

Según un agudo cronista conservador, lo mejor que puede pasar en Irak es que se construya un orden razonable, precisamente a consecuencias de ese fracaso. A fin de cuentas, el caos, la tortura y el abuso sólo han llegado a ser un tema relevante en la conciencia tribal iraquí porque han ocurrido bajo un invasor que hablaba de orden y libertad.

A su vez, el elefante está aprendiendo a ser más cuidadoso con la cristalería. Las libertades (internas) hacen de Estados Unidos un país de asombrosa capacidad de aprendizaje (no olvidemos que el horror de Abu Ghraib se difundió por una revista norteamericana). La reciente marcha atrás del gobierno de Bush es un síntoma inequívoco de que Joe Public también ha comenzado a ver los hechos crudos: la realidad termina explotando en la cara de quien juguetea con el populismo, por fuertes que sean las emociones que se hayan movilizado.