Si en algo se parecen ambos candidatos es en la desprolijidad de sus programas. Rayan en lo ridículo.
El resultado de las elecciones fue el triunfo del camino institucional que delineó la firma del “Acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución”, la victoria de los “noviembristas” sobre los “octubristas”. Fue un balde de agua fría que modera el entusiasmo y el fanatismo, que apacigua el fervor de los promotores de una revolución en octubre del 2019 y le baja los humos a la supuesta hegemonía de los radicales. También fue un duro golpe para los que fueron condescendientes o indiferentes ante la violencia. Y un knock-out para los que renegaron de sus logros y denostaron su legado cavando su propia tumba. En definitiva, un baño de realidad que obliga a la moderación, a moverse hacia ese ligero y caprichoso centro. Hacia un centro que quedó huérfano y desamparado.
La encuesta CEP ya había advertido que Chile volvía a sus niveles preestallido, que la fiebre de octubre ya había pasado. Esta vez, casi todas las encuestas, pese al absurdo e injusto bloqueo, hicieron su trabajo. No hubo sorpresas en la presidencial. Sí sorprendieron los resultados del Senado, el quinto lugar de Yasna Provoste y el tercer lugar del candidato digital. En este mundo de la inmediatez política, del homo ludens que juega, sueña y elige digitando con un dedo, la distancia física no pudo contra la cercanía virtual de Parisi. Dejó a seis diputados e invitó a los finalistas a debatir.
Los extremos nunca son buenos. La polarización, la política de las puntas es un gran enemigo de la democracia. Es también una amenaza para los principios liberales. El in medio virtus de Aristóteles, ese justo medio, juega un rol fundamental en la ética y también en la política. Ahora los candidatos a la Presidencia se esforzarán por seducir a ese vaporoso y volátil centro, a ese esquivo equilibrio.
Kast podrá seguir invocando a Dios, rezando cuando y como le parezca, pero debe entender que Chile ha cambiado. Podrá valorar y atesorar sus creencias y convicciones, pero tendrá que aceptar y tolerar que todos no pueden ni deben ser como él. También debe alejarse de sus nietitos, entender que Pinochet es historia —mala historia— y sumar un elenco más diverso. La clave está en moverse a ese espacio más moderno, liberal y tolerante. No será fácil, pero su carácter sereno, humilde y abierto podría ayudarlo.
Para Boric la situación tampoco es fácil. El PC, que ahora tiene dos senadores y aumentó de 9 a 12 diputados, es una prisión inteligente, una fría reja que Boric solo puede palpar. Ese peso lo abruma, lo encierra y le quita libertad. Ellos tienen más de cien años de experiencia en el rudo juego de la política. El Frente Amplio, solo diez. En la noche del domingo, Boric usó ocho veces la alusión “compañeras y compañeros”. Pero al día siguiente no la usó. Para abrazar la nueva realidad política necesitará más que jugar con las palabras. Y para ser creíble deberá combinar su juventud con experiencia y su carácter fogoso con la prudencia.
Pero si en algo se parecen ambos candidatos es en la desprolijidad de sus programas. Rayan en lo ridículo. Si Boric propuso un revolucionario y peculiar “nuevo modelo de desarrollo turquesa (verde y azul), feminista y descentralizador”, además de no firmar el TPP11 y subir los impuestos como ningún país lo ha hecho, Kast pretende bajar los impuestos a niveles descabellados, salirnos del Consejo de DD.HH. de la ONU y eliminar el Ministerio de la Mujer. Ambos candidatos necesitan programas serios, realistas y bien pensados.
El cambio que señaló la ciudadanía es potente. En las urnas resucitaron los principios liberales del Estado de Derecho y la seguridad. El ímpetu refundacional y la aparente hegemonía de una izquierda más radical chocaron con la realidad. En fin, se renueva el juego de la política. Y aunque los naipes están echados, el juego continúa. Será un póquer de extremos que apuesta al centro.