El Mercurio, 25 de febrero de 2018
Opinión

La amarga verdad

Ernesto Ayala M..

En «Wormwood» se juntan las debilidades de Morris por las personalidades excéntricas y los mecanismos fríos del poder coercitivo del Estado.

«Wormwood»
Miniserie documental dirigida por Errol Morris.
Con Peter Sarsgaard, Christian Camargo, Eric Olson y Scott Shepherd.
Estados Unidos, 2017, 241 minutos.

Era posiblemente un asunto de tiempo antes de que Errol Morris terminara mostrando su trabajo en Netflix u otra compañía parecida. Después de todo, sus brillantes documentales rara vez se han visto en la pantalla grande y hasta hace poco, solo circulaban en festivales, DVD o el cable. La exposición de una plataforma de streaming parece el lugar adecuado para expandir las fronteras de su público.

«Wormwood», su último trabajo, es una miniserie en torno a lo que aparenta ser un solo hecho: la extraña muerte de Frank Olson, un científico que trabajaba para la CIA y que en noviembre de 1953 «cayó» desde el décimo piso de un hotel de Nueva York. Pero como lo sabe Morris o cualquiera que haya investigado una muerte, casi nunca hay un solo hecho, menos aun si este ha sido ocultado o tergiversado por la CIA durante décadas, a pesar de la persistencia de Eric Olson, el hijo mayor de Frank, por conocer la verdad. «Wormwood» es entonces la indagación de una muerte, una ventana a las prácticas de la CIA y el gobierno de Estados Unidos durante la Guerra Fría, la historia de un brillante psicólogo de Harvard que ve cercenada su carrera por su obsesión en conocer qué pasó con su padre y, por último, una exploración de los mecanismos manipuladores de la narración. La miniserie consta de seis capítulos, un total de cuatro horas. ¿No será mucho? Es posible. La historia propiamente periodística se podría haber contado en hora y media o dos, pero entonces el trabajo hubiera visto limitado el rango de su exploración.

En «Wormwood», nombre que refiere a la planta amarga del ajenjo, se juntan las debilidades de Morris por las personalidades excéntricas y los mecanismos fríos del poder coercitivo del Estado. Se interesa entonces por la fascinante muerte de Frank Olson, pero también por quien la relata, su hijo. Si en la primera está la oscuridad de una institución que se las ha arreglado para actuar al margen de la ley, la segunda es de sino trágico y melancólico, que no en vano el documental compara con «Hamlet».

A diferencia de sus trabajos anteriores, Morris experimenta con largos pasajes en que recrea -o ficciona, según se quiera ver- parte de los hechos narrados. Estas secciones, desde una mirada convencional, son efectivamente las más cuestionables de toda la miniserie. Sin embargo, al menos para este comentarista, no solo funcionan, sino que son indispensables al documental. Su énfasis está puesto más en la atmósfera que en lo propiamente relatado. Morris sabe filmar de una manera oblicua, suntuosa, recordándole al espectador que lo que ve es solo una posibilidad de las muchas. De hecho, hay ocasiones en que el relato «documental» desacredita secciones completas que acabamos de ver recreadas. Con esto se invita al espectador a mantener una mirada alerta y crítica respecto de lo que ve. Cuando el mismo director, que es la autoridad de la película, te señala que no puedes creer en lo que tienes delante de los ojos, te está diciendo también que tampoco debieras creer inocentemente en otros relatos que llegan desde otras autoridades. Los relatos pueden ser creados justamente para ocultar la verdad. Esta es una de las muchas lecciones de «Wormwood». Hay otras asociadas a lo trágico que puede resultar no saber cómo murió una persona querida, algo que en Chile conocemos de cerca, pero que no hemos visto indagado con la intensidad con que «Wormwood» lo hace. Definitivamente, aquí hay mucho paño que cortar.