Diarios regionales
Opinión
Educación

La autoridad y la escuela

Mauricio Salgado O..

La autoridad y la escuela

Hoy resuena en la escuela un modelo de “autoridad autoritativa” que es propia del ámbito familiar, caracterizada por la atención a las necesidades psicoemocionales de los escolares, junto con formas democráticas de vinculación en que la negociación es un pilar central de la relación.

Esta semana se conocieron los resultados de la encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP). Ella permite comprender los principales cambios que ha experimentado el país en los últimos años. Uno de los resultados más significativos es la mayor valoración por la obediencia y respeto hacia la autoridad, reconocida por los encuestados como una de las normas más importantes a inculcar entre los niños y niñas. Esta alta apreciación por la autoridad puede tener repercusiones importantes en el ámbito escolar, sobre las que es necesario reflexionar, particularmente en el contexto de la llamada crisis de la autoridad en la escuela.

La última encuesta CEP reveló que un 79% de los encuestados está de acuerdo o muy de acuerdo con que “la obediencia y el respeto por la autoridad son los valores más importantes que los niños debieran aprender”. Esta cifra contrasta fuertemente con la registrada por la misma encuesta en diciembre del 2019, un par de semanas después del estallido social, en que, frente al mismo enunciado, la cifra llegó al 46%. Sin embargo, sería apresurado concluir que hay una expectativa por volver a formas tradicionales de ejercicio de la autoridad.

En Chile, el modelo de autoridad más extendido es el de tipo autoritario. Este modelo, aún vigente, se distingue por ser discrecional y “fuerte”, caracterizado por signos de fuerza y amenaza sobre las consecuencias negativas de la desobediencia. La autoridad autoritaria exige también una obediencia mecánica de los subordinados: la conciliación no es relevante, lo importante es que obedezcan. Dada su verticalidad, este modelo es muy eficiente, pues no involucra la negociación con los subordinados y permite mantener una distancia emocional con ellos.

Este modelo ha sido puesto en cuestión producto de los procesos de individualización, la creciente demanda de democratización y la semántica de los derechos. Sin embargo, aún no hemos logrado implementar alternativas concretas a este modelo, lo que tensiona la experiencia cotidiana de las personas. Cuando pensamos en la autoridad, aspiramos a alejarnos del modelo autoritario, pero añoramos su eficiencia. Es probable que la fuerte alza en el valor que tiene enseñar a los niños el respeto y la obediencia a la autoridad que muestra la encuesta CEP sea un reflejo de esta tensión.

¿Cómo se relaciona esto con las escuelas? En la escuela, la transmisión cultural demanda prestigio y autoridad de los profesores. Pero en ella también se produce una tensión entre los marcos normativos que la orientan hoy –caracterizados por ideales democratizantes basados en derechos– y el ejercicio de la autoridad. Es decir, la orientación normativa actual de la escuela no ha logrado cuajar en modelos concretos de ejercicio de la autoridad. En este contexto, las antiguas prácticas de mando tienden a ser vistas como formas de autoritarismo y de vulneración de derechos por los escolares y sus familias. Los docentes experimentan esta tensión como incertidumbre al momento de ejercer su autoridad, lo que se traduce en abdicaciones a su ejercicio.

La autoridad docente se encuentra en constante prueba. Sin los soportes tradicionales (institucionales y culturales), parece depender más de la actuación, de la performance de los profesores. Si la actuación es decepcionante (para los escolares o sus familias), la autoridad del profesor se desploma. Hoy resuena en la escuela un modelo de “autoridad autoritativa” que es propia del ámbito familiar, caracterizada por la atención a las necesidades psicoemocionales de los escolares, junto con formas democráticas de vinculación en que la negociación es un pilar central de la relación. La pregunta es si este modelo es sostenible en la escuela, donde los recursos para mantener un modelo así son reducidos y los profesores no son formados para ejercerlo.