En los próximos días se estrena en Broadway el musical «El Hombre Araña». Desde hace varios meses se ha ofrecido en funciones de preestreno, algo habitual en grandes producciones teatrales. Parecía un éxito seguro. El espectáculo se realiza en un magnífico teatro. Las inversiones realizadas para la puesta en escena han sido cuantiosas. El director y los protagonistas son de primer nivel. La música, compuesta por Bono y The Edge, era un activo adicional extraordinario.
Sin embargo, ha sido una gran decepción y no se descarta que pueda terminar siendo un fracaso. La obra carece de un guión sólido y está llena de escenas inesperadas que el espectador no comprende mucho su razón de ser. Por supuesto, hay de repente rutinas espectaculares, pero tienen mucho de pirotecnia.
El Hombre Araña puede «volar» muy cerca de las cabezas de los espectadores, pero sin que ello le dé fuerza y emoción a la historia. En algunos casos, incluso, esos actos fallan y el superhéroe queda colgando en medio de la sala.
Es inevitable la analogía con el desempeño del Gobierno. El contexto económico y político, la reconocida capacidad del Presidente y la calidad de los equipos de gobierno, entre otros factores, elevaban la posibilidad de que esta fuese una administración capaz de sobrevivir sin mayores zozobras políticas y de llevar adelante su agenda que, si bien marcaba un cambio de énfasis respecto de administraciones anteriores, no contenía reformas que pudiesen calificarse de radicales o que, salvo unas excepciones menores, pudiesen generar grandes controversias. Sin embargo, apenas transcurrido un poco más de un año de mandato, su aprobación es reducida y la desaprobación elevada.
Pocos se habrían atrevido a anticipar esta situación el 11 de marzo de 2010. Seguramente hay muchas razones, pero existe una que se puede descartar de inmediato. No sólo no hay ninguna nostalgia por los gobiernos de la Concertación, sino que tampoco hay mayor consideración a esta coalición. El rechazo hacia ella es sumamente elevado.
Un factor principal en la situación del Gobierno es la falta de un guión. Está razonablemente claro hacia dónde el Gobierno quiere llegar e incluso son muy transparentes los criterios de evaluación que propone a la población. Ese «final», en algún momento, entusiasmó a suficientes votantes para elegir al elenco que ahora tiene la oportunidad de llevar adelante su obra. Sin embargo, esta tarea requiere una trama que concite la atención de la población y, sobre todo, que se entienda qué se está haciendo y cómo las distintas iniciativas ayudan a construir el final anunciado.
Si no hay una buena historia que les haga sentido, los espectadores se desconectan e incluso un buen final no será suficiente para recuperarlos y entusiasmarlos con el esfuerzo realizado.
En política es cierto que hay eventos inesperados que no se pueden anticipar. El terremoto y el derrumbe de la mina San José se inscriben entre estos. Pero ellos no han provocado la desaprobación hacia el gobierno. Ha sido su incapacidad para desarrollar un guión que trace la ruta del gobierno, defina los momentos de tensión y las pausas apropiadas. Sin este es muy difícil ordenar y comprometer al elenco con la obra que se pretende llevar adelante. Pero sobre todo es difícil entusiasmar al público.
En las últimas semanas se suspendieron las funciones de preestreno de El Hombre Araña. Se han incorporado nuevos guionistas y se hacen rápidamente cambios en la obra que se esperan afinar antes del estreno. Nadie sabe si ellos serán suficientes para asegurar el éxito de la obra y todos están conscientes de que la clave está en un guión mucho más fuerte y refinado.