La Tercera, sábado 12 de mayo de 2007.
Opinión

La “chapucería” del Transantiago

Leonidas Montes L..

Pensando en la campaña para promover la riqueza de nuestro lenguaje, la palabra que se me viene a la mente una y otra vez es “chapucería”. Entendida como “trabajo mal hecho, tosco o imperfecto”, refleja claramente lo que ha sucedido con el Transantiago. También es pertinente al despilfarro del ya legendario Plan Trienal 2003-2005 de Ferrocarriles. En materia de transporte público ambos proyectos nos iban a abrir las puertas al siglo XXI. Hoy sabemos que estos casos serán un lamentable hito histórico de nuestras políticas públicas.

En el Transantiago las bases de licitación y los contratos son evidencia de una chapucería supina. Nadie pudo imaginar la envergadura de la improvisación, la abismal falta de prolijidad y, en definitiva, la incompetencia con que se planificó esta supuesta revolución del transporte. Peor aún, implementar este plan, dadas sus precarias bases, fue una gran irresponsabilidad. Si las razones fueron políticas, lisa y llanamente sería imperdonable.

Aquellos que todavía sostienen que Chile es un ejemplo en accountability, no se engañen. Sólo unos pocos iluminados sabían cómo planificar nuestro transporte. Las bases fueron hechas a puertas cerradas. Muchos contratos, entre gallos y medianoche. Ni siquiera escucharon a los alcaldes. Y de la participación ciudadana, para qué hablar. Esa promesa sólo quedó en el programa de Bachelet.

Peor aún, las cosas no parecen mejorar. Muchos próceres de la Concertación todavía no entienden la importancia de rendir cuentas. No quieren reconocer el beneficio social que implica el hecho de que la información esté disponible. Creen que aún estamos en los inicios de los 90. Pese a las buenas intenciones de algunos, el accountability en nuestro país es pobre. En la mayoría de los casos la información se revela después de que se levanta el escándalo. Así fue con las becas. Y por si fuera poco, la información que se entregó es parcial. Los contratos del Transantiago -aprobados por profesionales que, prefiero pensar, desconocían el concepto de los incentivos- sólo aparecen a petición del Congreso cuando se gatilla esta monumental chapucería. Si hubiesen visto la luz pública antes, más de alguien habría reparado en sus falencias. El oscurantismo aún ronda.

El ministro Cortázar reza para que no llueva. Por otro lado el Presidente del Metro, por discrepancias por una eventual triangulación de fondos, abandona el tren. Nuestro Metro funcionaba bien y era motivo de orgullo. En el ruedo político arde Troya. Hay buenas razones para ello. Pero a mi juicio lo más grave es la falta de transparencia. La gran familia de la Concertación se cobija detrás del velo de la opacidad.

Hoy no parece sorprendernos que el administrador de muchas de nuestras empresas públicas, el médico Patricio Rojas, sea un político DC de tomo y lomo. Donde realmente se requiere un administrador de empresas, se instala un administrador político. Rojas ya ha dado muestras de su competencia en asuntos políticos cuando, consultado por el Senado ante el posible uso de Ferrocarriles con fines electorales, declaró con inusitada desenvoltura que “todas las decisiones de los trenes son políticas, desde el Presidente Balmaceda en adelante”. Una frase para el bronce que en nuestro país pasó prácticamente desapercibida. Tampoco parece preocuparnos que Luis Ajenjo (DC), responsable de “administrar” más de mil millones de dólares del Plan Trienal 2003-2005 de EFE, haya declarado a este medio “no soy experto en trenes”. La pregunta entonces es ¿por qué llegó ahí? ¿Cree usted que le ayudó pertenecer a la solidaria familia de la DC?

En el Transantiago el daño ya está hecho. Las cosas se hicieron muy mal. Pero la gente ahora necesita soluciones, no culpables. Recién se conoce un desembolso que, incluyendo una compensación a regiones, ascendería a US$ 580 millones. Queda aún mucho por discutir, pero hay un error que no se puede cometer nuevamente: ignorar las fuerzas del mercado. Si el subsidio es urgente, también lo es conocer las tarifas reales. Sólo así encontraremos una solución que permita que las actuales tarifas suban gradualmente hasta estabilizar el sistema a su costo real. No olvidemos que el mercado, si se le ignora, puede ser cruel. Y brutalmente cruel con los errores.