La Tercera, 17 de febrero de 2013
Opinión

La competencia filantrópica

Leonidas Montes L..

El impasse que se ha generado en relación al supuesto conflicto de interés del director del Servicio de Impuestos Internos nos ayuda a reflexionar sobre un tema más profundo. La gran noticia fue que su familia mantiene hace años un contrato a largo plazo por un arriendo de terrenos a Cencosud. A mi juicio, en esto no hay conflicto de interés alguno. Las acusaciones sólo obedecerían al interés de crear un conflicto político. Y no hay nada reprochable en esto. Son las reglas del juego político. Lo curioso es la soterrada incomodidad que ha generado esta situación. En la tradición del republicanismo clásico, la riqueza era percibida como una especie de garantía de independencia e imparcialidad. De hecho, en el mundo anglosajón es bien visto que aquellos que conocen el teje y maneje del mundo privado, y que han sido exitosos, dediquen años de su vida aportando con esa mirada al servicio público. Ejemplos hay muchos. En cambio, en Chile, con los grados de desconfianza que nos agobian, la riqueza pareciera ser motivo de sospechas.

Esta percepción es preocupante y merece un breve análisis. Efectivamente, Max Weber tenía un punto cuando sugería, en su “Etica Protestante y el Espíritu del Capitalismo” (1905), que la tradición protestante es diferente a la católica. Desde los calvinistas – según Calvino, Dios premiaría con el éxito en vida- pasando por los presbiterianos escoceses hasta los protestantes actuales, la riqueza y el éxito han sido motivo de admiración. Aunque los teólogos discuten cuál es la traducción correcta, la frase del Evangelio “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el Reino de los Cielos” (Mt 19: 23-24) tiene su peso y su sombra en nuestra tradición católica. Su interpretación ha llevado a una especie de sentimiento de culpa. Y quizá, cierto resentimiento.

¿Se ha fijado que muchas bancas en los parques ingleses o americanos llevan un nombre en una placa? ¿Ha visto cómo en las grandes universidades personas dejan un endowment para construir un laboratorio, un auditorio o una biblioteca que lleve su nombre o el de un ser querido? ¿Ha notado las cátedras o Professorships que financian a un profesor en un área determinada, o esas Lectures que son una charla pública anual financiada por algún endowment? En Chile, de todo esto, sabemos poco o casi nada.

Recuerdo que durante el invierno del 2006 estaba, por compromisos académicos, en George Mason University. Un día, de regreso al hotel, casualmente prendí la televisión y estaban entrevistando a Bill, Melinda Gates y Warren Buffett. La razón era que Buffett había donado gran parte de su fortuna a la fundación Bill and Melinda Gates. Y la conversación era fascinante. Quién mejor, según Buffett, para administrar estos recursos con fines benéficos que Bill Gates, en ese entonces el hombre más rico del mundo. Buffett no quería nada a cambio, ni siquiera participar del directorio. Consultado por la opinión de sus hijos por esta donación, declaró: “A mis hijos les voy dejar lo suficiente para hacer algo, pero no lo suficiente para hacer nada”. Warren Buffett, el sabio o el mago de Omaha, también explicó lo que para él significaba devolverle a la sociedad todo lo que había recibido. Antes de su donación ya era admirado en EE.UU. Desde 1958 ha vivido austeramente en la misma casa que compró por 31.500 dólares. Durante la crisis financiera del 2008 escribió una columna llamando a comprar acciones americanas (”Buy American. I am.”, New York Times). Y a fines del 2010, Warren Buffett, Bill Gates y Mark Zuckerberg (CEO de Facebook) firmaron una promesa para donar al menos el 50% de su fortuna. Estacampaña gatilló el “philanthrocapitalism”.

¿Y qué sucede en Chile? Claramente no existen esos niveles de filantropía. Pero tampoco esa necesaria admiración o aprobación social. Muy por el contrario. Recuerdo cuando en el año 2005, Horst Paulmann, quizá hoy el hombre más rico de Chile, fue, a petición del Presidente Ricardo Lagos, nacionalizado por gracia. Paulmann es hijo del mérito: partió de cero. No le debe nada a nadie. Ni siquiera pudo terminar su educación escolar. Pero algunos senadores de izquierda se opusieron con vehemencia a su nacionalización. Posiblemente en EE.UU., Paulmann sería un héroe, el sueño americano encarnado. En cambio, en Chile fue vilipendiado.

Por otro lado, está el tema socio-cultural. Chile es un país católico y austero. La mayoría de los empresarios también. No son proclives a aparecer donando y menos repartiendo billetes. Pero existe una discreta y silenciosa filantropía sin aspavientos. Sólo piense en las iniciativas educacionales de Andrónico Luksic con Harvard, MIT y Columbia. Vea lo que ha hecho la familia Matte, desde 1856, en la Sociedad de Instrucción Primaria, que hoy tiene casi 20.000 alumnos. Angelini en la Universidad Católica. O la notable iniciativa del Teatro del Lago de la familia Schiess en Frutillar. Aunque ejemplos sobran, la publicidad escasea.

¿Y qué debería pasar en Chile a futuro? A medida que el país crece y el número de billonarios y súper millonarios aumenta, el verdadero progresismo liberal – para el cual la beneficencia no es monopolio del Estado – irá promoviendo la competencia por la filantropía. Será un camino lento, gradual e inexorable, que se apuraría con algunos cambios. Por de pronto, en términos socioculturales, la riqueza debe ser vista como algo positivo, meritorio y alcanzable. Evidentemente también ayudaría si se incentivaran las donaciones privadas.

Profundizar y mejorar el modelo de la Ley Valdés parece un imperativo para avanzar hacia esa sana competencia por devolverle a la sociedad.