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La complejidad del mundo mapuche

Juan Luis Ossa S..

La complejidad del mundo mapuche

La historia y la sociología política enseñan, en definitiva, que las sociedades son móviles, complejas y dinámicas. La evolución y el intercambio transcultural del que han sido objeto los mapuche así lo atestigua.

La RAE define la palabra “complejo” como algo “que se compone de elementos diversos”. Eso es, me parece, lo que ocurre con el mundo mapuche, cuya cultura ha evolucionado históricamente producto de distintas relaciones en un territorio que abarca los cuatro puntos cardinales. De ahí que hablar monolíticamente de “lo mapuche” -como si los miembros de una cultura pensaran y actuaran siempre igual- sea tan errado como hablar de “lo chileno”: el peligro de caer en esencialismos puede socavar una comprensión cabal del tema.

Un ejemplo del dinamismo que recorre esta historia dice relación con las posiciones sostenidas por las comunidades mapuche durante las guerras de independencia. Los “angolinos” y “costinos” se sumaron a los ejércitos del rey, mientras que los “pehuenches” y “llanistas” a los de la revolución. Nada extraño considerando que los grupos humanos se mueven por agencias y prácticas que cambian según las circunstancias y necesidades que coexisten en tiempos y espacios determinados.

Esta advertencia metodológica puede ayudarnos a comprender una encuesta reciente del Centro de Estudios Públicos (CEP), donde se recogen las “actitudes y expectativas de quienes habitan en las regiones del Biobío, Araucanía, Los Ríos y Los Lagos con el fin de reflejar [sus] diferentes realidades”. Dicho objetivo se materializó a partir de dos muestras: la primera refiere a población que se autoidentifica como mapuche, la segunda a personas que no lo hacen como tal, pero que viven/trabajan en esas zonas.

La encuesta -que entrevistó cara a cara a 2.915 personas, de los cuales 1.374 se autodenominan como mapuche- considera aspectos identitarios, políticos y regionales, además de distintos tipos de vínculos intergrupales. Algunas conclusiones relevantes, y que dan cuenta de que el mundo mapuche no puede ni debe esencializarse, apuntan a: (i) temas culturales como el idioma, (ii) posiciones ideológicas y (iii) las principales preocupaciones de los habitantes de las cuatro regiones.

Respecto a lo primero, un 76% de los “mapuche urbanos” no habla ni entiende el mapudungun (en el caso de los “mapuche rurales” es el 57%), un dato que demuestra al menos dos cosas: por un lado, que la mayoría de ellos convive en ambientes multiculturales y que, en consecuencia, muchas veces lo mapuche se superpone con otras expresiones identitarias. Por otro, y debido a lo anterior, que el Estado debería incentivar la enseñanza de dicha lengua entre los niños y jóvenes del país. En efecto, una mayoría prefiere que los recursos -siempre limitados- se utilicen más en “educación, capacitación y salud” que en otras alternativas de reparación, como la “restitución de tierras”.

Quizás esto explique por qué tan sólo un 12% de los encuestados mapuche está a favor de la plurinacionalidad, un concepto que sale muy mal parado frente a las opciones “Estado multicultural donde conviven las diferentes culturas” y “Estado nación donde conviven las personas sin distinción de culturas, pueblos o naciones”. Mucho más importante que ese concepto es, para los encuestados, la preocupación por el orden público y el narcotráfico. La muestra arroja, de hecho, datos similares a los de la Encuesta CEP Nacional de mayo de este año, cuando los índices en torno a la (i)legitimidad de la violencia volvieron a los números pre-estallido.

La historia y la sociología política enseñan, en definitiva, que las sociedades son móviles, complejas y dinámicas. La evolución y el intercambio transcultural del que han sido objeto los mapuche así lo atestigua.