La Segunda, 30 de octubre de 2012
Opinión

La contienda electoral

Leonidas Montes L..

Después de la contienda electoral algunos lograron el éxito y otros, la gloria. Fuimos testigos de la proliferación de los rostros políticos. Vimos carteles, palometas y eslóganes simplones. Incluso, en ciertas esquinas estratégicas personas ancladas agitaban, ya sea con desidia o vehemencia, carteles con rostros. Aunque esta maniobra no parecía ser la forma más efectiva para ganar adherentes, ahí estaban, moviendo las banderas. Porque la política también tiene algo de la TV. Finalmente son personas que, escudadas en un rostro, buscan aquel rating que entrega el electorado en las urnas. Afortunadamente, esta búsqueda de aprobación no es sólo farándula. Aunque las emociones y los sentimientos también juegan un rol, la actividad política exige encantar a las audiencias con un discurso, un proyecto e ideas atrayentes. Con la inscripción automática y el voto voluntario, el balance electoral fue, en términos de rating político, lamentable. La desafección ante la actividad política, reflejada en la crisis de participación —y representación—, es evidente. Es una realidad abrumadora y preocupante. Pero es también una señal potente que deja algunas lecciones.

La verdad es que fue una campaña tediosa, en la que efectivamente hubo sorpresas. El Gobierno y la Coalición tienen poco que celebrar. Naturalmente, las expectativas, promovidas por las encuestas, fueron exageradas. El olvidable capítulo del balcón es la mejor imagen de la exuberancia electoral. Es más, cuando los resultados preliminares enSantiago eran una tendencia prácticamente irreversible, las declaraciones del ministro Golborne saliendo del departamento de Pablo Zalaquett nos recordaban la importancia de la experiencia política. Así como un rostro de la TV debe cuidar su credibilidad, un importante rostro de la política no puede poner en riesgo su capital.Como dicen los políticos de fuste, las elecciones se ganan en las urnas. Y las celebraciones sólo se inician con los resultados.

En la tradición republicana, la palabra “gloria” juega un rol fundamental. Para los griegos, la gloria es la “doxa”, que es la opinión. Esto quiere decir que la gloria se relaciona con la opinión de los demás. La votación política refleja la opinión de los otros respectodel candidato. En Grecia, Roma y en repúblicas como Florencia y Venecia, el sentido republicano de esta conexión tenía mucho sentido. Hoy también lo tiene.

En efecto, si la política nos muestra lo peor de la especie humana, a ratos también irradia lo mejor de nuestra naturaleza. El discurso de Labbé ante la derrota ya es parte de una antología histórica. Después de esta elección, el coronel vuelve —literalmente “sin pena, ni gloria”— a los cuarteles de invierno. Es cierto que su gestión fue admirable, pero también es cierto que sus declaraciones lo sitúan en un plano ajeno a la realidad. En cambio, la actitud republicana y empática de un Pablo Zalaquett, humanamente acongojado, o de un Pedro Sabat, reconociendo la derrota ante unos pocos votos, son gestos republicanos que reflejan la entereza y dignidad de las personas. Y esto es valioso, ya que en Chile no somos buenos para los reconocimientos ni tampoco para los gestos republicanos. Fíjese que, a diferencia de lo que ocurre en otros países, no estamos acostumbrados a escuchar palabras de reconocimiento para el derrotado. Enceguecidos por el sabor de la victoria, muchos elegidos sucumben ante los vítores del éxito.

Pocas veces dos candidatos han sido más complementarios en sus carencias como Golborne y Allamand. La combinación de ambos sería el sueño de cualquier asesor comunicacional. Uno con su cercanía y simpatía. El otro con su experiencia política y estatura republicana. La sonrisa del que disfruta del cariño de la gente contrasta con el ceño fruncido de quien fue forjado en el ejercicio de la política. Para el Gobierno, la decisión de darles rienda suelta a los ministros presidenciables pareciera ser lo más acertado. Será una campaña dura —la derecha siempre lo ha sido—, pero es mejor tenerlos compitiendo que peleando dentro del gabinete. Al menos la competencia los obliga a destacar los logros del Gobierno. Y si bien esta competencia no impedirá el efecto del pato cojo, posiblemente sí evitará el síndrome del pato sin plumas.