La cómoda posición de Bachelet se explica en parte porque los candidatos aliancistas están hasta ahora enfrascados en un juego de suma cero, redistribuyéndose los votos de su sector.
Restan dos meses y medio para las elecciones y Michelle Bachelet sigue al frente de la carrera presidencial. Además, la percepción de que ella se ceñirá la banda presidencial en marzo próximo sigue creciendo en la población. Según la última encuesta nacional del CEP, el 71% así lo cree, una cifra que es ocho puntos porcentuales más alta que hace dos meses. Y aunque no tiene completamente abrochada la elección, su posición sigue siendo envidiablemente sólida. Tanto que existe la posibilidad de que la contienda presidencial se resuelva el mismo 11 de diciembre. En todo caso, de producirse una segunda vuelta obtendría una cómoda victoria sobre cualquiera de los dos candidatos aliancistas.
Aunque Bachelet aparece muy consolidada, la disputa por la Presidencia todavía le puede deparar sorpresas. Desde ya retrocede por primera vez en la proporción de personas que espontáneamente mencionan que les gustaría verla en La Moneda en el próximo período presidencial. Por otra parte, si bien la gente sigue evaluándola muy bien en distintos atributos personales, la visión de la población es levemente menos favorable que hace dos meses. Si esta tendencia se fortalece, su mayor debilidad relativa en temas prioritarios para la población como delincuencia y empleo pueden comenzar a jugarle una mala pasada. De hecho, algo de esa mirada menos entusiasta hacia su candidatura se ha trasladado también a la percepción de su capacidad para abordar problemas que son prioritarios para la ciudadanía. Así, el entusiasmo inicial que generó su candidatura parece haberse estabilizado y revertido marginalmente. Por cierto, todas estas variaciones son poco significativas y no constituyen una indicación de debilidad, aunque así es como comienzan a perder sus ventajas los candidatos favoritos.
En parte, esta cómoda posición se explica porque los candidatos aliancistas están hasta ahora enfrascados en un juego de suma cero, redistribuyéndose los votos de su sector. Las menores diferencias entre Piñera y Lavín obedecen a esta lógica y por eso la diferencia de votación entre Bachelet y la suma de los candidatos aliancistas permanece hace meses relativamente intacta. El candidato presidencial de RN no parece haber logrado penetrar en el electorado concertacionista como alguna vez imaginó. En parte, porque a diferencia de la elección presidencial pasada, la DC está claramente identificada con la candidatura concertacionista.
Principalmente el resultado de que, a diferencia de la anterior, ésta va acompañada de una contienda parlamentaria y que en el caso de la disputa a la Cámara Baja tiene al partido de la flecha roja con presencia en todos los distritos del país. Pero también porque su candidatura aún no logra construir un mensaje que entusiasme a ese electorado concertacionista menos ideologizado y, por tanto, más dispuesto a cambiarse de candidato como ya ocurrió en 1999. Hasta ahora ha gastado muchas municiones en diferenciarse de Lavín, algo que a estas alturas el electorado de todos los colores tiene muy claro y aunque puede ser una condición necesaria para crecer en ese electorado está lejos de ser suficiente.
Lavín aparece desgastado y con pocas posibilidades de ser él quién provoque eventualmente una segunda vuelta. Pero también es difícil que su candidatura pueda perder mucho más respaldo del que ya ha perdido. Después de todo, una parte significativa del electorado ya votó por él una vez y, además, la proporción que estima que él lo haría bien al frente del gobierno es más alta que su nivel de apoyo actual. Así, las posibilidades de Piñera de seguir creciendo están más bien en la vereda del frente que en la propia. La encuesta del CEP revela que no está mal parado para intentar esta aventura en la última parte de la campaña. Es la cuarta figura política mejor evaluada por la población y el rechazo a votar por él se ha reducido significativamente en más de 10 puntos porcentuales en los dos últimos meses.
Con todo, tiene debilidades que no hacen fácil su tarea. Es una figura que se percibe como poco cercana a las personas, algo que afecta su proyección en las votantes y en los grupos socioeconómicos más bajos. Su imagen de empresario exitoso contribuye poco a generar ese acercamiento. Probablemente necesita mostrar más sus fracasos y decepciones, mostrar una cara que permita que más gente se pueda identificar al menos en algunos aspectos con él. Pero tampoco lo ayuda la poca confianza que tiene la población en su capacidad para abordar temas que ésta considera cruciales. En delincuencia, por ejemplo, no sólo está más abajo que Lavín sino que también que Bachelet. En empleo supera marginalmente a Lavín, pero está muy por debajo de Bachelet. Si Piñera no logra ganar credibilidad en ambos temas, difícilmente podrá forzar una segunda vuelta. En ese caso difícilmente podrá superar en votación a Lavín y aspirar a liderar la oposición los próximos años. Debe correr mayores riesgos si quiere tener un papel más destacado en la historia política del país.