En los últimos cuatro meses, el riesgo de una crisis financiera y soberana sistémica en Europa se ha reducido significativamente. A esto han contribuido varias iniciativas recientes.
Primero, el programa introducido por el Banco Central Europeo (BCE) orientado a restablecer el funcionamiento del mercado monetario de la zona a través de la compra, sin límites, de bonos y letras públicas con un período residual de hasta tres años en los mercados secundarios (el programa OMT, por sus siglas en inglés).
A este programa podrán optar países que recurran al apoyo de los fondos de rescate europeos, condicionados a un programa de ajuste aprobado y supervisado por las autoridades europeas.
Segundo: las medidas de ajuste y las reformas introducidas por los países con dificultades. Y tercero: al progreso, si bien aún lento, en el fortalecimiento de la institucionalidad de la Unión Monetaria a través de reglas fiscales y de los primeros pasos para la creación de una Unión Bancaria.
A pesar de este significativo progreso, la situación europea aún es frágil como para crear las condiciones de una estabilidad duradera y para que los países periféricos obtengan condiciones más propicias para el crecimiento.
En el resto de los países avanzados, EE.UU. enfrenta su problema del precipicio fiscal, mientras que Japón está, una vez más, en recesión. En el mundo emergente, Brasil ha seguido con un crecimiento débil, pero China sigue entregando señales de mayor dinamismo, dejando atrás el riesgo de aterrizaje abrupto. Esta última es una buena noticia para Chile por sus efectos en el precio del cobre y en el ingreso nacional.
En cuanto a crecimiento mundial, en el escenario más probable, Europa volverá a registrar otra caída en el producto en el 2013 y tendrá bajo crecimiento por algunos años mientras se restructuran sus economías. Por otro lado, después de una ardua negociación, que está afectando las expectativas y el crecimiento, lo más probable es que EE.UU. llegue a un acuerdo para poner sus finanzas públicas en una senda sostenible y debiera seguir creciendo en torno a su tasa de crecimiento potencial, esto es el 2% anual, apoyado en una agresiva política monetaria.
Japón debiera volver a crecer apoyado por una agresiva política monetaria orientada a llevar a la inflación a un nivel en torno al 2% anual. En el caso de China, es probable que crezca el próximo quinquenio a una tasa promedio anual entre el 7,5 y el 8,5% mientras avanza en la restructuración de su economía desde la inversión y las exportaciones al consumo interno y los servicios.
Como resultado, después de crecer un 3,8% el año 2011, la economía mundial crecería en torno al 3% este año y algo menos el próximo.
Chile es un caso aparte. A pesar de la crisis europea y el bajo dinamismo de la economía mundial, está completando los mejores tres años en más de una década en términos de crecimiento, desempleo e inflación.
A estos resultados han contribuido varios factores. Primero, el buen manejo macroeconómico y la fortaleza de su sistema financiero han acotado el contagio de la crisis internacional. Segundo, los favorables términos de intercambio -que se anticipan que se mantendrían favorables por algunos años más-, que han impulsado un salto importante en la inversión minera y en el gasto privado. Tercero, las favorables condiciones financieras que han enfrentado el país, las empresas y las personas.
Lo anterior, unido a la reconstrucción de los destrozos del terremoto, ha generado un aumento importante en la demanda interna, las expectativas de consumidores y empresarios, el empleo y en los salarios reales.
Pero detrás de estas muy buenas cifras agregadas se esconden dinámicas muy distintas y algunas señales de alerta.
Por un lado, se expanden la minería y los servicios y la construcción, mientras que, por otro lado, la industria que compite con importaciones y las actividades que exportan productos distintos al cobre y a otros productos que han tenido ganancias importantes de precios, sufren los efectos de la apreciación cambiaria y de los aumentos del costo de la mano de obra y de la energía.
Además, cifras más recientes muestran que mientras el producto pierde dinamismo, la demanda interna se mantiene dinámica. Esto resulta en presiones de demanda, en aumento y un mayor deterioro en la cuenta corriente. De otra parte, el crédito bancario y la masa salarial real (empleo por salarios reales) pierden dinamismo -por mayor cautela de los bancos y la escasez de trabajadores- lo que debiera contribuir a moderar el crecimiento de la demanda interna.
Pero si la demanda interna no se desacelera lo suficiente, existe el riesgo de que la economía comience a mostrar signos más pronunciados de calentamiento tanto a nivel macro como en los precios de activos.
De hecho, una preocupación reciente ha sido la posible incubación de una burbuja inmobiliaria cuya corrección futura puede afectar la estabilidad financiera. En esto es importante destacar que las evidencias hasta ahora son tenues, pero es un área que debe seguir siendo monitoreada.
Estos temas serán sin duda una preocupación central de los Informes de Política Monetaria (IPoM) y de Estabilidad Financiera (IEF) que el Banco Central presentará la próxima semana.
Si en el escenario central del IPoM se proyecta que, con la actual tasa de política monetaria y con el dinamismo proyectado para la demanda interna, la inflación y el déficit en cuenta corriente ponen en riesgo el mantenimiento de la estabilidad de precios y de las cuentas externas, entonces de confirmarse en el tiempo su escenario central, el Banco Central evaluará el tipo de acciones correctivas que serían necesarias.
En el caso de señales más sólidas de la gestación de una burbuja en precios de activos, lo más adecuado es reforzar la regulación micro y macro prudencial (modelos de riesgo y de estimación de provisiones, monto del préstamo en relación al valor de la propiedad, relación entre el dividendo y el ingreso disponible del que solicita un crédito, uso de capital de los créditos hipotecarios e inmobiliarios), más que poner el peso en las alzas de tasas, debido a sus reducidos efectos en los precios de activos y, a la vez, por sus efectos apreciativos en el tipo de cambio real.
Este último efecto se intensifica en circunstancias como las actuales, donde los diferenciales de tasas de interés y de crecimiento entre Chile y los países avanzados son pronunciados y en que estos últimos están embarcados en programas de expansiones monetarias agresivas.
Pero Chile también tiene retos por el lado de la oferta. En primer lugar, el país tiene que hacerse cargo del lento crecimiento en la oferta de energía y el consiguiente alto precio de ésta que afecta las perspectivas de crecimiento. Aquí, se debe trabajar para llegar a un acuerdo nacional que permita agilizar los procesos de aprobación y puesta en marcha de los proyectos con un debido respeto a la institucionalidad ambiental y legal vigente.
Tenemos el reto también de utilizar los beneficios del crecimiento y de los favorables términos de intercambio para fortalecer las condiciones para seguir creciendo a tasas altas con una menor dependencia del cobre y al mismo tiempo progresar más decididamente en mejor la distribución de las oportunidades y del ingreso.
En esto tenemos dos grandes avenidas donde avanzar. Primero debemos mejorar significativamente las habilidades cognitivas de la población, a través de un aumento en la cobertura y la calidad de la educación que reciben los niños y jóvenes que acuden a centros públicos de educación preescolar y escolar. Segundo, debemos mejorar la calidad del Estado, para contar con mejores políticas públicas y reducir los costos de transacciones asociados a las políticas sociales y al emprendimiento privado.
Como lo planteaba en mi columna anterior, Chile ha avanzado significativamente en los últimos 30 años. Además, estamos completando tres años de muy buenos resultados macroeconómicos, pero tenemos algunas luces amarillas en el entorno macro de corto plazo y algunas algo anaranjadas y casi rojas en el de mediano plazo.
Las primeras van a mantener ocupadas a nuestras autoridades monetarias y fiscales en los próximos trimestres y las segundas, y no me canso de repetirlo, exigen un gran acuerdo país, para poder sostener altas tasas de crecimiento, seguir mejorando el bienestar de la población y reducir las brechas de oportunidades.