El Mercurio, 29 de junio de 2014
Opinión

«La danza de la realidad», de Alejandro Jodorowsky: Metáforas y ternura

Ernesto Ayala M..

Tal como el dibujo de una pipa no es la pipa, prácticamente todo lo que el cine nos muestra es una ficción. Incluso el cine documental está sometido a las restricciones del encuadre, las manipulaciones del montaje y las intervenciones del director. Esto no significa que a través de estas mentiras no se revelen verdades sobre lo que vivimos y sentimos, lo que es un arte y un misterio. Pero no hay que perderse: una película realista no reproduce la realidad, sino ciertas convenciones de lo que entendemos por real.

Esas convenciones nos gustan, sin embargo. No solo por costumbre, sino porque nos permiten conectarnos más fácilmente con lo que vemos. Baja nuestras barreras de incredulidad. Pero hay cierto cine que se rebela contra estas convenciones y prefiere recordarnos que solo estamos frente a una película. En el cine de Raúl Ruiz, por ejemplo, la intención de distanciar al espectador viene junto a la intención de que él reflexione sobre lo que está viendo. En el caso del cine de Alejandro Jodorowsky, específicamente de «La danza de la realidad», su última cinta, la explícita irrealidad tiene fuentes de otro orden. Proviene, quizás, de que las convenciones realistas le parecen al director limitadas y aburridas, pero también de su convencimiento en el poder de las metáforas. Jodorowsky es un hombre que se expresa a través del teatro, tarot, narrativa, aforismos, ensayos y performances . En todas esas vías, la metáfora es central. Para Jorodowsky, tal como para Jung o Joseph Campbell, el inconsciente no recibe ni comprende la lógica racional, sino que habla el lenguaje de las metáforas. Son ellas las que tocan las cuerdas de nuestro interior.

Se supone que «La danza de la realidad» es un relato autobiográfico de la infancia de Jodorowsky, de sus días en Tocopilla bajo un padre autoritario y la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo (Bastián Bodenhöfer). Pero esto es un marco muy general. La acción comienza en 1929, año en que nació Jorodowsky, pero en la cinta tiene ya 11 años (Jeremías Herskovits). Su madre (Pamela Flores) habla exclusivamente cantando como una soprano. Los transeúntes de Tocopilla pasean con máscaras inexpresivas. Hay una tropa de tullidos pendencieros. Personajes insólitos aparecen aquí y allá. La cinta tiene una larga secuencia que deja la mirada del joven Alejandro para seguir al padre (Brontis Jodorowsky), que viaja a Santiago con la intención de asesinar a Ibáñez. Contarlo todo sería una hazaña. La película es menos lisérgica que «El topo», cinta de 1970 que convirtió a Jorodowsky en un director de culto, pero de todas maneras es episódica, excesiva, sobreactuada, muy loca. Con todo, vaya que funciona. Por un lado, es una historia de iniciación, de un niño que comienza ser adulto y, por el otro, de una padre autoritario que reconoce sus culpas y abraza el amor. Al mismo tiempo, en la travesía de ese padre hay también un metáfora de los últimos cuarenta años de Chile. Pero quizás no. Quizás es solo una idea de este comentarista. «La danza de la realidad» puede leerse de muchas maneras y dudo que haya algunas más correctas que otras. Los planos tienen mucha información y las metáforas son explícitamente abiertas. Lo que sí es innegable es que hay humor y ternura, una mirada compasiva sobre unos y otros. Sus preocupaciones no son intelectuales -como en Ruiz-, sino emotivas. Pese a que uno suele preferir el cine realista, es imposible dejar de conmoverse.

La Danza de la realidad
Dirigida por Alejandro Jodorowsky.
Con Brontis Jodorowsky, Pamela Flores, Jeremías Herskovits y Alejandro Jodorowsky.