El Mercurio, 19 de junio de 2018
Opinión

La derecha, dos almas

Joaquín Fermandois.

La libertad posee una base de la que se diferencia y a la que transforma, aunque no necesariamente niega en su totalidad. En esta zona se encuentra con la idea conservadora.

En su búsqueda de redefinición, la derecha en estos días modula la expresión «liberal» como horizonte privilegiado. Sucede justo cuando, como nunca en los últimos 80 años, se ha visto tan vigorosa en el favor electoral.

Cierto, lo que es derecha e izquierda hoy por hoy no muestra la misma densidad que hace 50 años, y la fortuna política es demasiado volátil: así como en muchos países jamás ha tenido ni remotamente la significación que tuvo en el nuestro -o en Francia, por nombrar un caso famoso en este sentido-, también puede desaparecer de la faz política de la tierra. No será gratis ni creo que sea bueno para la democracia. Y no se tratará de un proceso repentino, sino que va a tener cierta duración. Su desaparición no podrá tampoco abolir una representación que surgió con lo humano, la tensión entre la conservación y el cambio, condición existencial de todos nosotros, ayer, hoy y mañana. A lo mejor subsistirá enmascarada.

Resulta entonces señero este dilema de la derecha de asumir el moderno liberalismo -en parte explícita anglosajón, en parte más difusa del liberalismo de izquierda europeo- como nuevo norte en los desafíos que imponen los tiempos que nos van arribando, absorbiendo de manera completa el ideario de la emancipación personal, aunque deba tragarse las palabras de un pasado tanto próximo como remoto. Sin embargo, se debe arrojar un pelo a la sopa.

No existe libertad sin más, sino que esta surge a la vida ante las contrariedades del existir, combate en medio de corrientes encontradas. Es tanto la capacidad de elegir libremente como la de oponerse a imposiciones. Y, otra manera de enfocarla, parafraseando a Mario Góngora, sería la disposición a decir no a lo que la gran mayoría acata borreguilmente como el último grito, la orden del día, porque el ser humano no debe ser «un mero reflejo de cosas externas». Cuidado con esa democracia que condena a un Sócrates, afirmaba.

La libertad entonces posee una base de la que se diferencia y a la que también transforma, aunque no necesariamente niega en su totalidad. En esta zona se encuentra con la idea conservadora, que surge como un llamado de atención de que a lo existente le asiste una razón de ser, y contempla con escepticismo comprensible la adoración por lo nuevo. En el pasado reside una sabiduría. ¿Cómo es esta en su traducción cotidiana? Es lo que debe elucidar, entre otras, la razón política. La búsqueda de la libertad en cuanto autonomía es una posibilidad. Se expresa en ese liberalismo que también tiene una duda de sí mismo sin la cual solo tendríamos un nihilismo más. Su rostro es lo que puede llamarse «liberalismo crítico», que es una de las versiones de la síntesis liberal-conservadora, una de las fórmulas políticas más fecundas de la modernidad (otra lo es la liberal-socialista). Un conservadurismo aislado de la contraparte liberal estaría condenado a ser una secta política, sin mayor influencia más allá de una feligresía limitada; a un conservadurismo necesario le es inherente también un dinamismo de cambio y adaptación.

¿Podría ser que una derecha liberal no requiera de una cara conservadora y que esta simplemente dejara de existir? El instinto conservador, por osmosis, reaparecería en la izquierda, como lo ha hecho en algunas esferas con la política identitaria, al final casi siempre transmutándose en abstracción utópica; o surgiría en algo distinto, como el fundamentalismo islámico. ¿Una probabilidad anacrónica? Desde el 1900 en el mundo se han sucedido tantos anacronismos que ya nada se puede desechar. Mejor que la derecha asuma que tiene dos almas, liberal y conservadora, donde radica su potencial.