Ahora que la campaña del plebiscito de septiembre ya ha comenzado, la derecha debe evitar emular la estrategia del toro en este ruedo constitucional.
Como cada año, Madrid se viste de fiesta para conmemorar a su patrono, San Isidro Labrador. Una de las principales actividades de esta festividad son las corridas de toros en la famosa Plaza de Las Ventas. Y aunque controversiales, cada corrida dentro de ese ruedo supone un baile cuya ritualidad y ritmo hipnotizan a los miles de espectadores.
La corrida se divide en tres partes, en las que sus protagonistas deben realizar diversos actos llamados -no sin ironía- suertes. En el primero, el torero y sus ayudantes estudian al toro y sus embestidas. Utilizan sus capas para provocarlo desde distintas partes del ruedo a fin de que éste corra de un lado a otro y se canse. Luego se busca calmar al taurino, para lo cual se entierra una vara en la profundidad de su lomo. Cuando el toro ya está herido y algo cansado, viene el segundo tercio, en el que los banderilleros buscan avivarlo. Esta nueva provocación contiene una trampa: al embestir, el toro sufrirá nuevamente una agresión con las banderillas que sus adversarios le clavarán.
En el último tercio, sin duda el más hermoso, el torero y su presa se enfrentan cara a cara. Ambos bailan al son del lienzo rojo que utiliza el torero para incitar la violencia taurina. Este vals cargado de intensidad y tensión termina con la llamada suerte suprema, cuando el toro moribundo se enfrente por última vez a su verdugo. Son sólo un par de segundos, en los que reina un silencio sepulcral. El toro intuye su destino, pero igualmente acomete contra el torero que lo espera para la estocada final.
Ahora que la campaña del plebiscito de septiembre ya ha comenzado, la derecha debe evitar emular la estrategia del toro en este ruedo constitucional. Muchos de sus convencionales trataron por meses de dialogar y proponer alternativas constitucionales, sólo para ser ignorados o marginados por sus contrapartes. Ante ello, bien podrían enfrentar las líneas rojas del texto constitucional con una estrategia taurina: embistiendo con actitud desafiante, combativa o agresiva. La tentación es evidente, sobre todo porque luego de recurrir a muchas otras estrategias que fracasaron, esta podría presentárseles como la última alternativa viable para defender sus ideas.
Abundan sin embargo las razones para no adoptar esta estrategia. Se apruebe o rechace la propuesta de la Convención, muy probablemente la cuestión constitucional seguirá abierta luego del 4 de septiembre. En un ruedo tan abierto como este, la mera crítica puede ser efectiva en el corto plazo, pero una campaña propositiva basada en alternativas a lo que se denuncia como línea roja traerá mayores réditos y un impacto más duradero sin importar el desenlace del plebiscito. Si el texto constitucional finalmente es rechazado, habrá que llenar ese vacío. Una campaña desde la derecha con propuestas constitucionales concretas (no un simple ‘rechazo para reformar’) bien podría servir como hoja de ruta en tal escenario. A estas alturas, sus miembros ya deberían haber aprendido las lecciones de sus sucesivos fracasos constitucionales: quien propone el cambio, suele fijar el marco de la discusión. Como desde el retorno a la democracia las propuestas han sido siempre ajenas, la derecha se ha limitado únicamente a reaccionar.
Si por el contrario el texto se aprueba, será igualmente necesario promover una agenda de reformas constitucionales a fin de hacer frente a las líneas rojas que contendrá el texto que se promulgue. Cualquiera sea entonces el escenario, es imprescindible que la derecha entienda la necesidad de contar con una verdadera propuesta constitucional. Solo así podrá convencer a la ciudadanía que son honestas sus intenciones de promover un cambio constitucional, pero no el propuesto por la Convención. Como le ocurre al toro, rara vez defenderse de las líneas rojas le será suficiente para sobrevivir.
Conviene recordar que en esta conmemoración de San Isidro ocurrió algo inusual: en la primera corrida, el torero Santana Claros fue alcanzado por el cuerno del toro, el que por algunos instantes y después de superar sucesivas estocadas, creía al fin haber cantado victoria. Una situación similar parece ocurrirle a la derecha (y a algunos en la centroizquierda) en las últimas semanas, luego de que sucesivas encuestas pregonan el triunfo del rechazo. Puede que ellos interpreten este signo como un apoyo ciudadano a las embestidas que dieron en el pleno y las distintas comisiones. Pero aún si ello fuese cierto, no deben olvidar el desenlace del toro de Santana Claros: luego de creerse triunfador, las suertes le tenían deparado el mismo destino que a casi todo toro que ha entrado a un ruedo: no importa cuantas veces intente embestir contra su rival o incluso si logra alcanzarlo; siempre la última embestida será del torero y ella tendrá un desenlace fatal. ¿Querrá la derecha arriesgarse a correr esa misma suerte?