El Mercurio, domingo 13 de marzo de 2005.
Opinión

La derecha y Piñera

Harald Beyer.

Quizá si uno de los políticos que objetivamente mejor representa lo que debe ser una derecha moderna sea Sebastián Piñera. Su figura es bien evaluada en la población y sus ideas encuentran eco en los votantes. El ex senador lo sabe.

Las derechas modernas muestran un fuerte compromiso con la democracia, la economía de mercado y con estados pequeños, eficientes y descentralizados. Su agenda en el campo social rehúye de subsidios monetarios generosos y permanentes y privilegia la posibilidad de elección en la provisión de servicios como educación o salud. En mayor o menor grado, articulan también un ideario conservador en aspectos morales o al menos miran con recelo y distancia la agenda progresista en este ámbito, y la suya enfatiza sin disimulo el orden público y la seguridad ciudadana. Esta mezcla de atributos parece tener una importante aceptación popular en países diversos y por ello el desempeño electoral de la derecha es más que aceptable.

En Chile, esta derecha aún no se manifiesta con plenitud. No se ha desprendido del todo de su pasado pinochetista y aún existen en una proporción importante de los ciudadanos dudas respecto de sus credenciales democráticas o su compromiso con las libertades individuales. Probablemente, sólo un cambio generacional en sus líderes permitirá consolidar esta imagen y acercarse al perfil de una derecha moderna. Es lo que sucedió, por ejemplo, en España. Lavín mostró en la campaña presidencial de 1999 las potencialidades electorales que tiene una derecha moderna. Por diversas razones, algunas de las cuales hemos comentado en esta columna, esta derecha no ha podido consolidarse del todo.

La paradoja detrás de esta situación es que el votante que simpatiza espontáneamente con este sector, alrededor de un 25 a 30 por ciento del electorado, parece estar en sintonía con una derecha de las características descritas más arriba. Los datos que permiten avalar esta información son algo dispersos, pero baste recordar que alrededor del 50 por ciento de los hombres y mujeres que se identifican con este sector político aprueba la gestión del Presidente Lagos. Una proporción en torno al 60 por ciento tiene una evaluación positiva de Bachelet y Alvear. Con todo, no se pierden a la hora de votar: prefieren claramente a Lavín.

Quizás si uno de los políticos que objetivamente mejor representa lo que debe ser una derecha moderna sea Sebastián Piñera. Grados más o menos, sus posturas reflejan la descripción que hacíamos anteriormente. El ex senador lo sabe. Su figura es bien evaluada en la población y sus ideas encuentran eco en los votantes. Después de Lavín, y a escasa distancia, es el político de derecha mejor evaluado en las encuestas. Sin embargo, no ha logrado traducir estas realidades en una posición de liderazgo en el sector político que ha elegido para hacer su carrera política. En parte, porque ha sido fuertemente cuestionado por sus propios aliados e incluso injustamente tratado. Pero la política se caracteriza habitualmente por estas rencillas. Los líderes efectivos o potenciales son constantemente desafiados. En los últimos años, la principal amenaza para Tony Blair ha provenido de su propio partido. ¡Respira en su cuello, nada menos que Gordon Brown, su propio ministro de Hacienda!

En la política, ciertamente, los espacios físicos se reducen. El problema de Piñera no es éste. Dejemos de lado también los egos y personalidades. Éstos son importantes para una pequeña elite, pero no tienen efectos políticos mucho más allá de esta reducida esfera. Hay un error en su estrategia. Para tener posibilidades efectivas de representar a la derecha, no tiene que demostrar su buena sintonía con la población. Eso es muy útil en una eventual campaña con la Concertación, pero la primera etapa en una consolidación política es la validación al interior de su propio sector. Para aspirar en algún momento a liderar políticamente a la derecha, tiene antes que ganarse el corazón y la cabeza de este sector. Por cierto, no tiene por qué ser los de sus dirigentes, sino que fundamentalmente los de sus votantes. Esto es lo que no ha logrado satisfacer del todo. De hecho, entre los votantes de la derecha, quienes son finalmente los que deben validarlo, y a diferencia de lo que ocurre en la población total, la evaluación positiva de Piñera en la última encuesta del CEP no está tan cerca de la de Lavín e incluso es inferior a la de Bachelet y Alvear.

¿Cómo lograr este objetivo? No es del todo evidente. Desde luego, no tiene por qué renunciar a su pensamiento o someterse a los designios de la UDI. Probablemente, más allá de los cotidianos roces y algunas inclinaciones homogeneizantes de sus socios aliancistas, tampoco nadie le pide aquello. Pero parece un error no involucrarse con más fuerza en la campaña de Lavín. Las razones que esgrime para no comprometerse están bien cuando se trata de un almuerzo con desconocidos, pero aquí estamos hablando de otro escenario. Lavín, ciertamente, está debilitado y por tanto subirse a su campaña es un riesgo. Pero al no asumirlo Piñera, seguramente ha perdido una oportunidad de subir en la apreciación de los derechistas. No es evidente que pueda tener en el futuro oportunidades similares para subir entre éstos sus bonos.