Este proceso ha sido el triunfo de la “izquierda decolonial”. Una radicalización que no se esperaba.
El 18 de octubre de 2019 dejó marcas indelebles. Millones de palabras han intentado explicar lo que sucedió. Ahí está la marcha pacífica del 25 de octubre. Poco después, el discurso del 12 de noviembre, donde el Presidente Piñera no dijo nada, pero dijo todo. Fue entonces el turno del Congreso y los partidos políticos. El 15 de noviembre se firmó el histórico “Acuerdo por la paz social y la nueva Constitución”. Y casi un año después, se realizó el plebiscito. Esa fue la salida institucional.
El 15 y 16 de mayo de 2021, en medio de la crisis del covid-19, elegimos a los convencionales constituyentes. Fue bajo un sistema electoral distinto, un hijo de ese momento crítico. Se acordó paridad, escaños reservados y listas de independientes. El resultado favoreció a estos últimos. Las esperanzas se pusieron en ese grupo joven y diverso, alejado de los partidos y de las élites.
El 4 julio de ese año vivimos la tensa y agitada instalación Valladares. Siguió un proceso de catarsis. En la sala abundaban las lágrimas, los aplausos y mucho entusiasmo. Finalmente, salió el Reglamento. La cancha estaba delineada. Entre medio, cayó Rojas Vade, el héroe trágico de la Convención. Inmediatamente, la Lista del Pueblo cambió de nombre. Se formaron los colectivos y la esfera constitucional comenzó a rodar.
Pero ahí estaban los octubristas, los que vieron la Convención como el ave fénix que surgía de las cenizas de una supuesta “Revolución de octubre”. Muchos se creyeron los ungidos del pueblo. Poseídos por un entusiasmo sin límites, empujaron sus sueños, sus causas y sus anhelos. Aparecieron facciones dentro de facciones, rivalidades internas y esa soberbia que alejaba la esfera constitucional de la realidad.
En febrero de este año, los análisis cualitativos y cuantitativos de lo que estaba sucediendo en la Convención comenzaron a preocuparnos. El eje se movió hacia la izquierda más radical, hacia lo que definimos como una “izquierda decolonial”. Al ritmo del PC, la fiebre identitaria, unida al romanticismo por lo originario, caló hondo en la Convención. La promesa de la casa de todos se fue desvaneciendo.
La Convención, como fenómeno político, se caracteriza por la enorme cantidad de votaciones. Ya van unas 2.000 en las que se manifiesta una tendencia. El bloque de la “izquierda decolonial”, que conforman el PC, el FRVS, los Pueblos Originarios, Pueblo Constituyente, los Movimientos Sociales Constituyentes y los Independientes —en total, 64 convencionales—, siempre estuvo muy a la izquierda. Pero algo inesperado ocurrió. Lo sorprendente fue la manera en que esas fuerzas atrajeron al Frente Amplio (17 convencionales) y a los Independientes No Neutrales (13). Y ahora es el Colectivo Socialista (16) el que actúa como pivote. Entre todos alcanzan los dos tercios.
Las dudas sobre el rumbo del proceso constitucional se han comenzado a manifestar. Incluso el presidente Lagos, un grande de nuestra historia, habló. Pero también han hablado las encuestas y las redes sociales. De hecho, los sentimientos negativos en Twitter se acercan a lo que fue la crisis de Rojas Vade.
Este proceso ha sido el triunfo de la “izquierda decolonial”. Una radicalización que no se esperaba. Muchos pensábamos que los dos tercios traerían racionalidad y moderación. Pero no fue así. Las esperanzas iniciales de que miraríamos hacia España y Portugal se vieron ofuscadas. Lo que ha salido de la discusión tiene más semejanzas con las largas constituciones de Ecuador y Bolivia. Ya llevamos más de 200 artículos aprobados. Y la esfera constitucional se sigue inflando.
En su trilogía “Esferas”, el filósofo Peter Sloterdijk narra cómo las esferas son, desde nuestro útero maternal, el espacio vivido y vivenciado. Las esferas nos contienen y protegen. Pero al final son burbujas de jabón.