El Mercurio
Opinión

La fragilidad de la economía

Leonidas Montes L..

La fragilidad de la economía

Saliendo del covid-19, vivimos una euforia fugaz. El lema parece ser gastar y comprar como si el mundo se fuera a acabar.

La relación entre economía y política es importante y delicada. Por cierto, la política tiene mucho de economía. Incluso se puede estudiar y analizar desde una perspectiva económica. Pero la economía necesita de la política. Ambas disciplinas deben caminar juntas, ojalá de la mano y al mismo ritmo. Si la economía avanza sin mirar a la política, hay problemas. Pero si la política deja atrás a la economía, se socavan los cimientos de la sociedad. Es un equilibrio frágil. Y en Chile somos víctimas de esta fragilidad.

Ronald Reagan alguna vez dijo que si la política era la segunda profesión más antigua después de la prostitución, como Presidente se dio cuenta de que ambas se parecían mucho. Ya sabemos que la política, como ejercicio del poder, tiene su historia. Como decía el gran Maquiavelo, un político debe aprender a no ser bueno. La economía, por su parte, también tiene su historia. Y nos acompaña desde siempre (o, mejor dicho, desde que los cazadores y recolectores intercambiaban a través del trueque). No en vano, desde los griegos la etimología de la oiko-nomía se relaciona con la administración del hogar o lugar donde se vive. Para vivir debemos preocuparnos de muchas cosas que tienen que ver con la economía.

La política, por su parte, se estudia desde los clásicos. La idea de la politeia como forma de organización social es muy antigua. Somos animales sociales que necesitamos leyes, reglas y normas morales. La economía, en cambio, es una disciplina bastante joven. Recién en el siglo XVIII surge la economía política. Al comienzo se estudiaba como parte de la filosofía moral. Posteriormente en las escuelas de derecho. Pero la primera Facultad de Economía, fundada por Alfred Marshall hace unos cien años, se llamó Faculty of Economics & Politics. El nombre original refleja esa necesaria relación entre economía y política.

Hace ya tiempo que en Chile se viene observando un lento y gradual deterioro de nuestra economía. En la época dorada crecíamos a tasas del 7%. No teníamos deuda. Éramos acreedores netos. Después de la crisis asiática de 1998 —casi un estornudo comparado con esta crisis del covid-19— quedamos tan preocupados que implementamos la regla del superávit fiscal. Esta ejemplar política fiscal nos permitía mirar con tranquilidad al largo plazo. Se amortiguaban los efectos del ciclo económico, ahorrando para los tiempos de vacas flacas. El 2010 ingresamos a la OCDE y la Presidenta Bachelet declaraba que Chile se encaminaba al desarrollo. Eran los buenos tiempos de los economistas. Pero todo eso ya es historia. Parece que Chile dejó de preocuparse de la economía. Y de creer en los economistas.

Es evidente que la influencia de los economistas no es la de antes. La voz de estos expertos ya no tiene el mismo peso y alcance. Basta ver que entre los 155 integrantes de la Convención Constitucional solo elegimos a un economista y tres ingenieros comerciales. Parece que ya no nos importan tanto el crecimiento, el empleo, el gasto, la deuda, las tasas de interés y para qué hablar de esa palabra tan antigua como es la inflación. Este fenómeno social y político, en un denso e intenso año electoral, debe preocuparnos. La salud de la economía es fundamental.

Pese a las buenas noticias del histórico Imacec de junio, que alcanzó un 20,1%, este año nuestro gasto público también será histórico. Saliendo del covid-19, vivimos una euforia fugaz. El lema parece ser gastar y comprar como si el mundo se fuera a acabar. Nuestra deuda aumenta y los fondos soberanos se consumen. Sabemos que volver a la prudencia no será fácil. Exigirá mucha responsabilidad.

Como en los orígenes de la economía política, es necesario recuperar ese sano equilibrio entre la política y la realidad de la economía. La razón es simple: si la política nos permite convivir, es la economía la que nos permite vivir mejor.