El Mercurio, 6 de septiembre de 2015
Opinión

«La memoria del agua»: A prueba de tontos

Ernesto Ayala M..

La dificultad de relatar la pérdida de un hijo es que, siendo un dolor inconmensurable, no tiene por qué tomar una forma externa muy precisa ni necesariamente dramática. La procesión puede ir por dentro, y seguramente así sucede en la mayoría de los casos. Lograr entonces que el dolor pueda expresarse a través de una narración, en especial si se trata de un medio como el cine, donde los personajes están obligados a manifestarse a través de sus actos y palabras, requiere un desarrollo creativo muy sofisticado, ya que hay que dar con maneras inteligentes y sensibles de sacar hacia fuera lo que pasa por adentro.

Por eso, lo que Matías Bize y su coguionista Julio Rojas enfrentaron en «La memoria del agua» -estreno chileno de la semana pasada- no era simple. Su cinta sigue a una pareja joven, Javier y Amanda (Benjamín Vicuña y Elena Anaya), que ha perdido a su primer y único hijo, ahogado en una piscina cuando tenía cuatro años de edad. Bize y Rojas se acercan al material de manera lineal -cuidadosos de no mostrar flashbacks o siquiera fotografías del hijo- y directa, al explicitar desde el minuto uno que el tema de la cinta será el duelo, evidenciado en parte en el quiebre de la pareja.

Hay que reconocer, por cierto, el coraje de ir directo al hueso, en el otro extremo de muchas cintas chilenas del último tiempo, que todo lo eluden. El problema está quizás en que por ser directo, se es también demasiado explícito. Desde el diálogo inicial entre Javier y Amanda, casi todo en «La memoria del agua» es a prueba de tontos. Cada alusión que se hace tiene una consecuencia algunas escenas más allá. Por ejemplo, Javier es arquitecto, y la casa que está construyendo para una pareja tiene, por supuesto, una piscina que él menciona con frialdad y mira con resquemor. Amanda es traductora, y en un momento debe traducir en vivo una conferencia médica que relata lo que le sucede a un cuerpo humano cuando se ahoga, lo que, por supuesto, la hace quebrarse en lágrimas. Se podría dar una buena docena de ejemplos más de este orden.

Frente a un guión escrito con señaléticas tan grandes, la puesta en escena de Bize colabora poco, desde el momento en que confía casi exclusivamente en el uso de teleobjetivos y primeros planos de sus personajes. ¿Se quería crear la sensación de intimidad, de claustrofobia, o esa atmósfera algo onírica que genera el uso de teleobjetivos? Es difícil saberlo. Para cualquiera de estos efectos se podrían haber considerado otros caminos. Al abusar del primer plano se termina banalizando la relevancia, el énfasis, que justamente busca producir. Hay que considerar además que incluso en el difícil trance de la muerte de un hijo no todo es tremendamente importante, no todo sucede en un primerísimo primer plano. Con un guión tan estrictamente anudado, ampliar los recursos cinematográficos hubiera permitido ampliar también las posibilidades expresivas de la cinta. Si bien Bize había mostrado en sus cintas anteriores («En la cama», «La vida de los peces») una marcada debilidad por el uso de teleobjetivos, aquí el abuso se siente derechamente pesado.

Sin embargo, pese a ser una cinta que confía tan poco en la inteligencia del espectador, pese a que restringe tanto el misterio o las posibles ambigüedades, logra ir acumulando cierta consistencia emotiva. Bize hace que sus personajes importen, se resguarda de condenarlos de antemano, y, especialmente gracias al trabajo que Vicuña hace con Javier, la cinta adquiere cierta dignidad, cierto peso específico, cierta tristeza que va más allá de lo formulado con tanta premeditación.

LA MEMORIA DEL AGUA
Dirigida por Matías Bize
Con Elena Anaya, Néstor Cantillana,
Benjamín Vicuña y Sergio Hernández.
Chile, 2015
88 minutos.