El Mercurio, 24 de marzo de 2015
Opinión

La mirada clínica

Ernesto Ayala M..

Tal como sucedió con «The master», ya existen voces, incluso algunas muy respetadas como la de Manohla Dargis de The New York Times, que han salido a alabar la última cinta de Paul Thomas Anderson (1970) con convicción y entusiasmo. Y tienen buenas razones para hacerlo. «Vicio propio» es una película estupendamente bien filmada y montada, con una incuestionable dirección de arte, exquisita música, convincentes actuaciones y que entrega una experiencia compleja, rica en texturas y sensual en muchos sentidos, donde incluso hay espacio para una lograda escena erótica. Nada de esto debiera extrañarnos. Anderson es uno de los directores más talentosos de su generación, que ha hecho méritos -suficientes o no, es un hecho en discusión- para mostrarse como digno heredero de Robert Altman, Martin Scorsese o los hermanos Coen. Al menos dos de sus siete largometrajes -«Boogie Nights» (1997) y «Magnolia» (1999)- son incuestionablemente grandes películas, y dado que las filmó antes de cumplir los 30 años, ellas le dieron una bien merecida fama de niño genio. De modo que sí, «Vicio propio» es una cinta muy por encima del promedio que produce la industria, muy cuidada, pensada para espectadores adultos y que soporta, tranquilamente, más de una mirada. Dicho eso, hay que decir también que es una cinta cerebral, algo impermeable, que empuja hacia fuera al espectador.

Basada en la novela «Inherente Vice», de Thomas Pynchon, la película sigue a Larry «Doc» Sportello (Joaquin Phoenix), hombre que en Los Angeles de 1970 fuma un pito detrás de otro mientras se gana la vida como detective privado. La cinta abre cuando llega hasta Doc su ex novia, la bella Sasha (Katherine Waterston), que al borde de las lágrimas le pide ayuda para encontrar a su amante, un magnate inmobiliario que puede haber sido secuestrado por su propia esposa. A partir de ahí, siguiendo la usual estructura del cine negro, Doc comienza a investigar y aparece otro marido desaparecido, un cartel de heroína -o de dentistas, nunca está claro- llamado Golden Fang, un FBI, extrañas fiestas y la historia comienza a ramificarse y desmembrarse hasta lo ininteligible, de una manera no muy distinta de un sueño.

Esto es un efecto buscado, por supuesto. Doc es un volado de tomo y lomo e investiga a su ritmo, hippie, un poco distanciado, siempre confundido, estimulado por la paranoia propia de los años setenta y de un permanente estado sicotrópico. Alejada entonces de armar una historia explícita y coherente, la película se concentra en los personajes secundarios que van apareciendo y en las determinadas secuencias que le dan espacio a cada uno: el dentista cocainómano, la hijita de papá perdida, el policía destemplado, el gurú chanta, etcétera. Algunos funcionan mejor que otros, aunque las mujeres, con excepción de Sasha, son bastante limitadas. La suma de todas estas partes forma el fresco de una ciudad bajo la resaca que dejaron los años sesenta, una fiesta que terminó, para algunos, con el asesinato de Sharon Tate en manos de la «familia» Mason y, para otros, con el desastroso concierto de Altamont de los Rolling Stones, donde murieron cuatro personas; dos cosas que sucedieron en la misma California el último semestre de 1969. En la mirada de la cinta, para 1970 Los Angeles es tierra de especulación inmobiliaria, drogas duras, pandillas neonazis, clínicas de rehabilitación, policías corruptos o fascistas y cultos esotéricos. Doc y su candor son, en este contexto, animales en extinción. En la forma en que evidentemente aún ama a Sasha, la cinta guarda cierta ternura y melancolía.

Sin embargo, «Puro vicio» se permite pocas licencias más allá de esta relación. Se muestra así como una película muy cerebral, autoconsciente, resguardada, que prefiere observar a sus personajes clínicamente antes de comprometerse con ellos. Esto permite que su material, que podría calificarse de dramático, se pueda narrar como comedia negra, con abundancia de situaciones irónicas, apuntes sarcásticos y guiños al público «inteligente». Sí, «Puro vicio» es una película astuta, agradable a los sentidos, pero que realiza tan consistentes esfuerzos por mantener la distancia emocional que finalmente logra mantener al espectador en estado de alerta y con las defensas en alto, al punto de que resulta difícil involucrarse en ella.

PURO VICIO
Dirigida por Paul Thomas Anderson.
Con Katherine Waterston, Joaquin Phoenix, Josh Brolin, Eric Roberts.
Estados Unidos, 2014, 148 minutos.