Los tiempos de elecciones no son buenos para los ministros de Hacienda. Nicolás Eyzaguirre comprobó este hecho después de que le impusieran la estabilización de los precios de las gasolinas.
Cuando los gobiernos llegan a su fin es inevitable que comiencen a perder peso político. Las miradas se dirigen crecientemente a los actores del próximo período. No podía ser de otro modo. Después de todo, el partido actual ya está definido y el próximo está aún abierto. Por cierto, para algunas figuras de los gobiernos que terminan la pérdida de influencia es especialmente notoria. Este es habitualmente el caso de los ministros de Hacienda. Las presiones propias del proceso electoral apagan sus voces porque el mundo político no es tan virtuoso como para renunciar del todo al uso de los instrumentos fiscales en aras de objetivos electorales. No por nada en ciencia política y economía se ha construido una teoría del ciclo político económico que apunta a que los gobiernos intentan utilizar las políticas a su alcance para influir en el bienestar de la población en los períodos previos a los procesos electorales.
Los países, conscientes de estas tentaciones, suelen protegerse institucionalmente de la amenaza de los ciclos políticos económicos. La independencia del Banco Central, por ejemplo, es una de esas invenciones de la prudencia que ayuda en esta dirección. No cabe duda de que el balance estructural es otra innovación institucional que apunta en la misma dirección. Por cierto, ambas instituciones tienen méritos que van más allá de esta dimensión. Pero, como hemos descubierto la semana recién pasada, tampoco son una garantía suficiente. La intervención en el mercado de los combustibles es un respaldo evidente a la teoría que hemos mencionado y con un costo que eventualmente puede ser significativo para las arcas fiscales.
En la práctica, las medidas anunciadas fijan «transitoriamente» los precios máximos de las gasolinas hasta el 30 de junio del próximo año. Claro que es difícil pensar que en ese momento se liberalicen los precios si el resultado es un alza significativa de los mismos. Como a estas alturas es difícil predecir la evolución futura del precio del crudo, ése es un escenario que no se puede descartar. Convengamos que la presión por fijar el precio de los combustibles se aceleró de manera particular por el alza en los valores de refinación, que provocó el paso del huracán Katrina en la Costa del Golfo, el mercado de referencia de la Enap. Aunque es debatible, este fenómeno puntual podía justificar una política transitoria hasta que se aquietara el mercado de refinación. De hecho, la normalización de dicho mercado, aunque ha avanzado a un ritmo lento, está en pleno desarrollo. En todo caso, haberle cargado la mano a la petrolera estatal no parece muy razonable. Corresponde poner los subsidios arriba de la mesa.
Pero la reactivación del fondo del petróleo y la fijación más prolongada de los precios de las gasolinas son, definitivamente, harina de otro costal. Los precios deben reflejar la escasez relativa de los productos. Si ello no ocurre se distorsiona la asignación de recursos, porque se invita a un uso más intensivo del petróleo de lo que es pertinente en las circunstancias actuales. Pero, además, priva al fisco de recursos que pueden tener un uso alternativo superior. Entre paréntesis, la discusión respecto de los precios máximos de los combustibles se mezcla usual y erróneamente con la de los impuestos específicos. Estos tienen su lógica y aunque se puede discutir en su propio mérito si, más allá de los valores actuales del crudo, están fijados en un nivel adecuado, utilizarlos como mecanismo de estabilización de precios no tiene ningún sentido.
Nuestro ministro de Hacienda no puede haber estado muy contento con estas decisiones. Hasta hace poco le planteaba a quien quería oírlo que era una mala idea intentar controlar el alza de los precios de los combustibles. La verdad es que se lo veía bastante atribulado explicando la política anunciada por el Presidente. La algo alambicada y cuestionable argumentación de por qué los intereses del fondo de compensación del cobre, que se utilizarán para inyectarle recursos al fondo del petróleo, no entran en el cálculo del balance estructural es quizás un buen reflejo del golpe político recibido.
En este caso quedó demostrado que los tiempos de elecciones no son muy buenos para los responsables de las finanzas públicas. Más aún cuando hay un Presidente obsesionado por quebrar el récord de popularidad. En algún momento se pensó que Eyzaguirre tendría la fuerza suficiente para resistir las presiones. Su figura siempre había creado resistencia en el mundo político de la Concertación, pero su cuidadoso manejo de las cuentas fiscales y la persistencia de su discurso rindieron finalmente sus frutos. Dicho mundo, que hace dos años veía con angustia que el Gobierno se les escapaba de las manos, reconoce ahora que sin la perseverancia de su ministro de Hacienda difícilmente estarían a las puertas de un cuarto mandato. Se había ganado a pulso el respeto de los «políticos atroces», para citar sus propias palabras. Pero las animosidades no desaparecen tan fácilmente y en un momento de debilidad, causado en gran medida por una insólita entrevista que va en contra de la prudencia que esperamos de nuestras autoridades económicas, los políticos le pasaron la cuenta. ¡Y vaya qué cuenta!