El Mercurio, 10 de septiembre de 2017
Opinión

La piel fría

Ernesto Ayala M..

Atómica
Dirigida por David Leitch.
Con Charlize Theron, James McAvoy, John Goodman

¿Guerra fría, Berlín y Charlize Theron en botas altas pegando patadas? Tomen mi maldito dinero. Si uno está en el público correcto, da lo mismo si «Atómica» es o no una buena película. Como un juguete nuevo, brillante, perfecta y maníacamente diseñado, cumple lo que promete: acción, colores fríos y metálicos, mucha violencia, algo de sexo y escenas comandadas por un pop seleccionado con pinzas que, cómo no, está entre lo mejor de la época: Bowie, George Michael, Nena, Depeche Mode, New Order, A Flock Seagulls, The Clash. «Atómica» es un producto asquerosamente pensado para seducir, y someter, a cierto público. Y lo logra. Sus herramientas son toscas, pero efectivas.

«Atómica» está basada en «The coldest city», la novela gráfica de 2012 escrita por Antony Johnston, y como muchas cintas basadas en cómics, su trama es notoriamente simple. La cinta comienza en noviembre de 1989, cuando Lorraine Broughton (Theron), una agente del MI6, debe dar cuenta de su última misión en Berlín, donde fue enviada para recuperar un microfilm que contiene una lista de todos los espías existentes, a ambos lados del Muro. Nadie explica cómo llegó a realizarse esa lista, pero en fin. Da lo mismo. Broughton maneja múltiples idiomas y técnicas de combate y, claro, debe usar estos talentos desde que pisa Berlín.

«Atómica» es el primer largometraje de David Leitch, un hombre formado en el duro oficio del doble cinematográfico. Quizás para consolidar su posición como director, saca toda la carne a la parrilla para que la cinta se vea y sienta con mucha onda, con el suficiente filo y mala leche para distinguirse del típico producto de superhéroes: llena la película de movimientos de cámara, planos avezados y acción, al tiempo que trata de mantener un tono adulto, desencantado de la humanidad, descreído del poder y escéptico de las relaciones afectivas. «Atómica» pretende ser oscura, pero nunca deprime ni perturba: es una capa de barniz para hacer el espectáculo un poco menos soso e infantil, y un poco más adolescente. O para el adolescente que los adultos llevamos dentro. La cinta falla no en el terreno de las emociones -que no pretende-, ni en la narración -que nunca aspira a ser muy sofisticada-, sino en el tono: todo este desencanto existencial se resquebraja cuando la protagonista parece mostrar ciertos sentimientos, cierta capacidad de mirar al otro como persona y no como instrumento. Pero ha sido tanta su frialdad, su certeza en un mundo sin remedio, que uno no compra la fragilidad repentina. Las cintas de James Bond, para usar la comparación más evidente, suelen ser un mundo de buenos y malos, y Bond podrá ser despiadado, pero está tratando de salvar el mundo y, en consecuencia, tiene ideales y una cierta concepción del amor, por limitada que sea. El mundo de Broughton, en cambio, solo responde al dinero, a la sobrevivencia del más astuto o el más fuerte. Su sensibilidad, por poca que sea, queda muy fuera de lugar.

Ahora, como se dijo, da lo mismo. No vale la pena hilar fino con «Atómica». Si la cinta llega a ser recordada en un par de años más, será por Charlize Theron, por su seguridad irresistible en el papel y por una escena de patadas y huida en el corazón de la cinta, que está filmada en un solo y larguísimo plano secuencia, complicadísimo pero alucinante, donde los pocos cortes están muy bien disfrazados y que entrega, a las finales, una sensación plena de tiempo real, urgencia, despliegue físico y encierro, algo que por sí solo resulta una sorpresa en medio de la cinta, una suerte de joya inesperada que revela cuánto domina Leitch el arte de coreografiar escenas de acción. Aquí realmente hace valer su experiencia previa.