El Mercurio, domingo 7 de noviembre de 2004.
Opinión

La política en movimiento

Harald Beyer.

Para muchos votantes quedó la sensación de que los cambios llegaron a su fin. El domingo pasado vimos el resultado de este escenario.

No cabe duda de que tanto para aliancistas como para concertacionistas la elección del domingo pasado fue algo sorpresiva. Los líderes de uno y otro sector anticipaban un resultado más estrecho. No eran sólo intuiciones, sino que diversos antecedentes apuntaban en la misma dirección. Pero la realidad es porfiada. Es cierto que el país presenta menores grados de desideologización que en el pasado, pero tampoco puede desconocerse el peso que tiene para el ciudadano su historial de votación. Hay lealtades políticas a las que no es fácil renunciar, más aún cuando la elección se convierte, en la práctica, en una suerte de plebiscito sobre la gestión de un Presidente popular. Con todo, la popularidad de un Mandatario es un fenómeno esencialmente transitorio o útil sólo en determinadas elecciones.

Claro que, también, un padrón electoral tan estático como el nuestro ayuda a la petrificación de las pertenencias ideológicas. Por ello, no deja de ser curioso que la oposición sea tan reacia a la inscripción automática. Un crecimiento del padrón electoral le ofrece la oportunidad de remover o al menos sacudir las inercias políticas. Ahora que el crecimiento de la votación aliancista de los últimos años ha demostrado ser menos sólida de lo que se pensaba, quizás la Alianza debería reconsiderar esa posición contraria a dicha iniciativa.

Pero, más allá de consideraciones puntuales, el anterior crecimiento de la Alianza y su retroceso en la pasada elección deberían poder insertarse en un marco coherente. Que este ciclo electoral comenzase con un deterioro en las condiciones económicas y parezca estar revirtiéndose ahora que la economía inicia un proceso de recuperación no deja de ser sintomático. Los oficialismos son habitualmente castigados en momentos de contracción económica. Pero, esta recuperación económica está recién sintiéndose y diversas encuestas sugieren que a la derecha todavía se la ve en mejor posición para combatir el desempleo y generar crecimiento. Por tanto, la evolución de la economía puede ser a lo más una explicación muy parcial de las votaciones del domingo pasado.

Hace siete años, la elección de diputados provocó un pequeño descalabro en la Concertación. Bajaba su votación, crecía electoralmente la derecha y la izquierda extraparlamentaria recogía más del 10 por ciento de los votos. Como se ve, no es primera vez que esta izquierda obtiene una votación como la del pasado domingo. Surgen autoflagelantes y autocomplacientes y no se demoraron mucho en cruzar sus espadas. Esta discusión sigue tremendamente presente en las elecciones siguientes. Ayuda a controlar a la izquierda que en las elecciones siguientes parece perder la fuerza de 1997. Mientras tanto, la Alianza modera su discurso, se aleja de Pinochet y avanza hacia el centro. No encuentra demasiados obstáculos en esta marcha, producto de una Concertación dedicada a otros menesteres, y logra hacer crecer sus votaciones en las elecciones siguientes. La Moneda no parece estar tan lejos para la Alianza.

En algún momento las deliberaciones concertacionistas llegan a su fin, situación que es presionada por el terremoto producido por el caso MOP-GATE. La coalición se ordena y opta por una agenda moderada. Se enfrenta a los gremios de la salud para reformarla. Firma tratados de libre comercio, se embarca en una agenda pro crecimiento, la disciplina fiscal es envidia del más conservador de los gobiernos y se olvida de la izquierda extraparlamentaria.

Esa agenda comienza a convertirse en un obstáculo para el avance de la Alianza que también colabora con lo suyo. Susconflictos sólo parecen solucionarse cuando la conducción de sus partidos es asumida por figuras identificadas con el régimen militar. Para muchos votantes debe quedar la sensación de que los cambios llegaron a su fin. Al resultado de este escenario hemos asistido el domingo pasado. Bueno para la Concertación, aun al pequeño costo de un crecimiento de la izquierda. Nada grave mientras tenga arrinconada a la Alianza en su votación de antaño. Para la coalición opositora, la dura lección de que el cambio tiene que tener rostros y contenidos que le den credibilidad y que sean suficientemente atractivos y confiables para apelar a ese votante medio que decidirá las próximas elecciones. Un votante que, entre otros aspectos, siente que todavía hay pocas oportunidades en el país y que la Alianza no tiene demasiado que ofrecerle en este campo. Sin esta dimensión, que la campaña presidencial pasada de Lavín insinuó pero que no concretó, las próximas elecciones se le pondrán muy cuesta arriba.