El Mercurio
Opinión

La puna constitucional

Leonidas Montes L..

La puna constitucional

Los chilenos podemos pasar de la depresión a la euforia, de jaguares a gatos, de la OCDE a Latinoamérica. Somos como un laboratorio de sentimientos y experimentos.

El resultado fue contundente y esperado. Chile habló claro y fuerte. Fue otro emocionante momento republicano. La votación, desde donde se la mire, fue ejemplar. El Servel se lució. Los brazos de nuestro Leviatán actuaron de manera impecable. Y las manifestaciones fueron una fiesta de alegría, una sana catarsis después de tanta violencia y destrucción. En definitiva, vivimos la victoria de la democracia. Pero el camino no será fácil. Enfrentamos una aventura que requerirá de esfuerzo, trabajo en equipo y mucho realismo.

La travesía parte con un sendero recién trazado. Aunque la expedición ya tiene una ruta, se hará camino al andar. Los jóvenes han tomado y llevan la delantera. Un grupo de experimentados los acompaña. Con todo el peso de nuestra historia reciente, la tarea está en manos de una nueva generación. Pero hay que permanecer siempre conectados y comunicados. Con los pies en la tierra. La experiencia, ya lo saben los montañistas, es valiosa. Las condiciones de tiempo cambian. La ruta es larga. Y la altitud nos puede pasar la cuenta.

Partimos con una avalancha de elecciones. El próximo 29 de noviembre se realizarán las primarias para alcaldes y gobernadores regionales (GORE). El 11 de abril de 2021, las elecciones generales de alcaldes, concejales y GORE. Ese mismo día elegiremos a los convencionales constituyentes. Las reglas de ascenso para ese equipo de 155 personas, o el rayado de cancha para esa subida, son claves. Tendrán un año.

Mientras tanto, seguirán las elecciones. El 9 de mayo cae la segunda votación de gobernadores regionales. El 4 de julio el clima cambia con las primarias presidenciales, de senadores y diputados. El 21 de noviembre nos llueve la elección general de presidente de la República, senadores, diputados y CORE. Y finalmente el 19 de diciembre veremos al próximo presidente. Después de esta avalancha de seis elecciones, algo único e inédito en nuestra historia, comienza el ataque a la cumbre constitucional. Será una larga y extenuante jornada, no exenta de imprevistos. La escalada terminaría el primer semestre de 2022. Y se alcanzaría la cima constitucional con un plebiscito de salida.

Todos estos hitos del ascenso enfrentarán los embates de lo inesperado. También de lo conocido. Por ejemplo, la amenaza de la violencia. O la hipocresía de los que se suben al carro del triunfo. Pero los chilenos saben quiénes están detrás de ese histórico Acuerdo por la paz y la nueva Constitución.

Tampoco podemos ignorar el mal de altura. A veces nos jactamos y creemos demasiado algún cuento. Esta propensión a ser los únicos o los primeros del mundo en algo (por ejemplo: “Chile a la vanguardia: el único país en el mundo en crear una Constitución con paridad de género”), no debe marearnos. La altitud nos gatilla un impulso a sentirnos excepcionales. A ratos nos creemos el ombligo del mundo. Y nos vamos a los extremos. Todo esto, tal vez, porque vivimos en esta larga y angosta isla al fin del mundo, donde hasta el océano Pacífico parece colgar de la cordillera.

Los chilenos podemos pasar de la depresión a la euforia, de jaguares a gatos, de la OCDE a Latinoamérica. Somos como un laboratorio de sentimientos y experimentos. Y a veces parecemos un péndulo loco. Cuando la Unidad Popular prometió el socialismo por la vía institucional, nos jactábamos de ser el único país que había elegido democráticamente a un marxista. Era la vía institucional al socialismo que todo el mundo miraba. En seguida una dictadura prometía la recuperación económica, iniciando una guerra contra el comunismo. Éramos los vencedores, los pioneros del libre mercado. Incluso nos jactábamos de haberlo hecho antes que Reagan y Thatcher. Ese vértigo pendular, tan propio de nuestra historia, hace más necesaria que nunca la prudencia. Debemos escapar de los extremos y buscar ese in medio stat virtus aristotélico. Y no apunarnos con el mal de altura y sus efectos.