El Líbero, 3 de enero de 2018
Opinión

La recepción político-intelectual de la próxima visita del Papa Francisco

José Joaquín Brunner.

Las masas asistirán con fervor a las misas y actividades del Papa no bajo el efecto del opio del pueblo, ni por la interpelación de los sacerdotes, sino por abigarrados motivos y sentimientos.

Pueblo y masa

Cuando el Papa Francisco arribe en Chile el próximo 15 de enero, país del que otro sacerdote jesuita se preguntaba hace cerca de ochenta años si sería o no un país católico, será recibido con fervor por las masas y con incomodidad por los «grupos de selección» como llamaba Alberto Hurtado a las élites de la nación en su libro de 1941.[1]

Las masas asistirán con fervor a las misas y actividades del Papa no bajo el efecto del opio del pueblo, ni por la interpelación de los sacerdotes, sino por abigarrados motivos y sentimientos: fe activa, solidaridades comunitarias, gregarismo, curiosidad, adhesión, compromiso religioso, motivación política, imitación, fraternidad, civismo, esperanza, deseo de participación, estar presente, convocatoria del evento, ver al personaje, manifestar una causa, acompañar, identidad colectiva, conducta ritual, escapar de la rutina, como efecto de los mensajes mediáticos, y tantos otros. Llegarán allí, pues, en una doble condición que el propio Papa suele distinguir: como «ciudadanos responsables en el seno de un pueblo» y también, seguramente, «como masa arrastrada por las fuerzas dominantes».

La primera condición es la del «pueblo fiel», que Francisco reconoce como «misterio que hunde sus raíces en la Trinidad, pero tiene su concreción histórica en un pueblo peregrino y evangelizador, lo cual trasciende toda necesaria expresión institucional».[2] Este pueblo en su conjunto es quien anuncia el Evangelio. Dios «ha elegido —dice— convocarlos [a los seres humanos de todos los tiempos] como pueblo y no como seres aislados…; nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que supone la vida de una comunidad humana».[3]

En la segunda condición, la de «masa» impulsada por las fuerzas dominantes, aparece el fenómeno sociológico; una muchedumbre congregada como audiencia, una amalgama de públicos reunida, ante todo, por los medios de comunicación y la publicidad.

Por ejemplo, la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC), al dar cuenta de la reciente visita del Papa Francisco a dicho país (6 al 10 de septiembre de 2017), expresa que se trató de un «gran acontecimiento» y, reporta la prensa, «agradeció a los medios de comunicación social por su aporte en dar visibilidad a la visita». El obispo castrense, director ejecutivo de la visita, «destacó que los medios de comunicación en general trasmitieron la fe y la sintonía del Papa con el pueblo colombiano, sin politizar o desinformar». Así, entonces, «nadie pudo decir que se sentía aislado en la visita». A su turno, el nuncio apostólico subrayó «que el mundo entero se ha dado cuenta de lo que en realidad es Colombia hoy y que no es lo mismo que hace 30 o 40 años, un país donde nadie quería venir. Hoy es un país pujante, dijo, donde la gente es capaz, trabajadora, con muchas potencialidades y recursos naturales que el Papa Francisco hizo notar». Como puede apreciarse, el fenómeno sociológico, cuya visibilidad hace aún más misterioso el misterio teológico de la visita, tiene múltiples ramificaciones: patrióticas, turísticas, políticas, testimoniales, de neutralidad partidista, ideológicas, de historia reciente, geografía y clima unitario.

Además, la prensa colombiana informa que «la CEC expresó gratitud a los fieles y sacerdotes que acompañaron al Papa durante las misas en donde se congregaron 3.500.000 personas en las cuatro ciudades que visitó». Asimismo, «se extendieron saludos a la organización del viaje apostólico del Papa y sus colaboradores en la esfera institucional al Presidente de la República, Juan Manuel Santos, y los sistemas de seguridad, Policía y Ejército».[4] Por su parte, la entrada de Wikipedia «visita del Papa Francisco a Colombia», publicada previamente a la materialización de ésta, informa sobre la gestación del programa de la visita y agrega: «El 28 de agosto de 2017 fue presentada la logística y los equipos que utilizarán durante la visita del sumo pontífice, entre ellos tres vehículos tipo Chevrolet del modelo Traverse, fabricados en Colombia por General Motors. La aerolínea oficial es Avianca, la cual lo trasladará hacia las cuatro ciudades durante la estadía del Santo Padre, así mismo lo traerá de regreso a Roma»[5].

En suma, ante nosotros tenemos, en perfecto sincretismo, lo sagrado y lo profano, la religión y las fuerzas dominantes, el Papa Francisco y las masas.

Desde la derecha

Distintas serán las reacciones que desde ya pueden anticiparse entre la élite chilena.

Desde el lado derecho o, más bien, conservador, tradicionalista, del espectro político-ideológico-intelectual, se manifiestan ya ahora aprensiones apenas veladas. Percibe este sector, como en alguna ocasión registró el New York Times, que «con gestos y palabras, Francisco ha confrontado a las élites una y otra vez, tanto dentro de la Iglesia como fuera de ella».[6] Quizá por eso mismo, desde este lado del espectro ideológico, el Papa es apreciado con cierta incomodidad, con una relativa distancia, especialmente por su doctrina social y continua denuncia de la idolatría del dinero, que en una ocasión —citando a los primeros padres de la Iglesia— calificó como «estiércol del diablo».

Su visión, en efecto, apunta al corazón del capitalismo, que el Papa evita nombrar directamente. Por ejemplo, en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), durante el II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, el 9 de julio de 2015, denunció que «cuando el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos, cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso pone en riesgo esta nuestra casa común, la hermana y madre tierra».[7]

En general, durante sus visitas de 2015 a tres países andinos Francisco reiteró su compromiso con los excluidos, los postergados y los descartados —los condenados de la tierra—, enfatizando que «el futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las élites. Está fundamentalmente en manos de los pueblos; en su capacidad de organizarse y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio». Y, por vía de concretar sus anhelos, llamó a repetir desde el corazón: «Ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez».[8]

Recién asumida su misión, en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, de diciembre de 2013, Francisco dedica unas páginas a resaltar «algunos desafíos del mundo actual», los que organiza bajo los siguientes cuatro rótulos: no a una economía de la exclusión; no a la nueva idolatría del dinero; no a un dinero que gobierna en lugar de servir; y no a la inequidad que genera violencia. En un pasaje representativo del contenido y tono de este diagnóstico papal, se lee: «Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del ‘descarte’ que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son ‘explotados’, sino desechos, ‘sobrantes'».[9]

No debiera llamar la atención, por tanto, que quienes han vivido durante las últimas tres décadas —también en Chile— bajo la adormecedora ilusión del fin de la historia por efecto del triunfo del capitalismo de mercado y la democracia liberal, sean sorprendidos por la postura crítica y el lenguaje profético del Papa Francisco. Efectivamente, son remecidos y arrancados de su «zona de confort», como llaman a ese estado de ilusión histórica, que por un momento pareció ofrecer el espejismo de un mundo hecho a imagen y semejanza de la burguesía (¡no de Dios!). Y su reacción espontánea, pre-reflexiva, la mejor para conocer las emociones que circulan en un grupo social, ha sido decir cosas como estas: «El Papa no entiende nada de economía»; «¿Acaso Francisco quiere volver al fracasado camino del socialismo?»; «En fin, Bergoglio es un peronista, nada más»; «Parece que hubiera leído a Laclau»; o bien, «aquí vamos, de vuelta hacia la teología de la liberación».

Ahora que el Papa Francisco ha anunciado su visita a Chile en enero, las preguntas que recorren a los círculos menos sofisticados de la derecha son: ¿Y que irá a decir en La Araucanía a los mapuches? ¿Y en el norte a los inmigrantes? ¿Insistirá en llamar a Chile a conversar con Bolivia? ¿Mencionará la concentración de la riqueza, la colusión entre empresas, la idolatría del dinero, los abusos y desigualdades?

En relación con otros asuntos, los tradicionalistas se preguntan si Francisco recordará los abusos sexuales de sacerdotes, si reiterará su condena frente a los pecados medioambientales o si persistirá en oponer élites y pueblo, condenando la alienación y el desapego moral de aquellas.

Desde las izquierdas

Desde el lado de las izquierdas y del progresismo político-ideológico y cultural, las posiciones del Papa tampoco son bien entendidas ni valoradas; en este caso por una suerte de reflejo automático del racionalismo secular. Si Dios ha muerto y las Iglesias no concitan confianza ni aprobación en la opinión pública encuestada, y el fenómeno religioso ha sido superado hace rato por la racionalización científico-técnica del mundo, ¿qué sentido tiene atender a un Papa, aunque sea jesuita?

No repara el progresismo que, tras el desplome de los socialismos reales y de la utopía comunista, el pensamiento político ha quedado reducido a «variedades de capitalismo»[10], con un polo democrático-liberal y pluralista en un extremo y, en el otro, los regímenes capitalistas autoritarios de partido único o de movilización social. Entre ambos extremos se distribuyen diferentes variedades de capitalismo combinadas con Estados (más o menos) democráticos que aseguran grados variables de bienestar.

Luego, el tema central de la primera mitad del siglo XXI es y será, sin duda, la subsistencia o el desplome del capitalismo.[11] Y mientras perdure en su amplia gama de variedades —¡que seguro será hasta más allá del 2050!— incluirá el alcance de los beneficios, desigualdades, exclusiones y contradicciones culturales que genera cada variedad y trayectoria nacional del capitalismo. De estos asuntos deberán ocuparse los debates del progresismo y, desde ya, una voz necesaria de atender en estos debates es la del Papa Francisco.

Desde mi punto de vista, lo crucial es de naturaleza estrictamente weberiana. Se trata de indagar —y de resolver en la práctica— hasta dónde es posible mantener un orden socioeconómico y cultural que avanza vertiginosamente por el carril de la racionalización instrumental y, en consecuencia, reduce cada vez más el horizonte cultural de las sociedades a intensos procesos de economización, intelectualización científico-técnica, burocratización pública y privada, y secularización.

Paradojalmente, esos mismos procesos —motores de la modernidad— hacen desaparecer, al son del aplauso de mentalidades progresistas más mecánicas, todos y cada uno de los elementos que podrían servir para cuestionar y reorientar o reconducir esos procesos, trátese de las tradiciones, la fe, las religiones, las humanidades, las ciencias humanas y hermenéuticas y, en general, el conocimiento experiencial, los sentidos comunes y los discursos críticos. En efecto, el dominio absoluto de lo racional entendido como control científico-técnico lleva a adelgazar cada vez más el espacio de la racionalidad orientada por valores y, en última instancia, a someter todos los órdenes de vida a la sola racionalidad instrumental dominante y sus valores, anulando la autonomía relativa y el potencial crítico de aquellos.

De allí que a un progresismo cuya fe se halle investida única y exclusivamente en la razón científica se le vuelve difícil, si no imposible, entrar en diálogo con, o siquiera atender seriamente a, una teología del pueblo, como se sostiene inspira a Bergoglio.[12] En la Evangelii Gaudium, éste señala que «el cientismo y el positivismo se rehúsan a admitir como válidas las formas de conocimiento diversas de las propias de las ciencias positivas». Por el contrario, propone «una síntesis entre un uso responsable de las metodologías propias de las ciencias empíricas y otros saberes como la filosofía, la teología, y la misma fe», en el entendido de que «toda la sociedad puede verse enriquecida gracias a este diálogo que abre nuevos horizontes al pensamiento y amplía las posibilidades de la razón».[13]

Una visión convergente plantean algunos enfoques filosóficamente abiertos del pensamiento progresista crítico europeo, como por ejemplo el de Jürgen Habermas, quien en su diálogo con el anterior Papa Benedicto XVI, apunta a «que la expectativa de que persista la discordancia entre fe y saber sólo merece el predicado de ‘racional’ si, también desde el punto de vista del saber secular, se admite para las convicciones religiosas un estatus epistémico que no quede calificado simplemente de irracional». Así, él valora «la apropiación de contenidos genuinamente cristianos por parte de la filosofía», trabajo que habría cuajado «en redes conceptuales de alta carga normativa, como fueron las que formaron los conceptos de responsabilidad, autonomía y justificación; los de historia, memoria, nuevo comienzo, innovación y retorno; los de emancipación y cumplimiento; los de extrañamiento, interiorización y encarnación, o los conceptos de individualidad y comunidad. Ese trabajo de apropiación transformó el sentido religioso original, pero no deflacionándolo y vaciándolo, ni tampoco consumiéndolo o despilfarrándolo». Agrega: «La traducción de que el hombre es imagen de Dios a la idea de una igual dignidad de todos los hombres, que hay que respetar incondicionalmente, es una de esas traducciones salvadoras (que salvan el contenido religioso traduciéndolo a filosofía)».[14]

En suma, también para la izquierda y el progresismo la visita al país del Papa Francisco podría significar un estímulo para pensar más allá de una apropiación puramente táctica de los contenidos críticos sobre la economía, el dinero y el descarte que abundan en los documentos pontificios. Lo realmente interesante para la izquierda progresista sería, como sugiere Habermas, iniciar una apropiación autocrítica de aquellos contenidos de la fe y la religión que sirvan para interrogar la racionalización científica e instrumental del mundo en nombre de una racionalidad de valores post Ilustrados.

 

Notas:

[1] Alberto Hurtado, S. J., ¿Es Chile un País Católico? Editorial Splendor, 1941.

[2] Francisco, Papa. Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Oficina de Información del Opus Dei, 2013, iBooks, número 101.

[3] Ibídem, número 113.

[4] Aleteia, 23 de septiembre de 2017. Disponible en: https://es.aleteia.org/2017/09/14/que-le-dejo-la-visita-del-papa-francisco-a-colombia-la-cec-responde/

[5] Wikipedia. Disponible en: https://es.wikipedia.org/wiki/Visita_del_papa_Francisco_a_Colombia

[6] Jim Yardley, Francisco, un Papa humilde que quiere cambiar el mundo, The New York Times, 22 de septiembre de 2015. Disponible en: https://www.nytimes.com/2015/09/19/universal/es/perfil-francisco-un-papa-humilde-que-quiere-cambiar-al-mundo.html?mcubz=0

[7] El Papa Francisco en Ecuador, Bolivia y Paraguay. Librería Editrice Vaticana, Oficina de Información del Opus Dei (edición electrónica), 2015, Pos. 908.

[8] Ibídem, Pos. 1071.

[9] Francisco, Papa. Evangelii Gaudium, op.cit., número 53.

[10] Ver P. A. Hall, Varities of capitalism. En R.Scott y S. Kosslyn (eds.) Emerging Trends in the Social and Behavioral Sciences. John Wiley & Sons, Inc.. 2015, pp. 1-15. Disponible en: https://scholar.harvard.edu/files/hall/files/hall2015_emergingtrends.pdf Asimismo, P. A. Hall y D. Soskice (eds.) Varieties of Capitalism: The Institutional Foundations of Comparative Advantage. Wiley Online Library, 2001.

[11] Véase W. Streeck, How Will Capitalism End? Verso, London, 2016. Asimismo, D. Harvey, Seventeen Contradictions and the End of Capitalism. Oxford University Press, Oxford, 2014.

[12] Ver J. C. Scannone, S. J., El Papa Francisco y la teología del pueblo. Razón y Fe, t.271, nº 1395, 2014, pp. 31-50.

[13] Francisco, Papa, op.cit., número 242.

[14] Diálogo entre la razón y la fe. El Papa Benedicto XVI y el filósofo Habermas discuten dos visiones para abordar el mundo. La Nación, Argentina, 14 de mayo de 2005. Disponible en: http://www.lanacion.com.ar/704223-dialogo-entre-la-razon-y-la-fe