El Líbero, 7 de junio de 2017
Opinión

La recomposición del cuadro político (IV)

José Joaquín Brunner.

Los polos de la recomposición político-cultural se sitúan actualmente, por un lado, en una derecha todavía hoy más preocupada por la gestión que por las ideas, y por otro, en una izquierda juvenil-universitaria que proclama un socialismo utópico o de cátedra sin visión alguna de gobernabilidad.

A lo largo de las últimas semanas hemos explorado la tesis de que la recomposición en curso del cuadro político chileno enfrenta dos incógnitas. Una mira hacia adentro de la sociedad y la cultura política nacional; la otra se dirige hacia el contexto político-ideológico internacional. Aquella se refiere al vínculo perdido entre el sistema político y la sociedad civil; ésta, al clima ideológico que rodea la formación de nuevos discursos o narrativas políticas más allá de nuestras fronteras.

Inicialmente reflexionamos sobre la primera de esas incógnitas (hacia adentro) y, enseguida, sobre la segunda (hacia fuera), indagando sobre el contexto internacional de las ideologías de derecha e izquierda. Esta vez corresponde analizar el panorama relevante para las ideologías de centro, quizá las más líquidas y difusas de la época actual.

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Efectivamente, del centro político-ideológico se habla hoy de muchas maneras. Posee múltiples expresiones.

Es el territorio del medio, aquel que definido negativamente no es de derecha ni de izquierda, tal como se usa para caracterizar a los gobiernos europeos. Así, por ejemplo, se dice que poseen gobiernos de centro Eslovaquia, Estonia, Francia, Italia, Lituania, Luxemburgo, República Checa y Rumanía. Adicionalmente, hay gobiernos calificados como de centroizquierda (Eslovenia, Malta y Suecia) y como de centroderecha (Bélgica, Chipre, Croacia, Dinamarca, España, Finlandia, Irlanda, Letonia y Reino Unido). Asimismo, el centro suele estar presente en gobiernos dominados por grandes coaliciones.

En breve, el centro aparece hoy como una figura ubicua, proyectándose desde el medio hacia la diestra y la siniestra. Y, viceversa, puede también proyectarse desde los partidos ubicados a ambos lados del espectro hacia el medio. Así ocurre con las alas moderadas de la izquierda y la derecha que a veces se reclaman a sí mismas como de centroizquierda o centroderecha. Algo similar ocurre con la opinión pública encuestada. Según la última encuesta del CEP (abril-mayo de 2017), un tercio de las personas se declara como de centro en sentido estricto, pero aumenta a alrededor de la mitad si se suman las alas moderadas de la izquierda y la derecha.

Lo anterior se debe en parte a que —en una segunda acepción— el vocablo «centro» suele denominar, más que a un conjunto de ideas y propósitos, una forma de comportamiento, un talante, un estilo. Centro significa en este sentido, ante todo, moderación. Corresponde a quienes actúan en política guardando el medio entre los extremos; o sea, que no son extremistas. Ni reaccionarios ni revolucionarios. Por lo mismo son acusados a veces como tibios, indefinidos, en exceso cuidadosos.

Debido a ello, el centro aparece frecuentemente como el «partido de la articulación», lo cual explica su presencia en muy diferentes coaliciones de gobierno. En ocasiones es una fuerza que, sin ser mayoría, puede ayudar a formar mayorías, inclinando la balanza hacia uno u otro lado. Pudiera ser que en Chile, con el fin del sistema binominal, se abra nuevamente el espacio para un centro articulador.

Mas no siempre el centro enlaza y organiza las diferencias. A veces las provoca. Como muestra Tomás Moulian en varios de sus estudios, el centro ocupado por la Democracia Cristiana jugó en la historia moderna de Chile el papel de un centro ideológicamente fuerte, con proyecto doctrinario propio y unas estrategias de alto perfil. Incluso, en algunos momentos —como el de la Revolución en Libertad— se convierte en un centro que él llama polarizante o centrífugo, empujando a la izquierda a moverse hacia su extremo y a la derecha a tornarse reaccionaria.

Lo anterior indica que el centro debe entenderse en su contexto —nacional y de época— y en referencia también al entorno ideológico mundial. Es muy distinto en la época actual de crisis de paradigmas, globalización de los mercados e inicio de un difuso tiempo posmoderno que en la época de la Guerra Fría, o durante el auge de las posturas revolucionarias de corte soviético o mientras perduró el consenso de Washington con la hegemonía de políticas neoliberales.

Por ejemplo, puede ser que el centro surja como un punto de convergencia y reagrupamiento de fuerzas político-ideológicas dispersas que buscan, a la manera de Francia, superar a una izquierda tradicional (socialista-comunista) en crisis y frenar a una derecha extremista, agresiva y ultranacionalista. Y para ello eligen a una figura providencial, como Emmanuel Macron, quien pone «En Marche!» su propio, exitoso, movimiento electoral. Típicamente, este movimiento no apela en su nombre a ningún «ismo» —liberalismo, socialismo, comunitarismo, radicalismo, etc.—, sino a un proceso, una voluntad, un camino que se hará al andar.

¿Acaso la Concertación de Partidos por la Democracia no nació en Chile, ella también, para salir de una situación extraordinaria, una dictadura de derecha que iba perdiendo el control y que algunos proponían enfrentar con las armas y recurriendo a todas las formas de lucha, mientras otros proponíamos derrotarla por medio de la movilización ciudadana y el voto, incluso dentro de los parámetros de la institucionalidad diseñada por la dictadura? ¿No fue acaso un amplio movimiento de centro e izquierda-moderada el que se congregó en torno a la Concertación, simbolizado en el arcoíris de diversos colores, donde concurrió la Democracia Cristiana, la renovación socialista, conservadores y liberales democráticos, radicales, laicos, católicos y evangélicos, todos convocados por unas ideas fuerzas de transición democrática, reformismo social y crecimiento económico con equidad? ¿No fue ésta, justamente, una instancia donde ese centro amplio, decidido, articulador y voluntarioso, siguiendo el camino del medio, derrotó a la reacción y al extremismo de los profetas armados?

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De modo que hoy, cuando las ideas, sentimientos, propuestas y valores que se proclaman de centro (y centroizquierda) buscan en Chile referentes para su propia recomposición dentro de un cuadro de competencia y alianzas, encuentran ante sí una interesante serie de imágenes, tradiciones y experiencias a las que recurrir.

Por lo pronto, hay en nuestra tradición vertientes socialcristianas, progresistas-laicas, socialdemócratas, demócrata-liberales, de renovación socialista y humanistas que ofrecen un trasfondo cultural rico en inspiraciones, ideas y motivaciones. Hay, asimismo, experiencias políticas como el reformismo democristiano de los años 1960, la lucha democrática contra el autoritarismo dictatorial, y la gobernanza concertacionista que presidió sobre dos décadas de robusto desarrollo del país, que avalan la trayectoria de un centro-reformista.

Sin duda, las cosas e ideas en la polis se hallan hoy más revueltas. La recomposición de nuestro cuadro político se da en un momento de crisis de gobernanza. La Nueva Mayoría (NM) está dividida y gastada, luego de desahuciar a la Concertación y volverse contra su propio pasado. Su intento de recrear un polo tradicional de «izquierda» bajo la administración Bachelet y con el reciente rechazo por parte del PS/PC de una opción socialdemócrata moderna (en torno a Ricardo Lagos), deja abierto un espacio al centro que en el próximo tiempo podría crecer o clausurarse.

En efecto, los polos de la recomposición político-cultural se sitúan actualmente, por un lado, en una derecha todavía hoy más preocupada por la gestión que por las ideas, y por otro, en una izquierda juvenil-universitaria que proclama un socialismo utópico o de cátedra sin visión alguna de gobernabilidad. Al medio ha quedado un progresismo de «izquierda cansada» agrupado hoy en la NM guillierista, el cual ofrece la continuidad de un programa agotado que logró desordenar más que cambiar la sociedad. Esta izquierda perdió el impulso renovador y sus partidos aparecen fuertemente burocratizados, sin imaginación política ni voluntad de transformarse y transformar la sociedad.

En el mismo espacio se ubican la DC y diversos grupos y personas que manifiestan el deseo de impulsar una renovación de la centroizquierda, apelando a un proyecto de más largo plazo, aún al costo de un debilitamiento inicial.

La candidatura de Carolina Goic es representativa de ese interés por la renovación y también del riesgo de caer atrapada en el cálculo inmediato del poder. Es portadora de un proyecto todavía no bien definido de recomposición desde el centro. Se encuentra en búsqueda de un lenguaje para expresar un camino de reformas sociales con crecimiento, junto con una visión cultural que afirme valores humanos frente al liberalismo posmoderno del «free for all», a un racionalismo positivista sin trascendencia y a una tecnificación del mundo que amenaza con reducir la humanidad a una jaula de hierro.

Esta tarea —por ser antes que todo de recomposición político-cultural— demora necesariamente más que el tiempo vertiginoso de la política, las encuestas, los tuits y la campaña electoral. De allí justamente la dificultad de poder combinar un proyecto de largo aliento de renovación de la política con la construcción de una propuesta de centro-reformista en condiciones de ofrecer gobernabilidad y evitar la polarización de mediano plazo entre reacción y revolución.

La DC —en virtud de su decisión y apuesta de competir— ha quedado en una posición que la obliga ahora, definitivamente, a competir. Y necesita hacerlo en todos los planos. Su horizonte se ha transformado, pues, seguramente más allá de lo que ella misma imaginó o deseaba. Debe recomponer ya no solo su proyecto-de-partido-propio en función de cuotas de poder y de representación popular sino, además, hacerlo en función de un proyecto de centroizquierda que convoque a una diversidad y pluralidad suficiente de voluntades para transformar al centro-reformista en un factor significativo de gobernanza.

La historia dirá si la tarea estaba al alcance de quienes hoy la reciben. «La verdad tiene su hora».