El Mercurio
Opinión

La salud del cuerpo político

Leonidas Montes L..

La salud del cuerpo político

Ya no valen las buenas razones para el desatado parlamentarismo de facto. Solo el clamor de la mayoría.

Podríamos hablar de Max Weber y su famoso discurso “La política como vocación”, donde discurre sobre las tensiones entre ética y política, sobre el frágil equilibrio entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Ante una audiencia de inquietos jóvenes universitarios, Weber apeló al sentido moral de la vocación política. Y al sentido de la responsabilidad. Ambas ideas, hoy parecen de otros tiempos.

También podríamos recordar el libro del Eclesiastés y su famoso “vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Según Weber, el político debe luchar contra la vanidad, ese enemigo “trivial y demasiado humano” que los lleva a preocuparse de la imagen, del aplauso fácil y no de las consecuencias de sus actos o de su deber republicano. Por cierto, hoy tenemos una serie de vanidosos “profesionales del poder sin convicciones”.

Y podríamos seguir elucubrando sobre el ethos weberiano, que distingue al “hombre auténtico, al hombre que puede tener vocación política”, quejándonos porque la política se hace con la cabeza, y no con las emociones. Pero la realidad es otra. Ya no valen las buenas razones para el desatado parlamentarismo de facto. Solo el clamor de la mayoría. ¿Una nueva forma de entender lo que será la política chilena?

Vivimos otro quiebre en la difícil y tensa relación entre el Ejecutivo y el Legislativo. El Congreso quiere tomar las riendas del Leviatán. Pero su cuerpo, tal como lo presenta Hobbes, está incómodo y tensionado. Hay razones que ayudan a explicar esta tensión. Nuestro sistema electoral, a diferencia del binominal que forzaba dos grandes bloques, incentiva la atomización y creación de nuevos partidos. La precipitada ansiedad legislativa, alimentada por las circunstancias de la crisis y al alero de interpretaciones para eludir la Constitución, es una muestra de esta tendencia, una tendencia que ha convertido a los tribunales de ética de los partidos en una reliquia.

Los abogados discuten sobre las distintas lecturas de un artículo constitucional. No están de acuerdo si el quorum era de 2/3 o 3/5. Se preguntan si hubo trampa o maña, si fue un fraude o astucia legal, pero cuando se habla de resquicio, aparece la figura de Eduardo Novoa Monreal (importante jurista y redactor del texto constitucional para nacionalizar el cobre y autor de “Los resquicios legales (un ejercicio de lógica jurídica)”, 1992). Lo sorprendente es que una y otra vez volvemos a los fantasmas de Allende y Pinochet. Hay una fuerza centrípeta que nos arrastra a los 70.

Pero lo más curioso es la diferencia de visiones. Quienes sufrieron y lucharon contra la dictadura miran al futuro (solo piense en Ricardo Lagos y Alejandro Foxley, que han dedicado su vida al país). En cambio, los jóvenes políticos de izquierda, que no vivieron ni sufrieron la dictadura, una y otra vez vuelven su mirada a la dictadura y su legado. Todo se reduce a un abominable pasado neoliberal que confunden con Pinochet. No hay espacio para matices, complejidades. En ese simple mundo de buenos y malos, todo es blanco o negro, moral o inmoral, público o privado.

La dura y cruda realidad es que el alma de Chile sigue, como sugirió Luis Cordero (La Segunda, lunes 20 de julio), en pena. Y para sanar y recuperar ese espíritu con una mirada a futuro, una nueva Constitución puede ayudarnos a alejar los fantasmas del pasado. El problema es que, en medio de la confusión y la incertidumbre, algunos sectores buscan derrocar a la Presidencia para imponer su voluntad. Y, por si fuera poco, todavía hay actores políticos que promueven o hacen vista gorda a la violencia.

El retiro del 10% ya es un hecho. Es una mala política pública por donde se la mire. Lo han dicho hasta el cansancio diversos economistas. Pero el Congreso ya tomó una decisión. Solo queda el control de daños.