Era evidente que se necesitaba un cambio en el diseño elegido en febrero del año pasado por el Presidente y sus asesores para gobernar. Este había dado pruebas de su debilidad en distintos episodios, pero la crisis del gas magallánico relevó este problema con mucha más intensidad. Sin embargo, no estaba en las cuentas de nadie que este cambio se precipitase por la salida de Ravinet, víctima de sus propios errores antes que del diseño de gobierno. Pero una vez que se produjo este hecho, el Presidente jugó sus cartas y no deja de sorprender la solución, toda vez que parece ser la antítesis de lo que se pensó hace casi un año.
El déficit político del gobierno era evidente y es indudable que ello estaba ligado a la arquitectura de gobierno elegida. Pero había más de una forma de resolver ese hecho. Esa arquitectura no funcionó por varias razones. Una importante es que fue pensado para un escenario en el que los espacios de cooperación con la Concertación iban a ser mayores que los que efectivamente se han materializado. Así quedaba claro de las declaraciones iniciales del Presidente y sus colaboradores más cercanos. Había buenas razones para pensar en esa posibilidad. Entre otras un muy buen y, hasta cierto punto, sorpresivo resultado de la Democracia Cristiana en el Senado. Quizás en algún momento ella efectivamente existió, pero por diversas razones, entre otras algunas críticas innecesarias a la Concertación sobre todo del Primer Mandatario, enfriaron esas oportunidades. En la actualidad ellas no han desaparecido del todo, pero están muy disminuidas.
En ese escenario, las dificultades para un gabinete técnico son mayores. Era, entonces, más necesario que nunca que este contase con un fuerte apoyo político. Pero nunca contó con este sostén. No estaba en las subsecretarías y tampoco en el segundo piso. Menos en los partidos que aún no se sienten cómodos en su rol oficialista. Por cierto, el gobierno tampoco los ha ayudado mucho a desarrollar ese rol, ayuda que es necesaria toda vez que están lejos de tener la fortaleza que en su momento tuvieron los partidos concertacionistas. Al final, el apoyo era el Presidente, pero ese no es su rol y tampoco tiene la posibilidad real de brindarlo de modo efectivo. Este es un elemento que no se resolvió bien desde los inicios.
Además, a diferencia de los anteriores presidentes que privilegiaron el primero de estos, Piñera desarrolló de modo paralelo sus roles de Jefe de Estado y Jefe de Gobierno, característica especial de los presidencialismos que es difícil de administrar bien. Así, los ataques al gobierno le rebotan al Presidente, cuya imagen, como consecuencia de la falta de cercanía con la población y la desconfianza que enfrenta, se ve inmediatamente resentida.
En este cuadro eran diversas las piezas que se podían mover, pero el Presidente optó por una solución tradicional y convocó a quienes estaban junto a él en los comienzos de su vida política. Los distanciamientos producidos en algún momento, particularmente con la ahora ex senadora Matthei, se superaron. Las trayectorias y capacidades tanto de ésta como de Andrés Allamand son conocidas, pero es imprudente que sean reclutados desde el Congreso. Esta práctica, inaugurada en el gobierno anterior, le hace un flaco favor a nuestra institucionalidad democrática, más todavía si se piensa que los parlamentarios que dejan sus puestos son reemplazados por los partidos.
La dinámica política del nuevo gabinete será impredecible. El impacto más evidente es que aumentará la densidad de candidatos presidenciales en él. Si Lagos estuvo incómodo con dos, no es difícil imaginarse cómo se sentirá Piñera con cinco. Por supuesto, la ventaja es que se configura un gabinete de pesos pesados que puede proyectar al gobierno muy lejos. Claro que este diseño será viable sólo si el Presidente se retira un poco de la escena y privilegia su rol como Jefe de Estado. Puede hacerle bien a su popularidad. La política está desprestigiada y la población espera que sea el Jefe de Estado, más que los líderes políticos, quien muestre el camino que debe seguir el país. Pero ello supone reflexiones y planteamientos serenos. La omnipresencia, el marcado involucramiento en los asuntos diarios y la ocasional participación en la refriega política atentan contra esa imagen.