El Mercurio
Opinión

La vigencia del Leviatán

Leonidas Montes L..

La vigencia del Leviatán

En medio del covid-19, alimentamos y añoramos al Leviatán. Pero la libertad, ya lo sabemos, es frágil.

El 2020 fue el año de Thomas Hobbes (1588-1679). En su “Leviatán”, publicado en 1651, el miedo juega un papel central para establecer el contrato social. Enfrentados al coronavirus —y también al estallido social— vivimos el miedo y su inseparable esperanza.

Hobbes nació de forma prematura el 5 de abril de 1588. Eran los tensos meses previos a la temida invasión de la Armada española. Nuestro filósofo llegó al mundo bajo la amenaza de esa invencible flota. Por eso en su autobiografía recordaría que su madre dio luz a mellizos: “Yo y el miedo”. También fue prematuro en lo intelectual. Aprendió griego y latín a los seis años. A los 14 años ya había traducido a Eurípides. Y después de estudiar en Oxford, pudo viajar, leer, escribir e interactuar con los grandes de su época.

El miedo lo acompañó durante toda su vida. Fue su consejero. También una inspiración intelectual. Por ejemplo, Hobbes le enseñó matemáticas al príncipe de Gales, el futuro Carlos II. Pero tres años después, en 1649, fue testigo de la decapitación de su padre, el rey Carlos I. Era una época revuelta. La vida pendía de un hilo. Hobbes iba y volvía a Inglaterra. Sus libros eran quemados. En este período convulso, en medio de la guerra civil y ese letal fanatismo religioso, Hobbes escribió su famoso e influyente “Leviatán”. El sentido último de este clásico de la filosofía política es el contrato social. En simple, entregamos parte de nuestra libertad con la esperanza de convivir en paz.

Como testigo privilegiado de su época, Hobbes tiene una visión pesimista de la naturaleza humana. Basta recordar su idea del homo homini lupus (el hombre es un lobo para el hombre, De Cive, 1642). También en su “Leviatán” plantea que la vida del hombre, en estado de naturaleza, sería “solitaria, pobre, terrible, brutal y corta”. Sin contrato social, existiría una “guerra de todos contra todos”. Por eso la necesidad de establecer un Leviatán que garantice nuestra vida, libertad y seguridad. En definitiva, esa paz que le fue tan esquiva.

Quizá la expresión más espectacular y simbólica del naciente Estado moderno se encuentra en la famosa ilustración de Abraham Bosse para el “Leviatán”. El título apela al monstruo bíblico. Arriba se cita el libro de Job: “No hay potestad en la tierra que se le compare”. Más abajo aparece un gigante humano con su cuerpo formado por cientos de ciudadanos que le dan la espalda al lector. El Leviatán, en cambio, nos enfrenta con una mirada fría e indiferente. Como símbolos del poder, empuña una espada y un báculo. Sobre su rostro inmutable, descansa una corona. Y bajo su intimidante torso, se ve una pequeña comarca.

En ese pueblo casi no hay actividad. De hecho, si se mira con atención este dibujo que el mismo Hobbes supervisó, se pueden ver las siluetas de dos doctores con sus temibles máscaras. El Leviatán de Hobbes, vaya sorpresa, se nos presenta bajo cuarentena. Claro que en esa época las pestes eran comunes. William Cavendish, discípulo y mecenas de Hobbes, murió a causa de la plaga de 1628. Y ese mismo año Hobbes publicaría la primera traducción al inglés de la “Historia de la guerra del Peloponeso”, de Tucídides. Ahí aparece esa cruda y realista narración de la peste en Atenas.

El sentido del Leviatán y su posible relación con la peste nos recuerda el año que dejamos. En medio del covid-19 alimentamos y añoramos al Leviatán. Pero la libertad, ya lo sabemos, es frágil. El Estado debe cuidarla y no someterla. Protegerla y no ahogarla. Sin embargo, las ideas del viejo Hobbes —el miedo y la esperanza le permitieron vivir 91 años— seguirán presentes este año y el que sigue. Pronto comenzaremos a redactar una nueva Constitución. Dibujaremos nuestro propio Leviatán. Le daremos cuerpo al nuevo contrato social. Eso sí, con o sin peste, no debemos olvidar que cuando el Leviatán cobra vida propia, los ciudadanos perdemos lo más precioso: la libertad.