El Mercurio
Opinión

Las abejas y su panal

Leonidas Montes L..

Las abejas y su panal

En Chile hemos olvidado las complejidades y riesgos que subyacen a las políticas públicas. Y por exaltar el rol de un Estado redentor, se ha ignorado la opinión de los expertos. Basta ver lo que se ha hecho con la educación pública. En salud vivimos algo similar. La obcecación con el litio es otro ejemplo. Y ahora volvemos con la reforma de pensiones. En todos estos casos, el Estado aparece como la única solución o la promesa para un país más justo.

En 1705 Bernard Mandeville, un médico y filósofo holandés asentado en Londres, publicó de manera anónima su poema The Grumbling Hive: or, Knaves Turn»d Honest (“La colmena quejumbrosa: pillos convertidos en honestos”). Y casi diez años más tarde aparece su famoso libro Fable of he Bees: or, Private Vices, Publick Benefits (“La fábula de las abejas: vicios privados, beneficios públicos”, 1714), que se inicia con ese provocativo poema.

A comienzos del siglo XVIII, cuando todavía la religión y las virtudes predominaban, Mandeville sacudía el avispero intelectual. En su graciosa fábula, los hombres viven en un panal donde a los abogados les importa más su honorario que la justicia, y a los médicos, el pago de su consulta que la salud. De repente baja Júpiter y decide que las abejas serán buenas y honestas. Entonces todo es bondad. Ya ni siquiera se pagan o cobran las deudas. Poco a poco comienza una lenta y gradual decadencia que termina con la última abeja abandonando el panal. El mensaje es simple: los vicios generan beneficios públicos, y la virtud y bondad pura no son amigas del progreso. En esa época Mandeville era apodado Man-Devil, esto es, el hombre demonio.

Con esa fábula la relación entre egoísmo y beneficio público se convierte en una inagotable fuente de debate. En el fondo, había que entender la naturaleza humana y la sociedad. ¿Somos tan buenos como se suponía? ¿Es la sociedad una comunidad de ángeles o un agregado de demonios egoístas?

David Hume y Adam Smith investigaron estos problemas. Para Hume, los seres humanos no éramos ángeles. Y la justicia era una construcción humana que debía asumir esa realidad. Por otra parte, Smith distinguió entre interés propio y egoísmo. Preocuparse de lo propio y cuidar lo que es nuestro es una exigencia moral. También acuñó la famosa idea de “mano invisible”: cada individuo, motivado por su propio interés, “frecuentemente” promueve el interés de la sociedad. El adverbio entre comillas suele ignorarse. Existen excepciones, ya que para vivir en sociedad debemos cumplir con reglas del juego que van más allá de la ley.

Ambos pensadores liberales también argumentan que debemos ser escépticos frente a los iluminados que predican el beneficio público desde la bondad pura. Hay un riesgo inherente con los promotores de las buenas intenciones, sobre todo aquellos que evangelizan en nombre del Estado.

La permanente tensión entre interés propio y beneficio público sigue siendo un tema recurrente. En economía suele hablarse de los “incentivos perversos” y de “consecuencias no intencionadas”. En simple, por intentar hacer el bien podemos terminar haciendo el mal. Entre tantas promesas y buenas intenciones que usan al Estado como sinónimo de bien público, al final, y esto es lo más triste, los que pierden son los más desfavorecidos.

En Chile hemos olvidado las complejidades y riesgos que subyacen a las políticas públicas. Y por exaltar el rol de un Estado redentor, se ha ignorado la opinión de los expertos. Basta ver lo que se ha hecho con la educación pública. En salud vivimos algo similar. La obcecación con el litio es otro ejemplo. Y ahora volvemos con la reforma de pensiones. En todos estos casos, el Estado aparece como la única solución o la promesa para un país más justo. La historia nos muestra cómo esta pretensión ha fracasado recurrentemente.

En el caso de las pensiones, el problema no está en la solidaridad ni en los más pobres que recibirán la pensión garantizada. Está en los incentivos perversos, las consecuencias no intencionadas y su impacto en un futuro cercano. Disolver la industria para pavimentar el camino hacia un Estado controlador es mucho más que un error. Recordando a Mandeville, prefiero los vicios privados a todas esas promesas que puedan dejar vacío el panal.