Pulso, 28 de noviembre de 2016
Opinión

Las impredecibles clases medias

Harald Beyer.

El nacimiento de PULSO ocurrió en un año que marcó la política del lustro siguiente.

Es muy posible que el desapego de los sectores de clase media hacia el Gobierno obedeciera a que las reformas crearon en ellos más incertidumbres que certezas.

El movimiento estudiantil validó en el mundo político, particularmente de centroizquierda, un diagnóstico que algunos venían haciendo desde fines de los 90, pero que sólo en 2011 pareció cobrar sentido. Esta visión sostenía que en Chile se estaba incubando un malestar, en abierto contraste con el proceso de modernización que se estaba experimentando y que se reflejaba en positivos índices en casi todas las dimensiones de la vida social y económica. Los defensores de esta tesis sugerían que dicho malestar se originaba en un desacople entre la modernización capitalista que estaba viviendo Chile y la subjetividad de los ciudadanos. Estos estarían viendo un país lleno de inseguridades, con una desigualdad galopante e insuficientes oportunidades, entre muchas otras dimensiones.

El proyecto político que debía emerger para atender esta situación no podía ser una simple corrección de las falencias que, a pesar de los avances, se observaban en muchas de nuestras instituciones y políticas públicas. Se requería una refundación. «Durante mucho tiempo nos dedicamos a hacer ajustes y cambios al modelo», sostuvo Michelle Bachelet en marzo de 2013 al anunciar su candidatura presidencial. Agregó que ahora se requerían «reformas más profundas si de verdad queremos derrotar la desigualdad en nuestro país». Ese era para ella «el motivo principal del enojo». Enfrentar el malestar, entonces, era abordar la desigualdad y para eso se necesitaba «construir un nuevo consenso».

Así, el programa de gobierno de la Presidenta Bachelet fue fundamentalmente un intento de dar respuesta a ese diagnóstico. Más allá de las visiones específicas que se tengan sobre las diversas reformas, es imposible no concluir que el proyecto político que intentó llevarlas adelante fracasó estrepitosamente. Para algunos, resulta tentador argumentar que este proyecto sigue vigente y que más bien su estado actual se explica por la inadecuada implementación de esas iniciativas, los escándalos generados por el irregular financiamiento de la política o la emergencia del Caso Caval. Sin embargo, creo que la evidencia disponible no es consistente con ese relato. Esta apunta, más bien, a una ruptura importante entre las clases medias y el Gobierno, consecuencia de una agenda insatisfactoria para este segmento de la población.

El divorcio comenzó a manifestarse en los primeros meses del Gobierno, antes de que ocurrieran o se tuvieran claras las situaciones mencionadas. En efecto, de acuerdo con las encuestas del CEP, si en julio de 2014 la aprobación al Gobierno en este grupo superaba a la desaprobación en 16 puntos porcentuales (46% versus 30%), sólo cuatro meses más tarde estos números se invertían. Así, la desaprobación excedía en quince puntos porcentuales a la aprobación (48% versus 33%). En el mismo período, la confianza expresada hacia la Presidenta por los sectores medios retrocedió de 53% a 42% y la desconfianza subió de 40% a 52%. En los dos años siguientes, estas cifras se deterioraron aún más. Este distanciamiento requiere más análisis, pero antes de abordarlo vale la pena despejar al menos otra hipótesis que han esgrimido algunos sectores, principalmente de izquierda, para justificar esta evolución. En esos grupos es habitual escuchar que las reformas no fueron suficientemente profundas. La población, en este relato, aspiraría a un cambio de rumbo aun más marcado que el promovido por la Presidenta Bachelet. Sin embargo, a partir de la encuesta CEP de julio-agosto 2016, se puede hacer un ejercicio que parece desmentir esa visión. En ella, se le pregunta a la población el lugar en el que ubica al Gobierno de Bachelet en el eje izquierda derecha en una escala que va de 1 a 10. En el mismo eje se le consulta dónde le gustaría que se ubicara el próximo Gobierno. Es claro, como muestra el gráfico, que considera sólo al grupo socioeconómico medio, que se espera un Gobierno menos de izquierda que el de la Presidenta Bachelet y por un orden de magnitud significativo:

En una escala de 1 (izquierda) a 10 (derecha), dónde ubicaría usted al Gobierno de Michelle Bachelet y dónde le gustaría que se ubicara el próximo Gobierno.

Es muy posible que el desapego de los sectores de clase media hacia el Gobierno obedeciera a que las reformas crearon en ellos más incertidumbres que certezas. Después de todo ellas afectaron, a sus ojos, pilares importantes de los avances que han experimentado en las últimas décadas. La educación particular subvencionada, las nuevas instituciones privadas de educación superior, el crecimiento y el empleo, entre otras dimensiones, han sido una fuente de progreso efectivo o percibido por estos grupos.

Asimismo, la presencia de un malestar relevante no calza del todo con la importante satisfacción que los grupos medios manifiestan con todos los aspectos de su vida, sistemáticamente por sobre el 60% en los últimos años en las mediciones. Es obvio que eso no significa que se sientan libres de amenazas y riesgos, que hayan renunciado a la necesidad de reformas o que no sean críticos con nuestras instituciones. Más bien sugiere que ellos privilegian una agenda de cambios que interactúe armónicamente con muchas de las instituciones que han emergido como parte de la acelerada modernización experimentada por el país. Este equilibrio no fue logrado por el proyecto político de la Nueva Mayoría. Sobre cómo alcanzarlo volverá a surgir una discusión en la próxima campaña presidencial, pero los elementos que se propongan para lograr ese equilibrio, si se quiere obtener el apoyo de los grupos medios, serán diferentes a los que promovió el actual oficialismo y, por tanto, el debate que Pulso cubra el próximo lustro seguramente tendrá ingredientes distintos de los que han sido sus primeros cinco años de vida.