El Mercurio, domingo 15 de agosto de 2004.
Opinión

Lecciones de una mentira

Harald Beyer.

«Desde el primer momento la historia de Gemita resultaba poco creíble, pero pudo sostenerse durante 10 meses porque, para usar sus expresiones, el país permitió que se lo «pasase por la raja».

«Me pasé por la raja a todo Chile» manifiesta la que alguna vez fuese conocida como la testigo secreta en una extensa entrevista concedida a «The Clinic», ratificando sus declaraciones del día anterior en «La Tercera» donde había sostenido que sus acusaciones en contra del Senador Jovino Novoa «todo, todo, todo es mentira».

Desde el primer momento la historia de Gemita resultaba poco creíble, pero pudo sostenerse durante 10 meses – su figura aparece por primera vez en octubre de 2003- porque, para usar sus expresiones, el país permitió que se lo «pasase por la raja» no tanto por acción sino por omisión.
Muchos quisieron creerle sin realizar un análisis exhaustivo de los antecedentes disponibles o, al menos, ponerlo en el contexto de las innumerables fantasías que se tejieron en torno del Caso Spiniak. Desde el primer momento la historia cojeaba. Sin embargo, ello en vez de generar dudas fortalecía las certezas.

Es cierto que en el pasado las verdades no afloraban y se ocultaban. Con todo, la realidad actual es otra, donde hay posibilidades efectivas que la información y los hechos fluyan y, por consiguiente, corresponde sopesarlos debidamente. No es eso lo que ocurrió. Era una historia inverosímil, como muchas otras, pero que en esta ocasión representaba una oportunidad para que una figura que por razones políticas generaba rechazo, fuese sometida a un escarnio público.

En general, nuestros líderes de opinión me parece que no tuvieron el suficiente coraje o la voluntad para denunciar la baja credibilidad de las acusaciones. Por cierto, esto se combinaba con diversos grupos que veían en esta situación una oportunidad para avanzar sus agendas o mostrar su indignación moral hacia las fiestas de Spiniak y lo que allí sucedía.

Por cierto, las acusaciones contra un político caerán siempre en campo fértil no sólo en Chile sino que en casi todos los países del mundo, donde se repite una mala evaluación de los políticos. Esta evaluación negativa tan compartida en diversos lugares es probablemente una desconfianza hacia el poder, pero que no daña la convivencia porque subsiste con altos niveles de confianza hacia las personas o instituciones claves de la vida en común. En nuestro país, en cambio, los niveles de confianza interpersonal o en la Justicia, por mencionar una de esas instituciones claves, son extremadamente bajos, incluso en el contexto latinoamericano. En este marco es muy fácil que asuntos que tienen una alta carga emocional polaricen al país. Algo de eso hemos visto en este caso. Creo que, por tanto, se requiere una mayor responsabilidad de nuestros líderes de opinión frente a estos casos. Qué se entienda bien. Ello no significa contenerse en las expresiones o en la información, sino que sólo ponerlas en contexto y someterlas a un mínimo escrutinio. Este ejercicio me parece que se realizó con menor frecuencia de la debida, especialmente para un país el que no le haría nada de mal generar más capital social y amistad cívica.

No cabe duda que esa falta de escrutinio es alimentada por la asentada convicción de que la Justicia o las policías representan finalmente la voz de los más fuertes o tiene pocos oídos para los más débiles. Ponerse al lado de los que supuestamente son los más débiles parece en estas condiciones un imperativo ético y no cabría una consideración mayor por los argumentos de fondo o los daños que se puedan causar a personas inocentes.

Hay muchas situaciones que sugieren que efectivamente los derechos ciudadanos de los grupos más débiles no son protegidos con la fuerza necesaria. Pero en los regímenes democráticos -que es donde se puede realizar esta consideración- ello parece ocurrir con menos frecuencia de lo que sugieren los clisés o bien son el resultado de falencias institucionales cuya corrección, curiosamente, no es perseguida con la urgencia requerida. Ahí los imperativos éticos parecen desfallecer.

En el corto plazo, las responsabilidades directas de esta mentira tienen que quedar adecuadamente establecidas. Pero tampoco los líderes de opinión en este caso no se comportaron a las alturas. Dejaron que este caso se prolongara sin un cuestionamiento mayor. Son muchas las ideas, posturas u objetivos que pueden haber influido en su actuación, pero ninguna de ellas parece haber guardado demasiada relación con los antecedentes efectivos de la acusación. De otro modo cuesta entender que la mentira, al menos en la esfera pública, se haya sostenido durante tanto tiempo.