La Segunda, 30 de septiembre de 2014
Opinión

Leviatán: Orden y seguridad

Leonidas Montes L..

En 1651 Thomas Hobbes publica su famoso e influyente Leviatán. El fascinante dibujo de la contratapa, en el que Hobbes participó activamente, nos muestra la figura del monstruo bíblico. El Leviatán lleva en una mano la espada, como símbolo del poder terrenal, y en la otra mano el báculo, como símbolo del poder espiritual. Arriba se cita el Libro de Job: “no hay potestad en la tierra que se le compare”. Abajo, a la izquierda, está el castillo. A la derecha, la basílica. El poder espiritual y el poder en la tierra se contrastan a través de diversos símbolos como la corona y la mitra, los cañones y las palabras que, como bien sabemos, también son armas. La figura del Leviatán se caracteriza por un rostro inexpresivo que deja una sensación de frialdad. Es la mirada atenta e imparcial del Estado que protege a los ciudadanos.

Hobbes se imagina cómo sería la vida en un estado de naturaleza donde todos fuéramos completamente libres. La vida del hombre en este estado sería “una guerra de todos contra todos”. Hobbes nos dice que “no habría artes, letras, sociedad, y lo que es peor de todo, habría miedo continuo, y peligro de muerte violenta”. Inmediatamente continúa con su famosa frase “y la vida del hombre sería solitaria, pobre, repugnante, brutal y corta”. Es precisamente el miedo lo que conduce al contrato social, a la creación del Leviatán. Para Hobbes esta es la razón que justifica y explica la existencia del Estado.

Ya desde Maquiavelo existía el debate sobre el complejo concepto de Estado. Se puede entender el Estado como una persona artificial o ficticia o como una convención o contrato social. O simplemente como consecuencia de un proceso evolutivo donde las instituciones se adaptan a las nuevas necesidades de la sociedad. Max Weber afirmó que el Estado es “el necesario monopolio de la coerción legítima”. Y no cabe duda que la prioridad de ese monopolio es velar por la vida, la integridad física y la seguridad. Todo eso que John Locke, en el siglo XVII, definió como propiedad en el más amplio sentido de lo propio.

Tuvimos el atentado en el metro Escuela Militar. Algo inusitado en nuestro país. La noticia dio la vuelta al mundo y remeció a la opinión pública. Aunque en medio de esta noticia no faltó el oportunismo político de quienes especularon más allá de la cuenta, el Leviatán actuó con celeridad y determinación. Rápidamente fueron capturados los autores. Sin embargo, pocos días después muere un hombre al explotar otra bomba en el barrio Yungay. Y a la madrugada siguiente, en la Región de La Araucanía, cinco camiones fueron emboscados, quemados y algunos choferes heridos. Además, a diario vemos y vivimos robos y asaltos.

Desde los pelucones y pipiolos, pasando por las diferencias entre filopolitas y estanqueros, Chile se ha movido en el péndulo entre la libertad y el orden. Y si bien la izquierda ha privilegiado un discurso más condescendiente a la hora de enfrentar e interpretar este problema, ahora enfrenta un dilema ideológico. La vilipendiada ley antiterrorista ya no sería objeto de escarnio. El desafío del “orden y la seguridad” puede ser una oportunidad y una muestra de madurez política. Es lo que finalmente nos recuerda la figura y el sentido del Leviatán.