La derecha sospechaba de él. Y la izquierda lo consideraba demasiado liberal. No se equivocaban. Fue un liberal comprometido con la libertad, orgulloso de su independencia.
Es más fácil recordar a un grande que despedir a un maestro. Óscar Godoy partió la semana pasada, a sus 85 años. Estudió Filosofía en la Universidad Católica de Valparaíso y obtuvo su doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Como profesor, enseñó y abrió las puertas de la filosofía política en el Instituto de Ciencia Política de la Universidad Católica de Chile. Su contagiosa pasión por los grandes pensadores inspiró a varias generaciones. Basta recordarlo en ese tercer piso donde se alojaba el Instituto de Ciencia Política. Todo cambiaba cuando aparecía el legendario director. Su elegancia —siempre de traje impecable, con corbata y zapatos ingleses— y su prestancia —una mirada que parecía venir desde arriba, pero que en algún momento bajaba para compartir una sonrisa— son algunos recuerdos que muchos atesoramos.
Óscar Godoy fue un estudioso del pensamiento político, pero su legado va más allá de su extensa lista de publicaciones. Además de profesor y maestro, fue un intelectual público. Sus ideas irradian un alma liberal y republicana. Y su legado, el coraje de un espíritu libre, independiente y honesto. Fue uno de los padres fundadores del Centro de Estudios Públicos. Y en plena dictadura militar participó en el Acuerdo Democrático Nacional de 1984. Valiente y atrevido, hacía honor a la virtud republicana. Basta leer sus textos de ese entonces o repasar algunas de sus conversaciones.
Por ejemplo, en un seminario en noviembre de 1985, junto a José Zabala, Edgardo Boeninger, Ángel Flisfisch y Jaime Guzmán, para conversar acerca del Acuerdo Nacional para la Transición a la Plena Democracia, Óscar Godoy adelantaba la importancia de los consensos. Sus palabras parten buscando el término medio aristotélico entre los extremos de Jaime Guzmán y Luis Guastavino. Más adelante, critica la propuesta oficial por su “opacidad, exclusión y obscuridad”. Y remata su intervención haciendo un llamado para poner en marcha un “proceso transparente y sin exclusiones”, a través del cual “el país real se encamine en forma integrada, solidaria y creativa, hacia metas perfectamente claras y definidas”. Óscar tenía muy claro el camino.
Aunque fue nuestro embajador en Italia, afortunadamente la política real le fue esquiva. La derecha sospechaba de él. Y la izquierda lo consideraba demasiado liberal. No se equivocaban. Óscar fue un liberal comprometido con la libertad, muy orgulloso de su independencia.
Su discurso para entrar a la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile fue “La amistad como principio político” (1990). Ese título resume lo que fue la vida de Óscar Godoy, un hombre que vivió la philía por la política, por las ideas, por su país y sus amigos. Para Óscar, la política, inspirada por el gran Aristóteles, descansaba en los intransables principios de la igualdad, libertad y justicia.
Si bien sus clases, seminarios e intervenciones marcaron, entre sus múltiples publicaciones destaca “La democracia en Aristóteles. Los orígenes del régimen republicano” (2012). Este libro es la culminación de un largo peregrinaje que lo devolvía una y otra vez al maestro de la Política con mayúscula. A Óscar la interacción entre la “Ética a Nicómaco” y la “Política” aristotélica le parecía necesaria. No era solo el tránsito de la ética a la Política que anuncia Aristóteles al final de su “Ética a Nicómaco”. Es cierto que el ciudadano bueno ayuda al buen gobierno. Pero también es cierto que un buen gobierno hace mejores ciudadanos. Para Óscar, solo una sociedad de hombres libres e iguales es virtuosa.
Dos días antes de su fallecimiento, Óscar fue fotografiado durante el lanzamiento del “Epistolario” de Andrés Bello, en la Universidad Adolfo Ibáñez. Ahí estaba con su habitual elegancia, su sonrisa socrática, una copa y un libro bajo el brazo.