El Mercurio, lunes 19 de diciembre de 2005.
Opinión

Liderazgo

Lucas Sierra I..

Hoy se habla de liderazgo con una frecuencia sorprendente. Como si el liderazgo se hubiera convertido en panacea, en una verdadera ganzúa capaz de abrir la cerradura de todos los problemas que nos aquejan. Nos faltan líderes, se dice, pues, sin importar cuán dotado esté el escenario de nuestra existencia colectiva, sin ellos siempre estaremos algo perdidos y desaprovechados.

Entonces, como Diógenes, alzamos nuestra lámpara en su búsqueda. Confeccionamos listas con los que descubrimos. Incluso, algunas universidades instalan centros destinados a forjarlos, como si las destrezas y conocimientos del liderazgo se hubieran sistematizado y codificado, a fin de ser luego repartidos, en cápsulas, para despertar al pequeño líder que duerme en cada uno de nosotros.

La historia enseña que la obsesión por el liderazgo surge en momentos de déficit institucional. América Latina es un buen ejemplo. Cuando las instituciones son sobrepasadas y cunde la sensación de desorden, volvemos la mirada hacia el líder. Es la conocida historia del “hombre fuerte”, que se repite en toda la región, desde Trujillo y Torrijos, a Perón, Ibáñez y Chávez. Una historia terrible, pues se alimenta a sí misma: como el poder del líder es personal y no institucional, su liderazgo no revierte el déficit que lo encumbró. Lo agudiza.

En Chile, sin embargo, las instituciones parecen funcionar razonablemente, y podrá haber sensación de muchas cosas, pero no de desorden. ¿Por qué, entonces, esta obsesión por el liderazgo? Es probable que sea nada más una moda, impulsada por intereses comerciales y de marketing.

También puede tener que ver la contienda electoral, concentrada en el carácter de los candidatos y ciega a sus propuestas institucionales. Tanto así, que la discusión, alejándose del terreno discutible, pero firme, del diseño institucional, se ha enredado en la pantanosa cuestión del carácter adscrito al hecho de ser hombre o mujer. A mí, por lo menos, la experiencia me dice que en esto es preferible seguir a Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar, es mejor guardar silencio.”

Ojalá se trate sólo de una moda y pase pronto. Las instituciones son una mezcla de reglas, recursos y personas. Las características de estas últimas obviamente importan. Pero, al agruparlas bajo la noción de liderazgo, perturbamos la reflexión con un tono molestamente mesiánico (los líderes nos salvan) y potencialmente autoritario (“Führer” = líder). Y, lo más grave, nos olvidamos de los recursos y de las reglas.