Tiene muchas lecturas el contundente triunfo de la Concertación y, dentro de ella, de los partidos llamados “progresistas”, en las elecciones parlamentarias. Hay quienes hablan de una izquierdización del país. Pero el éxito de los “progresistas” se da bajo un Presidente socialista que ha sido un adalid del libre comercio. ¿Ese éxito no será, entonces, una vindicación del modelo económico? Sobre todo cuando se piensa que el derrumbe de la DC se dio bajo un liderazgo que insistía en cambiarlo. En cambiar un modelo que, a toda vista, es para una gran mayoría de chilenos muy exitoso.
Otra razón para la derrota de la Alianza en las parlamentarias es, claro, la incompetencia de sus partidos. La elección presidencial mostró que hay una gran demanda por una centroderecha democrática, moderna, universal, y que ella es capaz de igualar a la Concertación cuando tiene buenos candidatos como Piñera y Lavín. El problema es que, en las parlamentarias, esa demanda no encontró una adecuada oferta. RN, el partido más universal en su proyección, tuvo pésimos candidatos; y la UDI, como siempre, jugó al voto duro, sabiendo que con el sistema binominal, basta con un cuarto de los votos para “ganar”. Paradójicamente, el sistema binominal tiende a perpetuar a la Concertación en el poder, porque no le da a la derecha los incentivos para ser mayoría. En cambio, a la Concertación la mayoría fluye del hecho de que ella abarca dos de los antiguos tres tercios.
Que los abarque es producto, sin embargo, de hechos históricos finitos. Las cosas finitas pueden parecer infinitas, pero tarde o temprano se acaban. Eso es lo que hace que la incertidumbre en torno a la segunda vuelta sea tan interesante. Porque uno ve ahora, con el éxito de Piñera, las ganas que hay en Chile de que desaparezca la lógica del sí y del no, y de que haya alternancia en el poder. Si llegara a ganar Piñera, se producirían profundos cambios en la política chilena.
La Alianza es minoritaria en el Congreso, pero el poder presidencial tiene mucha capacidad para equiparar fuerzas. Piñera no tiene por qué no invitar a cualquiera de los partidos de la Concertación a gobernar con él. Repito que cualquiera: no veo por qué tiene que ser una DC que está en contra del modelo. El resultado eventual debería ser un ajuste en el Congreso y en el país, que culmine en dos grandes bloques más paritarios que los actuales.
Si gana Bachelet, este desenlace se postergará, pero algo habrá cambiado para siempre, porque habremos visto con las elecciones presidenciales cuán vulnerable y finito era el modelo de la Concertación. Desde luego, si Bachelet interpreta que las parlamentáreas indicaron un afán izquierdizante en el país, el proceso de quiebre de la Concertación se acelerará. Mientras tanto, cabrá ver si la Alianza es capaz de mantenerse unida tras una eventual derrota de Piñera. No sólo unida, sino capaz de proyectarse como alternativa para una mayoría de ciudadanos. Para eso se requiere superar el modelo UDI, de apelar sólo al cuarto de chilenos con que se sienten seguros, y superar el modelo RN, de apelar a las grandes mayorías pero sin candidatos creíbles.
En cuanto al sistema binominal, sería conveniente cambiarlo, porque le entrega demasiado poder a las cúpulas. Pero cambiarlo implica un profundo debate sobre los méritos relativos de los sistemas con que se podría reemplazar. El tema es complejo: baste decir que no hay país en el mundo que esté satisfecho con su sistema electoral. Por eso, proponer un cambio entre dos vueltas de elección presidencial, es de una falta de seriedad abismal.