El Mercurio
Opinión

Locke, las pensiones y la bañera

Leonidas Montes L..

Locke, las pensiones y la bañera

Son tiempos muy difíciles. Tiempos fértiles para el debate apresurado e irreflexivo.

En medio de las tensiones políticas y religiosas después de la revolución gloriosa de 1688, John Locke publicó, de manera anónima, sus “Dos tratados sobre el gobierno civil” (1689). En su segundo tratado establece los cimientos del liberalismo. Ahí nos plantea el inalienable derecho a “la vida, la libertad y la propiedad”. Pero ese derecho, una ley natural que sentaría las bases de la convivencia social, también va acompañado del deber de “no matar, no esclavizar, ni robar”. Todo derecho, no debemos cansarnos de repetirlo, va acompañado de deberes.

Cuando las pestes y las guerras religiosas, alimentadas por el fanatismo y la superstición, azotaban con el caos y la muerte, el médico y filósofo de las famosas “Cartas sobre la Tolerancia” no podía sino partir con la defensa de la vida. En seguida, la libertad. Y para finalizar, la propiedad. Pero la propiedad tenía un sentido amplio. Además de lo material, estaban las promesas y un significado moral que apelaba a la confianza. En esa época la palabra propriety tenía una connotación moral que resuena cuando hoy hablamos de una “conducta apropiada” o un “actuar con propiedad”.

Es el amplio sentido de propiedad el que se encuentra en juego cuando algunos incitan y promueven el retiro de las pensiones. Así como tenemos el derecho a nuestra propiedad, también tenemos el deber de asegurar nuestro futuro. Las pensiones son, por definición, un ahorro obligatorio. Por eso —los que tenemos empleo— estamos obligados a cotizar. Es un contrato que debemos respetar a la luz del futuro.

Tampoco es prudente abrir una puerta que podría terminar con el fruto de nuestro trabajo. Como ya se ha dicho en reiteradas ocasiones, abrir esa puerta es pan para hoy y hambre para mañana. Locke también argumentaba que la propiedad es una garantía ante los eventuales abusos de la autoridad política. En este caso, el riesgo político que supone esta iniciativa es inconmensurable. Basta ver lo que sucedió con los ahorros previsionales en Argentina.

Retirar un 10% es una mala idea por donde se la mire. Sería, como dicen los americanos, tirar la guagua con la bañera. Más aún cuando se ha anunciado un nuevo paquete de medidas que es mucho mejor, más efectivo y menos regresivo. Las últimas medidas van directo a la vena de los que más lo necesitan. Y el préstamo estatal solidario con un subsidio del 25% es una política que debería ser aplaudida. Es eficaz y pone el foco en los que lo necesitan. El préstamo, que llegaría hasta $2.600.000, se pagaría en 4 años, con uno de gracia, a una tasa real nula. En definitiva, esta propuesta permite ayudar más y mejor.

Desconocer lo que ha significado nuestro sistema de pensiones es sumarse a ese coro de las Erinias que ven lo malo y no lo bueno, que critican y no proponen, que piensan en el presente propio y olvidan el futuro colectivo. Una cosa es mejorar nuestro sistema de pensiones, pero otra muy distinta es destruirlo.

La plaga nos trae muerte y dolor, pobreza y desempleo. Serán tiempos de estrechez y austeridad que exigen una mirada de futuro. Por eso, en medio de la angustia y ansiedad del momento, con un parlamento fragmentado, muchas elecciones por delante y una nueva ley que perjudica la reelección de alcaldes, la trifulca política es intensa. Son tiempos muy difíciles. Tiempos fértiles para el debate apresurado e irreflexivo. Como sostuvo Eugenio Tironi, vamos en un tren de alta velocidad que nos exige sentarnos a pensar y no correr a tontas y a locas.

Mientras escucho a algunos parlamentarios de la Cámara Baja, no puedo olvidar lo que fue el Acuerdo Económico que se aprobó en el Senado. Este virtuoso acuerdo, que unió la economía a la política, fijó un marco de acción ejemplar. Como diría John Locke, la libertad republicana camina de la mano de la responsabilidad. Y, ojalá, de la prudencia.