El Mercurio, 14 de diciembre de 2014
Opinión

Los Jetas: Apariencias que engañan

Ernesto Ayala M..

Es difícil que «Los jetas – La revolución es interior», estreno de esta semana en la cartelera de Santiago, pase a la historia del cine chileno por el arrojo de su propuesta visual; incluso, que pase a la historia del todo. Pese a eso, hay cosas que decir de esta cinta, ópera prima de Emilio Romero, ya que es más de lo que parece a simple vista.

«Los jetas» nació hace unos tres años como una serie online , de capítulos de diez minutos, que giraban en torno a las aventuras de Tommy (Rodrigo Pardow) y Manu (Roberto Fuentes), dos treintañeros del barrio alto, que se mueven en el mundo de la publicidad tratando de inventar «proyectos» donde se trabaje poco y se gane harto. Una comedia de costumbres, donde cierta clase de hijitos de su papá se revelan, ya crecidos, en toda su frescura, inoperancia e ingenuidad.

«La revolución interior» es el salto de los jetas al cine. No era fácil, pues transformar la moral de capítulos breves en un formato mayor es más complejo que pegar un episodio detrás de otro. Y el desafío no logró cumplirse del todo; su puesta en escena es algo gruesa y su montaje no siempre resulta afortunado, ya que corta y segmenta más de lo necesario y no permite que las imágenes hablen por sí mismas. El uso de la música está demasiado cercano a la serie, donde marcaba transiciones, pero en un largometraje se siente reiterativo y poco elegante. Algo parecido sucede con el uso de paisajes urbanos para las transiciones visuales. Y la cinta en general se siente episódica, seguramente porque «La revolución es interior» se pensó primero como una segunda temporada de la serie on line . Todo esto evita que la cinta acumule narración, emoción y delirio; y en consecuencia nunca entra a esa zona algo desquiciada de las buenas comedias.

Dicho esto, «Los jetas», la película, no es una simple comedia de humor grueso y desechable. Posee observación, tono y es lo suficientemente inteligente para generar complicidad con el espectador. Sus protagonistas pueden tener poca moral y nervio interior, pero son queribles, tipos que están tratando de encontrar su lugar pero sin esforzarse demasiado, muy a la chilena, no tan lejos de los personajes que usaba Raúl Ruiz antes de comenzar su etapa francesa. El director sabe cómo tratarlos, sin desprecio ni complacencia. Lo poco frecuente que es encontrar este trato en el cine chileno revela que no es un logro fácil. Súmese a eso que la cinta da cuenta de manera muy nítida de un Chile muy pequeño, donde se imposta la seguridad o el dinero, donde se chamulla con palabras en inglés, semi técnicas y totalmente vacías, y donde la familiaridad de compartir un colegio o ciertos orígenes sociales se usa para manipular. Cuarenta o cincuenta años atrás, «Los jetas», quizá como el protagonista de «Palomita Blanca», ni siquiera se hubieran esforzado en ser simpáticos, ya que hubieran sentido que su lugar en el mundo de la clase alta chilena era natural e inamovible como la cordillera de los Andes. Ahora, en cambio, perciben que el mundo es más líquido, que ni el dinero ni el estatus están asegurados y deben comenzar a luchar por no caer en la escala social. Lo triste es que no tienen las herramientas para hacerlo; lo cómico es que no se dan cuenta de que no las tienen. En ese sentido, «Los jetas», aunque no lo parece, es una película despiadada.

LOS JETAS
Dirigida por Emilio Romero.
Con Rodrigo Pardow, Tamara Tello, Roberto Fuentes y Catalina Zarhi.