El Mercurio, 26/9/2010
Opinión

Más política

Harald Beyer.

Los gobiernos duran sólo cuatro años en Chile y no tienen posibilidades de reelegirse. Ello tiene aspectos positivos que creo superan largamente los negativos. Pero ello no significa que los últimos no puedan ser particularmente difíciles de superar. En gran medida porque en los regímenes presidenciales los rodajes son largos y las negociaciones políticas suelen ser especialmente trabadas, más aún cuando en el Congreso las mayorías parlamentarias son débiles o inexistentes y no hay instrumentos efectivos, como ocurre en los regímenes parlamentarios, para «disciplinar» a los representantes. La dificultad para las transacciones políticas obedece, en gran medida, a la asimetría entre los gobiernos y los parlamentarios. Estos últimos pueden reelegirse con una gran probabilidad mientras los gobiernos con ninguna. La sensación de urgencia para unos y otros es muy distinta. La paradoja es que el fuerte presidencialismo de nuestro régimen político se desdibuja y pasa a ser una característica de papel, antes que un elemento de la realidad política diaria.

En este contexto la gestión política cobra una importancia central. Es aquí donde quizás el gobierno ha demostrado mayores debilidades. Frente a los problemas hay un «sesgo» a enfatizar soluciones que seguramente están bien pensadas, pero a veces se olvida que sus posibilidades de prosperar serán mayores si van acompañadas de un buen empaquetamiento político. En ese sentido no basta con que el gobierno esté convencido de que sus soluciones son las apropiadas, sino que la opinión pública perciba que ellas son las respuestas adecuadas a un problema específico que siempre será político antes que técnico. En el discurso del 21 de mayo el Presidente Piñera definió una carta de navegación que combinaba de buena manera las aspiraciones políticas del gobierno con una serie de propuestas que permitían satisfacerlas. Si el mensaje causó interés fue precisamente porque estas últimas se desprendían de las primeras y no al revés.

Sin embargo, no siempre el Ejecutivo logra ese equilibrio. Una buena gestión política supone mantener la prelación articulada en ese momento, tarea que, entre otras cosas, impone evaluar si las actuaciones de gobierno fortalecen esa carta de navegación o la diluyen, y en caso de urgencias acomodarlas a ella anteponiendo siempre los objetivos políticos antes que las soluciones específicas. En caso contrario se eleva el riesgo de incumplir esos objetivos que es el mayor problema para un gobierno, porque pierde la quilla que se requiere para navegar en un mar que nunca estará calmo. Después de todo son las aspiraciones políticas las que deben estar sustentadas en convicciones profundas antes que las soluciones específicas.

Por cierto, no es que el gobierno en esta dimensión sea un desastre, pero al igual que en el caso del balance estructural tiene un déficit que debe corregir. Es evidente, además, que aprende rápido. En un problema complejo como el producido por los comuneros mapuches en huelga de hambre llegó algo tarde e inicialmente enfatizó las soluciones técnicas antes que la estrategia política, pero ha logrado rearmarse y desarrollado un enfoque que, si bien no está exento de defectos, puede encontrar apoyo en la ciudadanía. Un mayor análisis de la coyuntura de corto y mediano plazo y una mejor capacidad para adelantar problemas futuros le darían al gobierno una densidad política de la que carece en la actualidad. Este atributo es indispensable para llevar adelante un buen gobierno en un contexto inevitable de altos costos de transacción política.