La Segunda, 16 de septiembre de 2014
Opinión

Memoria e historia

Leonidas Montes L..

En la última edición semanal de The Economist, en la nueva sección Bello, en honor al gran Andrés Bello, aparece una columna sugerentemente titulada “La memoria no es historia”. El columnista destaca nuestro “Museo de la Memoria”. Los 1.132 centros de detención a lo largo de Chile titilan en la oscuridad de la memoria. Es una herida en nuestra historia. En nuestro museo no hay aspavientos, sí sobriedad y recogimiento. La instalación de Alfredo Jaar llama a la reflexión. Y los testimonios de las víctimas son sobrecogedores y espeluznantes a la vez.

En seguida se refiere al museo argentino “Espacio de la memoria y los derechos humanos”. Aquí la memoria es menos rigurosa. En el memorial de las víctimas aparecen placas en blanco de las “30.000 víctimas del terrorismo de Estado”. La historia, nos recuerda Bello, ha confirmado 8.960 víctimas en el país vecino. Y se agrega que murieron “luchando por los ideales de la justicia y la igualdad”. Estos ideales, recuerda Bello, esconden la violencia de los montoneros, la violenta guerrilla de izquierda argentina.

Dado que en otros países latinoamericanos se promueven iniciativas similares, Bello reflexiona sobre las complejidades de la memoria. Recuerda que el inolvidable Tony Judt decía que la memoria no puede sustituir a la historia. El riesgo de la memoria es que ésta no es la historia. La memoria es una fotografía, o mejor dicho, momentos que gatillan emociones. La historia, ya lo sabemos, no es tan simple. La memoria es esencialmente subjetiva y selectiva. La historia, en cambio, intenta ser objetiva y comprensiva. En cierta forma, la memoria se vincula a imágenes y sentimientos. Y la historia, al contexto y a la fría razón.

Si la memoria ha convertido a Allende en el héroe o el mártir de la democracia, ésta olvida lo que significó para Chile la imposición del programa marxista de la Unidad Popular. La historia, vaya novedad, es más compleja. Más allá de la aguda crisis económica de 1973, de que casi un 80% de la economía se encontraba en manos del Estado, la crisis política fue muy severa. Nada puede justificar lo que sucedió en términos de derechos humanos, pero la izquierda ha pretendido reducir la historia a la memoria. Tanto, que muchos demócratas hoy prefieren olvidar su apoyo al golpe.

Como afirma Bello, si la derecha ganó con sangre la guerra fría en Latinoamérica, la izquierda la ganó con la paz. Este logro le ha permitido a la izquierda escribir la historia en base a una memoria selectiva. Ésta descansa más en los sentimientos que en la razón. Testimonios como el de Roberto Ampuero, en su novela “Nuestros años verde olivo”, o Jorge Edwards, con “Persona non grata”, muestran esta dicotomía. En Chile muchos despertaron del sueño dogmático. Pero algunos siguen dormidos, obnubilados o enceguecidos por la memoria.

En la década de 1980 había unas 15 dictaduras en Latinoamérica. De diversas formas, todos los países caminaron hacia la democracia. Excepto uno, la Cuba de Fidel. Pero ahí se luchó, y todavía se lucha, por “la justicia y la igualdad”. En fin, Cuba todavía no es historia: es la memoria viva del sueño socialista.