La Tercera, 6 de febrero de 2015
Opinión

Mercado y racionalidad económica

Leonidas Montes L..

La racionalidad económica descansa en el principio de maximización de la utilidad. Fue Jeremy Bentham, el padre del utilitarismo, quien desarrolló el concepto de utilidad. Soñaba con cuantificar la utilidad. Por eso se hablaba de una utilidad cardinal, cuantificable. Obviamente, todo esto era una quimera. Pero a fines del siglo XIX surge la llamada revolución marginal. Ante la dificultad de explicar el valor de un bien -para los economistas clásicos, desde Adam Smith a Karl Marx, el valor de un bien estaba determinado por la cantidad de trabajo- algunos economistas desarrollaron el concepto de utilidad de la mano del cálculo diferencial. Y así llegaron a una solución simple e intuitiva: el valor de un bien está determinado por la utilidad marginal. Esta simple idea permitió desarrollar la racionalidad económica. Nuestras preferencias se reflejan en nuestras curvas de indiferencia, que representan nuestra utilidad.

Sobre esta base se construye el edificio de la economía neoclásica. Como cada individuo siempre prefiere más a menos -principio de no saciedad-, cada uno tenderá a maximizar su utilidad. Pero la función utilidad depende de las preferencias individuales, que son diferentes para cada persona.

El caso Bilbao ha sacudido al mercado. Una serie de transacciones con ADR de una empresa de la cual era director fueron cuestionadas por la SEC. Este es un caso emblemático que, sumado al caso cascadas, al uso de custodia (no olvidemos el caso Serrano), salpica al mercado financiero. Aunque se pueden ensayar múltiples interpretaciones apelando a cuestiones formales, legales, morales e incluso filosóficas, no debemos olvidar que las curvas de indiferencia son endógenas y subjetivas. En cambio, el marco de acción en el mercado financiero es exógeno y objetivo. Ciertas reglas definen y limitan la acción. Y en un mercado competitivo, éstas se cumplen. Por eso, en el frío mercado, las curvas de indiferencia son responsabilidad de cada uno.

El uso de información privilegiada es una práctica condenable. Por eso es un delito. En definitiva, es un abuso y un robo a los demás accionistas. Lo importante es que hoy recibe un rechazo contundente. Pero históricamente -en Chile y en el mundo- no siempre ha sido así. Una sana consecuencia del progreso es la toma de conciencia sobre una serie de prácticas que no eran socialmente rechazadas o eran simplemente soslayadas (¿recuerda la pregunta por boleta o factura?). En Chile había muchos chicos listos, quizá demasiado listos. Incluso, algunos inversionistas se jactaban de tener buenos amigos. De ahí su éxito. En este ambiente, no era difícil que se instalara la idea del club. Pero todo eso cambió. Atrás quedó la cultura ochentera y noventera. La condena generalizada al caso Bilbao, su inmediata renuncia a varios directorios y el rol decidido de la SVS para investigar otros casos son la mejor prueba.

El mercado financiero enfrenta una crisis parecida a la de la Iglesia Católica. Así como unos pocos pedófilos mancharon y desprestigiaron a la Iglesia Católica, unos pocos casos individuales salpican y empañan el funcionamiento y la reputación del mercado. Pero todo esto no debería sorprendernos tanto. Desde Adán y Eva, de todo hay en la viña del Señor. Y desde que el hombre intercambia, de todo hay en la viña del mercado. Por eso existen las regulaciones y las penas disuasivas.

Hace unos 20 años, Chile prometía ser la plaza financiera de la región. Eramos los jaguares de Latinoamérica. Pero como somos bipolares, hoy nos sentimos los ratones de la región. Y nuestro mercado financiero, cuyo funcionamiento es admirable y ejemplar a nivel mundial, no escapa de este pesimismo. Los montos transados han sido muy bajos. Y el año pasado, mientras el mundo celebraba sorprendentes cifras de ofertas públicas de acciones de empresas que se abren en Bolsa, en Chile no se abrió ninguna empresa al mercado. Aunque hay muchas razones que explican esta situación, el animal spirits financiero local, hay que reconocerlo, no es el mejor.

El mercado de capitales es fundamental para el desarrollo de Chile. Y los recientes escándalos son también una gran oportunidad para mejorar la cancha. Cuando en 1997 estalló el caso chispas, conocido como la operación del siglo, sacamos lecciones y aprendimos de esa crisis. En el año 2000 se aprobó la Ley 19.705, que enfrentaba el tema de las OPA y otros asuntos relevantes para el mercado de valores. Mejoró la legislación y nunca se repitieron situaciones similares.

Ese es el ejemplo que debemos seguir. Y hay señales alentadoras y contundentes. Recientemente, Hacienda convocó a un equipo de expertos, que incluye al ex superintendente Fernando Coloma, para analizar el marco regulatorio y promover algunos cambios necesarios. Por otro lado, la Bolsa de Comercio tiene una nueva dirección más proactiva y moderna. Si existe un área donde se puede implementar la tan cacareada alianza público-privada, es precisamente en el mercado de capitales. Por de pronto, la idea promovida inicialmente por Guillermo Larraín de una Comisión de Valores, como un órgano colegiado, es una iniciativa necesaria e importante.

Velar por un mercado de capitales competitivo, eficiente, abierto y transparente, aclarar y mejorar ciertas regulaciones y agilizar el rol fiscalizador de la SVS es clave. Lo positivo es que nuestro mercado está evolucionando en la dirección correcta. Pero ciertas mejoras también exigen un trabajo legislativo serio, apegado a la racionalidad económica y alejado de los trasnochados eslóganes contra el lucro. Ese es el gran desafío.