Diario Financiero
Opinión

Necesaria empatía

Nicole Gardella.

Esta empatía no puede sino ser practicada por quienes han visto, en su fuero íntimo, que era necesario un cambio. Hoy es claro que todos requerimos de esa empatía.

La única manera de mantener una democracia sana es escuchando y atendiendo las necesidades de quienes quieren participar de ella. Esto implica, sin duda, un enorme esfuerzo cívico, pues, como hemos podido ver en los últimos días, las opiniones en democracia suponen posiciones antagónicas. Ciertamente, las necesidades que esas opiniones expresan son diversas y móviles; a veces imprecisas. Pueden ser difíciles de comunicar, y se manifiestan con distintos grados de antagonismo: desde el malestar hasta la ira más profunda, pero sin duda todas son muestra de que hay que visibilizar algo. Antes intuíamos que había que escuchar esas opiniones; hoy sabemos que es imprescindible atenderlas. El ejercicio cívico entonces se complejiza, pues exige un nivel de empatía superior, toda vez que requiere respetar la posición de otro, y también aceptar que «algo hay ahí» en lo que el otro expresa, aunque no lo entendamos.

Esta empatía no puede sino ser practicada por quienes han visto, en su fuero íntimo, que era necesario un cambio. Hoy es claro que todos requerimos de esa empatía. Si creemos que el interés individual basta, si nos contentamos con satisfacer nuestras propias necesidades, el proyecto de sociedad y de democracia que ahora esperamos y necesitamos, el que podemos divisar en el horizonte -aunque sea como una imagen difusa- no tendrá lugar. En otras palabras, no habrá comunicación, no habrá un dar y recibir, no se habrá visibilizado nada. Reconocer esas necesidades de los demás, no es tampoco un acto espontáneo, ni azaroso, ni un llamado de atención porque sí. Debe ser un acto dedicado a los otros, en que ponemos sinceramente toda nuestra singularidad y sensatez. Una condición ardua, sin duda.

Lo realmente difícil hoy, para rescatar a la democracia de sus propias cegueras, es reconocer genuinamente que si queremos comunicarnos y ser escuchados no solo debemos ser elocuentes y juiciosos, también debemos mostrarnos frente a los demás como seres empáticos y acogedores. No se puede buscar el diálogo solo como un medio de convencimiento; hay también que entenderlo como un campo de reflexión que nos permitan crear una experiencia común con otros distintos. Ese diálogo supone cavar en la intimidad, sentir el goce, pero sobre todo implica sentir aquello que se está abriendo y visibilizando, y requiere necesariamente de una empatía excepcional para atender a los demás. Imperativamente debemos reconocer nuestras sus propias debilidades, advertir cuán negligentes hemos sido y generar proactivamente maneras de subsanarlas. En rigor, para que una democracia exista, debemos en el más amplio sentido de la palabra, construir y convivir en un horizonte de experiencias comunes.

Las manifestaciones pacíficas han sido un primer paso. Podemos considerar esas marchas de las últimas semanas como un encuentro cara a cara, el inicio de un diálogo para alzar una democracia donde se pondere correctamente lo importante y lo urgente, lo deseable y lo necesario. Pues, tal como escribiera Humberto Giannini en 1997, es por «la elasticidad ganada en el ejercicio de la convivencia, [por] la capacidad de dar y recibir» que podremos construir ese horizonte común en el que seremos sensibles a la suerte ajena.