El Mercurio
Opinión

No son tiempos para planear

Leonidas Montes L..

No son tiempos para planear

Saltamos de los Chicago Boys a los abogados, de la planilla Excel al cuaderno a rayas, de ‘El Ladrillo’ a una nueva Constitución.

Un buen amigo me dijo “no son tiempos para planear”. Aunque se refería a la vida en estos tiempos del covid, es interesante recordar que el liberalismo desconfía de la planificación en un sentido amplio, casi filosófico. La razón es muy simple: sabemos que la incertidumbre es el pan de cada día. También sabemos que existen, en el lenguaje de los economistas, las consecuencias no intencionadas. El resultado de las elecciones en Chile hizo aún más evidente esta realidad.

Nuestra tendencia a planificar, a predecir los sucesos dentro de un marco racional, se encontró con otra sorpresa. Anticipamos tendencias y balances de poder. Calculamos fuerzas y evaluamos a los candidatos. Analizamos las encuestas con sus ganadores y perdedores. Pero una vez más nos dimos cuenta de que no siempre se puede planear. Y, mucho menos, predecir.

La democracia representativa, con la magia del voto, es caprichosa. Y en un mundo cada vez más incierto, cambiante y líquido, cualquier cosa puede pasar en política. En esta ciencia, como diría Paul Feyerabend, “anything goes”. Tenemos que acostumbrarnos y adaptarnos a esta nueva y volátil realidad. Solo recuerde que hace dos semanas de lo único que hablábamos era del fenómeno Pamela Jiles.

La confianza en los partidos políticos ha sufrido un lento y sostenido deterioro. Solo un 2% de los chilenos confía en ellos. El resultado electoral fue otro balde de agua fría para los partidos tradicionales. Si la irrupción de los independientes en la Convención Constitucional fue sorpresiva y contundente, la baja representación de los partidos es preocupante. Sabemos que los partidos políticos son fundamentales y esenciales para la democracia representativa. Sin partidos fuertes y confiables, se abre el camino a la decadencia.

Aunque estas elecciones fueron complejas y nuevamente ejemplares, algunos hitos de los resultados son dignos de análisis. Indudablemente la paridad en la constituyente es y será muy importante. Otro gran tema es el éxito de los abogados. Esto va más allá del legado de Andrés Bello. En efecto, de los 155 integrantes de la Convención Constitucional, 61son abogados, 5 egresados de derecho, 2 son licenciados y uno es estudiante de derecho. O sea, un 44,5% de los constituyentes pertenecen al mundo de las leyes. Los economistas, en cambio, brillan por su ausencia. Hay solo un economista y tres ingenieros comerciales.

Este giro refleja algo profundo y simbólico. La influencia de los economistas ya no es la misma. Las señales en esta dirección abundan. Basta advertir la creatividad legislativa en ciertas materias. En cierto sentido saltamos de los Chicago Boys a los abogados, de la planilla Excel al cuaderno a rayas, de “El Ladrillo” a una nueva Constitución. En fin, si Chile estuvo guiado por economistas, para el futuro ya no parecen ser tan importantes. La economía fue bajada de su trono.

También se aprecia una renovación generacional profunda. La edad promedio de los constituyentes es de 45 años. O sea, la gran mayoría no alcanzó a votar por el Sí o el No. Y quizá votaron por primera vez el año 1999. Son los jóvenes del cambio de siglo que representan el fin de la vieja transición y el comienzo de una nueva.

Será necesario conversar para estar a la altura del desafío constituyente. El que sea una Convención Constitucional con estas características puede ser una ventaja o una desventaja. No lo sabemos. Tampoco lo podemos planear. Pero la elección del término “convencional” no es baladí: parte con el prefijo “con” (junto con), al medio aparece “venir”, y se cierra con el sufijo “al”. En su sentido etimológico, esta palabra refleja la unidad en un pacto o acuerdo. Por cierto, la Convención Constitucional no será un convento. Pero será la instancia que definirá nuestro por-venir. Y para eso hay que a-venir. El tránsito por esta avenida será el gran desafío.