La Segunda, 2 de abril de 2013
Opinión

Noticia tras noticia

Leonidas Montes L..

Michelle Bachelet finalmente aterrizó. Y habló en marzo, tal como lo había prometido. Fue un calculado acto ciudadano junto a unos pocos elegidos. El acto de bienvenida se inició con una curiosa exposición artística. Sin mucha imaginación, la retrospectiva se tituló «Retrato de una Presidenta 2006-2010». Por televisión sólo se lograban ver algunas coloridas pinturas cuya protagonista principal era Ella. Luego de recorrer y comentar la muestra por una media hora, Bachelet subió al podio y pronunció el esperado discurso, confirmando que será candidata presidencial. La canción nacional, los vítores y la preparada alocución no dejaron lugar a improvisaciones. Todo esto fue planificado con el celo y la rigurosidad que exigía el cuidado protocolo de su regreso. Naturalmente, nadie podía hablar. Nada podía saberse más allá de su cerrado y misterioso círculo de hierro. Como se quejó Matías del Río en Tolerancia Cero : «Tener a Bachelet aquí es imposible… No logramos llegar ni a su tercer planeta más cercano, que nos contestaran con un sí o con un no… No se accede, no conversa».

Ayer lunes, siguiendo el riguroso guión, Bachelet anunció que su primer proyecto será poner fin al lucro y avanzar hacia la gratuidad de la educación en todos sus niveles. En una reunión con vecinos de Conchalí -obviamente sin periodistas y a puertas cerradas-, la candidata que ya bajó del Olimpo declaró: «Es ahora el momento de cambios estructurales, entonces en mi primera semana de campaña yo quisiera comprometerme con lo que va a ser mi prioridad de gobierno: necesitamos poner fin al lucro y la educación no puede ser un negocio». Los ánimos de la oposición se enardecieron. No fue el arcángel Gabriel ni un mensajero celestial. Tampoco los estudiantes. Fue Ella quien dio a conocer esta lucrativa verdad revelada. El entusiasmo de su Palabra encendió a las huestes parlamentarias. Con sus rostros iluminados, algunos diputados de la oposición celebraban lo que interpretaron como un apoyo a la acusación constitucional contra el ministro de Educación, Harald Beyer. Henchidos de júbilo, declararon: «El jueves (cuando se vote dicha acusación) será un día histórico para el país». Efectivamente, si ocurre lo que se pregona, será un día histórico: recordaremos el día en que se jodió la educación en Chile.

Se ha deslizado la tesis de que esta acusación sería una revancha, un acto de reciprocidad política. Si la derecha lo hizo, ahora le pasamos la cuenta. Con este argumento podríamos justificar muchas cosas que no quisiéramos recordar. Por ejemplo, pagar sobresueldos en billetitos. Nuestra memoria es frágil. A fines de 2002, en el apogeo del caso de corrupción MOP-GATE, el director del SII, Juan Toro, en un oficio reservado, sostuvo que los sobresueldos no eran tributables. Para que vea usted cómo funcionaban nuestras instituciones en esa época. A diferencia de la actual oposición, en ese entonces la derecha veló por el bien del país. En enero de 2003 se firmó un acuerdo histórico.

Otra noticia fue la escalofriante entrevista al presidente del PC, Guillermo Teillier. Hasta la familia se sacrifica frente a la férrea disciplina partidaria. Lo cierto es que el PC chileno poco ha evolucionado. Sigue en las lógicas de la Guerra Fría, como si nada hubiera cambiado. Ese dogmatismo ideológico del PC es parecido al fanatismo religioso. Al final, también es una religión, una cuestión de creencias. El gran problema de los ateos -una característica del comunismo- es que son los más creyentes. Y los comunistas, ¡vaya que creen en el partido! Finalmente el comunismo también exige un acto de fe.

Pero una fe ciega. Teillier junto a Carlos Insunza escribieron una sentida y premonitoria carta de pésame a la dinastía comunista de Corea del Norte. En ella declararon que «el Partido Comunista de Chile está convencido de que… la defensa de los intereses del pueblo coreano en contra de las maniobras del imperialismo norteamericano continuarán siendo impulsadas firmemente por quien lo reemplace en los cargos de la dirección del Partido y el Estado». A juzgar por la reciente actuación del nuevo Gran Líder comunista, el joven Kim Jong Un, vaya que tenían razón. Una vergüenza para el mundo civilizado, que en Chile pareciera ser un orgullo para quienes todavía viven en la Guerra Fría.