La Segunda, 15 de octubre de 2013
Opinión

Nuestra “excepcionalidad”

Leonidas Montes L..

Hace casi una semana se realizó el debate presidencial organizado por la Asociación Nacional de la Prensa (ANP). Fue algo sorprendente. Y a la vez, kafkiano. Así como ganamos 3-0 en el primer tiempo a Colombia, lo que pasó en este debate es tan extraño e inexplicable como lo que ocurrió en el segundo tiempo de ese encuentro. Después de escucharlo, los casi 30 años de progreso y crecimiento no existían. Se esfumaron. Parecía que Chile fuera víctima de una aguda crisis institucional, económica y política. La mayoría de los candidatos sugerían una especie de sueño sesentero. Con ese diagnóstico y esas propuestas, apuesto a que en pocos años nuevamente empatamos con Colombia.

Aunque algunos historiadores prefieren hablar de nuestra “excepcionalidad”, el debate fue otro reflejo de nuestra bipolaridad. Recuerdo que Sebastián Piñera, como joven político, solía decir que Chile es un país de contrastes. Vaya que tenía razón. Esa inefable dialéctica tesis/antítesis, para ponerlo en términos hegelianos, ha vuelto a aflorar con fuerza. Al margen de criticar casi todo lo que se ha logrado en este país, lo más curioso de estas elecciones es que en Chile recién se había aprobado una ley de primarias. Y uno de sus objetivos era, precisamente, que llegaran pocos candidatos a la carrera final por la Presidencia. En otras palabras, la nueva ley gatillaría una competencia previa para que se limpiara el naipe. Pero en vez de terminar con pocos candidatos compitiendo por la presidencia, terminamos con muchas cartas y un naipe desordenado. Una verdadera chiflota. Ciertamente, a los ojos de cualquier observador imparcial, llegar con nueve candidatos después de unas primarias es, a lo menos, peculiar. Para los más optimistas, sólo sería otra evidencia de la excepcionalidad chilena.

Pero este publicitado debate, que fue ampliamente promocionado, contó con sólo ocho candidatos. Bachelet se excusó de este largo y a ratos soporífero debate. Ni siquiera dijo “paso”. Simplemente arguyó que tenía otros compromisos. Imagino las disquisiciones de los organizadores del debate para repartir las ocho fotos en el aviso publicitario (tres candidatos en una primera fila, dos en la segunda, y tres en la tercera). Y si hubieran estado los nueve candidatos, ¿con quién colocamos a Bachelet? ¿No se sentirá Roxana Miranda si la dejamos al final? ¿No será mejor usar el mismo orden los números del sorteo del Servel? Ahora bien, por suerte eran ocho. Así resultaba más fácil sentar en el estudio a cuatro a cada lado. Se imagina si hubiera ido Bachelet. ¿A quién dejamos al medio? ¿A Bachelet? ¿A Matthei? Las redes hubieran entrado en ebullición. Sería percibido como un atentado contra nuestra democracia. Un insulto a la igualdad de oportunidades para aquellos candidatos a la Presidencia sin opción alguna.

Y respecto a los candidatos que nadie sabe por qué y para qué están ahí, tuvieron su minuto de gloria. Llegaron bien preparados ante un formato que les resultaba cómodo y prometedor. En el menú hubo ofertones que incluían condonaciones de deudas millonarias. Incluso amenazas de cárcel. Ante tanta verborrea, he llegado a especular que el pago estatal por voto puede generar algún incentivo perverso. Aunque probablemente muchos candidatos queden endeudados —me han dicho que finalmente eso es lo que ocurre—, me acosa ese genio maligno de la metafísica cartesiana. A $686 por voto, quién sabe.

Nada de raro que Bachelet nuevamente haya pasado. No tenía nada que ganar en un debate como ése. Sólo podía pasar algún mal rato. Era innecesario e inconveniente arriesgar su capital político. En cambio Matthei, como es galla, fue a la pelea. Hay que reconocer que Matthei ha enfrentado el desafío de la candidatura oficialista con mucha fortaleza y determinación. Pese a todo, y casi contra todo, sigue batallando con el ánimo y la resiliencia que son propias de una política avezada. No olvidemos que lidera un sector que es un caldo de egos y rencillas. La apoyan dos partidos que, para ponerlo en términos políticamente correctos, tienen algunas “historias de desencuentros”. Y por si fuera poco, la derecha está plagada de patrones de fundo, dueños de la verdad que dictan cátedra desde una cómoda casa a orillas del mar. En cierto sentido, Matthei ha mostrado esa misma fuerza y perseverancia que caracterizan a Piñera. Tolerar o, mejor dicho, soportar a la tribu no debe ser nada de fácil.