El Mercurio, sábado 30 de abril de 2005.
Opinión

Oportunidades perdidas

Harald Beyer.

Ambas candidatas dejaron ir una ocasión magnífica. En el caso de Soledad Alvear, de acercarse a Bachelet. Y en el caso de Michelle Bachelet, porque no hizo mucho para consolidar su ventaja sobre Joaquín Lavín.

El miércoles pasado en alrededor de 1,7 millones de hogares chilenos el televisor estaba sintonizado en uno de los dos canales que transmitieron el primer debate entre las candidatas oficialistas a la Presidencia de la República. Las encuestas telefónicas posteriores revelaron que Bachelet se había adjudicado el enfrentamiento. Por cierto, a las alturas de la noche en que éstas fueron realizadas probablemente no hacen más que reflejar el estado de la opinión pública en el momento previo al debate. Las pocas personas que suelen contestar estas encuestas son precisamente aquellas que tienen posiciones bastante claras sobre las dos postulantes.

Con todo, ambas candidatas perdieron una oportunidad valiosa: en el caso de Alvear de acercarse a Bachelet y en el caso de ésta no hizo mucho para consolidar su ventaja sobre Lavín. Preguntadas en distintos lugares del mundo, incluido Chile, las personas confiesan poner atención a los debates de este tipo para principalmente conocer las opiniones de sus eventuales representados sobre los temas públicos que afectan al país en el que viven. Hubo muy poco de ello en este debate. Su escasa influencia en moldear las preferencias de los votantes no debería ser una excusa porque este resultado no siempre se satisface. Sobre todo en primarias donde, por ejemplo, las preferencias por una candidata rara vez significan un rechazo hacia la otra.

Por cierto hay que tomar en cuenta que los espectadores se aproximan al debate cognitivamente comprometidos por lo que es algo ingenuo pedirles que sopesen la evidencia de manera desapasionada. Entonces, si se quiere producir un impacto efectivo sobre los votantes es indispensable sorprenderlos o remecerlos un poquito. Eso, cuando se está tan atrás en las encuestas, supone correr algunos riesgos. Sin embargo, Alvear no corrió ninguno. A lo más, en esos dos minutos finales, intentó acercarse afectivamente a la población, aspecto en el que Bachelet es insuperable como demostró a lo largo del propio debate. Posiblemente, esos dos minutos finales hubiesen sido mucho más productivos empleados en resaltar las diferencias con su adversaria y en establecer su convicción de representar un mejor proyecto de gobierno y una mayor capacidad de liderarlo.

Claro que para eso necesitaba sacar a Bachelet al pizarrón. Es cierto que las preguntas de los periodistas -más preocupados de interpretar a la elite que a la ciudadanía- no la ayudaron mucho. Pero una figura con experiencia política debe ser capaz de sortear esas dificultades. Sencillamente no quiso avanzar en este camino en una estrategia que a todas luces es insuficiente para amagar a Bachelet y que la conduce a una inevitable derrota el próximo 31 de julio. Si esto es lo único que nos deparará su campaña hasta esa fecha, bien vale la pena preguntarse si tiene sentido mantenerla hasta el final.

La actitud de Alvear le permitió a Bachelet salir bastante incólume de un debate que le resultó más complicado de lo que podría haberse anticipado. Logró mantenerse en contacto con el público, pero cometió errores que un político avezado como Lavín no le perdonará. Desde luego en dos o tres momentos del debate se dejó presionar y confundir por los periodistas dejando entrever un liderazgo menos efectivo de lo que ha mostrado hasta ahora. Para una persona que quiere llegar a la Presidencia esas debilidades se notan. Más aún, cuando pretende heredar la banda presidencial de un Presidente como Lagos.

Tanto o más preocupante para los asesores de Bachelet es la impresión de que su candidata no hizo bien su tarea. Se complicó innecesariamente en preguntas que eran posibles de anticipar como las referidas a impuestos y desigualdad, donde ella a juzgar por algunas encuestas tiene alguna credibilidad, y a la situación de derechos humanos en Cuba o China. Y nunca quedó muy claro a quién se dirigía. Por lo pronto, y vaya esto como un ejemplo, el debate correspondía a una primaria y probablemente a los votantes concertacionistas no les complicaba escuchar de su precandidata que, en la eventualidad que le faltasen recursos para cumplir su programa, podría optar por subir impuestos. De resultar nominada, seguramente tendrá tiempo suficiente para definir con exactitud su postura. Los excesos de confianza son siempre malos consejeros políticos e hicieron a Bachelet incurrir en riesgos que eran perfectamente evitables con algo más de dedicación. Ciertamente su ventaja es la espontaneidad y su empatía con el electorado y respuestas más articuladas pueden dañar esa imagen, pero a la hora de elegir Presidente los votantes querrán obtener propuestas claras y contundentes antes que vaguedades.

Probablemente en el corto plazo la situación política no sufrirá mayores variaciones, pero es evidente que Bachelet no satisfizo enteramente las expectativas de la población. En lo que sigue estarán más atentos a su actuación. Más aún cuando tiene al frente un candidato que después de mucho tiempo parece haber dejado atrás los incontables problemas políticos que enfrentó y se lo ve con fuerza intentando reconquistar los electores que perdió. Las candidatas de la Concertación aprobaron apenas este primer debate y Bachelet, que seguramente mantendrá su cómoda ventaja sobre Alvear, está avisada que no puede cometer errores de aquí en adelante. De lo contrario puede echar por la borda el admirable ejercicio que realiza la Concertación llevando adelante estas primarias.