Nada hay más lejano a la colaboración que la solidaridad organizada.
Un gran profesor nos muestra bajo nueva luz el trasfondo de la realidad, de un modo que influye en nuestra mirada hacia adelante. Es lo que me ha ocurrido con Hayek por muchos años. Leí «Camino de servidumbre» en una época de gran soledad, en medio de colectivismos rojos y de suásticas criollas, de discursos presumidos y vacíos. Fue un bálsamo de lucidez entre tanta confusión. Desde entonces no ha dejado de acompañarme en mis empresas profesionales e intelectuales.
Lo peculiar de Hayek (y de la tradición intelectual a la que pertenece) reside en que nos muestra las ventajas de la libertad en la dimensión fascinante de la lógica del conocimiento humano. Su humilde individualismo se limita a decirnos que nada se compara a la multitud de personas de carne y hueso como fuente de conocimiento y de colaboración social.
A pocas semanas de la caída del muro, tuve que ir a Berlín. En un domingo de sol radiante caminé hacia el este, sin rumbo definido. Bastó que traspasara el muro recién destruido para que el vibrante caos del oeste cediera lugar a un ambiente uniforme y predecible. Más allá de lo conocido, mantengo tres recuerdos. La pulcritud prusiana sólo se mostraba tras las ventanas de las casas empobrecidas, porque los espacios públicos estaban sucios y desatendidos. A diferencia del «otro lado», acá cualquier pregunta era respondida con desconfianza y mala gana. Y, lo más importante, mi esperanza de tomar un café y leer plácidamente el diario tuvo que esperar tres horas, hasta que la caminata me devolvió al oeste.
La inolvidable experiencia berlinesa me confirmó que nada hay más lejano a la colaboración que la solidaridad organizada. El «sistema» potenciaba la desconfianza frente al extraño, no daba estímulo alguno para que los habitantes de un edificio público colaboraran en su limpieza y era incapaz de enfrentar mi expectativa de tomar un café.
Hayek entendía que su mayor contribución al entendimiento de la sociedad era mostrar cómo un orden social basado en la colaboración espontánea aprovechaba, en beneficio común, la inmensa masa de conocimiento disperso entre los individuos. Sin dirección consciente y sin planes de desarrollo, gracias a un orden basado en reglas que estimulan la colaboración y la responsabilidad personal, podemos lograr lo que el mejor conjunto de ingenieros sociales jamás podrá conseguir. Como, por ejemplo, encontrar uno de esos deliciosos cafés berlineses.
En el derecho, la gran sociedad humana ha encontrado un orden para el desorden. Por eso, no es extraño que la obra tardía de Hayek se haya centrado en las instituciones jurídicas. Pero la pregunta por la lógica de los órdenes espontáneos se extiende a todo ámbito donde haya que absorber enormes masas de información. Y éste parece ser el gran problema de la ciencia contemporánea, desde la administración de empresas hasta la biología del conocimiento. Por eso, tampoco debe extrañar que la influencia de Hayek haya traspasado las fronteras de la ciencia social. Porque, al fin del día, tampoco el funcionamiento de nuestras neuronas está sometido a una estructura predefinida. ¿Cuál es, en nuestra mente, el equivalente funcional de lo que es el derecho a la sociedad?