El Mercurio
Opinión

Otra comedia histórica

Leonidas Montes L..

Otra comedia histórica

En esta nueva transición han regresado algunos fantasmas… Pinochet y el comunismo estarán muy presentes.

Karl Marx escribió que la historia se repite primero como una gran tragedia y después como una miserable farsa. En medio del vértigo pendular —que a estas alturas es vértigo presidencial—, no sabemos si enfrentamos una tragedia o una simple farsa, o si bien en todo esto hay algo distinto. Y aunque es evidente que la historia no se repite, quizá Chile es una excepción. Algunas cosas del pasado vuelven a aparecer.

Los treinta años más exitosos de nuestra historia fueron desterrados por treinta pesos. En efecto, el discurso del fin del lucro que se inició hace unos diez años fue el comienzo de una nueva historia. Fue también el símbolo que movió y unió a la izquierda en esa lenta agonía para la vieja generación. Los jóvenes dijeron que había que construir un nuevo modelo, refundar los cimientos de nuestra sociedad y partir de una hoja en blanco. En esa batalla cultural contra el lucro, el buenismo se apoderó del discurso. Una moralina algo ingenua, un idealismo un tanto pueril y quizá un romanticismo a ratos ilusorio fueron el condimento que dio consistencia al nuevo proyecto que se forjaba.

Pero toda esta narrativa necesitaba de una cara oscura. Sabemos que el bien, desde las primeras disquisiciones de los presocráticos, requiere del mal. Lo par de lo impar. Y lo bello de lo feo. Así, el ideal solidario se oponía al lucro, al abuso de los ricos y poderosos. Era la calidez comunitaria contra el frío capitalismo, la bondad contra el neoliberalismo.

En esta lógica de contrastes, esa idea de los amigos y enemigos, de Carl Schmitt —el intelectual del Tercer Reich tan admirado por la izquierda más radical en Chile—, jugó su rol en este proceso. La cohesión social fue reemplazada por un nosotros y un ustedes. El uno entró en conflicto con el otro. En definitiva, emergió un yo tribal. Lo propio, lo subjetivo, lo que en mi mundo es bueno y correcto, suplantó a la sociedad de personas, a lo objetivo y a la tolerancia. Lo mío es lo que importa. Así, bajo el imperio de lo subjetivo, donde lo particular ignora lo general y lo que yo pienso o creo es la realidad, vivimos una especie de explosión de un nuevo individualismo identitario.

El estallido social fue la nueva épica que estos grupos necesitaban para reemplazar la lucha de los abuelos y abuelas contra la dictadura. La joven élite política construyó y vivió su propia tragedia, su propio Golpe y sus propios héroes. Y, en una movida casi delirante, Pinochet fue reemplazado por Piñera. En fin, pavimentaron el camino para una nueva transición. Pero, para eso, había que sacrificar a la vieja transición. Como diría Zaratustra, “la transición ha muerto”. Así, la transición “en la medida de lo posible” pasó a ser un engaño, una miserable farsa cuya muerte era necesaria.

Algunos giros semánticos acompañaron este proceso. No fue solo la manoseada y sucia palabra “lucro” o ese maldito “neoliberalismo”. Fue también la “cocina”, que escenificaba oscuros acuerdos. Para qué hablar de esa supuesta “dignidad” que se utilizó para avalar la destrucción y la violencia. Pocos se atrevían a recordar la verdadera dignidad, que nos hace iguales, o esa esencia de la política que nos lleva a buscar acuerdos. Pero por temor a la “cocina”, por un purismo cínico, no se podía hablar de acuerdos. Se acuñaron, en cambio, los “mínimos comunes”.

El peso del pasado hace de las suyas. Y la historia juega con sus ironías. Si los treinta años fueron ninguneados para ser sacrificados, en esta nueva transición han regresado algunos fantasmas. Aunque cueste creerlo, Pinochet y el comunismo estarán muy presentes en la elección presidencial. Y, por si fuera poco, el denostado binominal también resucitó: con la fuerza del ave fénix, se reencarnó en las alas de Boric y Kast. Solo está por verse si esta nueva transición será una tragedia, una farsa o quizá solo otra comedia.